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Mercè Rodoreda siempre se sintió acompañada por las flores y sus criaturas literarias

Mercé Rodoreda concedió hace unos meses una entrevista a este diario que permanecía inédita. Es una charla sin plañidos, en la que Mercé Rodoreda defiende su soledad y afirma que si la felicidad existiera podría decir que es feliz. Estas palabras, publicadas ahora, limpian la memoria lúgubre que pueda dejarnos su reciente muerte, Es el mejor homenaje a una escritora que supo crear un jardín literario y supo vivir entre las flores sin el menor asomo de cursilería. Ha llegado al final de su vida sin la cotidiana claudicación de su Colometa.

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Mercé Rodoreda tiene un jardín. Vive en un jardín. El jardín de esta gran escritora no es sólo el jardín que uno ve al final del viaje sentimental, casi amoroso, que emprendimos para verla, no es sólo el jardín que ella habita, tan orgullosa de su pequeña selva. El jardín de Rodoreda está lleno de otras flores de papel y misterio, cuyo aroma han podido aspirar sus lectores desde 1937, fecha de publicación de su quinta novela, Aloma, que ella quiere considerar la primera, "porque las otras, verdaderamente, eran tan malas...". Son flores mágicas, dramáticas, musicales, interiores, que han crecido a lo largo de todas sus páginas, buscando el perfume, el color de una literatura en cierto modo fantástica, incluso dentro del más palpable realismo.Pregunta. ¿Cómo se defiende ahora, con la fama, del ataque a su intimidad?.

Respuesta. Por ejemplo, no contestando al teléfono, y los días peligrosos, -sábados y domingos-, que viene gente a que le firme libros, a hacerse fotografias conmigo como si yo fuera una cupletista, cierro la verja con llave y las persianas echadas como si aquí no viviera nadie. Me encierro como en una prisión, y a veces, aunque estoy un poco sorda, escucho llegar los coches, porque un coche se oye siempre en un sitio tan silencioso como Romanyá. Y yo pienso: "Rabia, rabia, que no les abro...".

Esta persecución no comenzó hasta que cumplí los 70 años, cuando empezaron los periódicos a hablar de mí y a publicar fotografias. Esto continuó con la concesión del Premio de Honor de las Letras Catalanas. Entonces fue terrible. Y luego con los programas de televisión, porque se ve que la tele tiene una influencia tan grande que la gente se vuelve loca por conocer a quien sale en ella, sea quien sea.

Siempre he necesitado la soledad. Ya en Ginebra viví 24 años casi absolutamente aislada. No conozco Suiza ni he dejado prácticamente amigos allí. Recorría lo que llamo el triángulo de las Bermudas: Ginebra, la habitación de criada que conservo en París y la casa de Barcelona, sin tratar casi con nadie. Y ahora, aquí, encerrada en Romanyá, si la felicidad existiera (¿usted lo cree?), podría decir que soy feliz...

Necesito la soledad para el trabajo y para la vida. En principio, la gente me cansa terriblemente, no me interesa en absoluto. Teniendo libros, buenos discos y la máquina de escribir, mi vida está llena, no necesito nada más.

P. En el prólogo de Mirall Trencat (Espejo Roto) dice que "una novela se hace con una gran cantidad de intuiciones, con cierta cantidad de imponderables, con agonías y con resurrecciones del alma, con exaltaciones, con desengaños, con reservas de memoria involuntaria..., toda una alquimia". últimamente se ha hablado demasiado de La plaça del Diamant, olvidando novelas posteriores como Mirall trencat -espléndida- o como su libro publicado, Quanta, quanta guerra (Cuánta, cuánta guerra). ¿Podría revelarnos algo de la alquimia utilizada para esta novela? ¿Qué dosis mágica ha usado para romper, aparentemente, la línea anterior más realista, entrando de lleno en un relato absolutamente fantástico?

R. La alquimia es haber vivido, y haber vivido mucho. Yo no soy fabricante de novelas. Cuando escribo una -la que estoy corrigiendo ahora mismo, por ejemplo- es porque tengo ganas de escribirla. Y ésta es una novela rarísima, que no gustará a nadie.

P. Esa tendencia a la magia no es de ahora mismo, ¿verdad?

R. Claro que no. Parece que empieza en Mirall trencat, y está más claro aún en Viaiges i flors (Viajes y flores), pero ya en La plaça... (1962) hay un capítulo, el de la iglesia, donde Colometa ve aquellas bolitas enrojeciéndose, que son las almas de los soldados. ¿No es eso ya una cosa de tipo fantástico? La semilla estaba desde el principio. Además, a mí siempre me han apasionado autores como Lovecraft, Poe, Machen...

P. ¿Cómo conviven el realismo característico de sus historias más célebres y esa constante tendencia a lo onírico?

R. Con gran amistad: recordemos en Las aventuras de Gordon Pym cuando Poe describe aquel agua con estrías rojas, que en realidad es sangre. Esto es fantástico, pero es como si lo vieras de verdad. Y en cuanto a la guerra, que en este último libro parece una pesadilla, es una experiencia desgraciadamente familiar a todas las personas de mi generación. "En una guerra da igual quién gane o quién pierda, porque una guerra sirve para que todos la pierdan".

P. Las flores -como los ángeles, y a veces, los espejos- son temas obsesivos de la lírica de su obra. Tantas flores han salido en sus páginas que suelen invitarla con demasiadao frecuencia a exposiciones de floricultura. En uno de sus cuentos hay una muchacha que se avergüenza de su extraño nombre, Crisantema. Háblenos otra vez -aunque lo ha contado ya en más de una entrevista- de aquel crisantemo que marcó su vida.

R. ¿El célebre crisantemo? Es un viejo sentimiento de vergüenza que me ha acompañado desde que lo robé cuando tenía cuatro o cinco años. Yo nunca había visto una flor como aquélla.

P. ¿Tiene usted en este jardín crisantemos?

R. No, tendré que plantarlos... Pero tengo rosales, muchos arbustos, que permiten regarlos en verano sólo cada seis o siete días. Tengo un árbol de Júpiter, hortensias, vitadimias... Ya ve usted que no estoy sola, esto está tan lleno de vida que mete miedo... Hay muchas urracas preciosas, y me han dicho que por la zona hay incluso jabalíes. Estoy acompañadísíma.

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