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Tribuna:La Academia de Hollywood concede sus galardones
Tribuna
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El hombre que creció viendo a Marilyn

En esmoquin blanco -"homenaje a Bogart", confesó él mismo a este periódico-, el director José Luis Garci subió al escenario del Dorothy Chandler Pavillion para recoger la estatuilla del oscar. Nadie sabe lo que pensó en ese momento, pero no es seguro que fuera el director José Luis Garci quien pronunciara nerviosamente las palabras de rigor, palabras de gratitud a sus colaboradores y a la memoría de Alfonso Sánchez. No es demasiado seguro que, la noche de la gran fiesta, quien estuviera allí, frente a la impresionante masa de profesionales más o menos geniales de Hollywood, fuera José Luis Garci, director de cine. Yo apostaría a que, esa noche, quien recibió el aplauso incondicional de sus colegas norteamericanos fue el niño que aprendió a crecer viendo a Lauren Bacall, a Bogart y a los desafiahombres y mujeres de las películas de Howard Hawks.No es casual que Garci haya ganado el oscar. Como Truffaut en Francia, ha sido discípulo adelantado de sus maestros made in Hollywood. Truffaut les hizo, a su mayor gloria, La noche americana. Garci les ha tenido presentes a la hora de dialogar, de construir sus películas; a la hora, incluso, de deslizar en ellas ingenuo optimísmo e ingenua nostalgia, a la manera de un Frank Capra de los años del gasógeno y el estraperlo.

En el 64, que fue el año en que le conocí, José Luis García Muñoz ya se firmaba Garci en Cinestudio, la revista para la que escribía. Trabajaba en un banco y quería ser escritor, como Ernest Hemingway y Ray Bradbury, a quienes admiraba. Entonces hacía la mili en Colmenar Viejo, alfabetizaba a algunos compañeros soldados y los fines de semana que podía se escapaba para ver cine, las últimas películas americanas, y las más antiguas, aquellas como Casablanca, en que la chica podía decir: "¿Qué es eso? ¿Son cañonazos o son los latidos de mi corazón?"

Garci mezclaba ya entonces el cine con la vida; tanto, que llegó a aprenderse de memoria el momento de Cleopatra en que Richard Burton, de espaldas en plano corto, se vuelve hacía la cámara. En ese instante -mejor dicho, en el instante inmediatamente anterior-, Garci gritaba: "¡Marco Antonio!", y Marco Antonio se volvía. Era su truco favorito cuando llevaba a una chica al cine.

Siempre le fue lo americano: el cine americano, los escritores americanos, esa forma de dialogar hablando de cualquier cosa mientras se rompe el corazón y nunca volveremos a vernos. Con el tiempo, Garci dejó la banca y empezó a hacer cine. Fue, desde el principio, el mismo que es ahora: la coletilla final a su corto Mi Marilyn equivale a toda la nostálgica, emblandecida Volver a empezar. Asignatura pendiente era también, exactamente, eso: añoranza. y frustración resueltas con la habilidad del genuino mamador de cine. Luego vinieron Solos en la madrugada, Las verdes praderas y El crack.

Ahora le han dado el oscar por una película con la que el discípulo demuestra que ha aprendido bien la lección: nada se mueve, nada puede moverse en la industria cinematográfica. Y Marco Antonio sigue girando la cabeza, en el momento preciso, cuando un director de cine le lanza la oportuna señal.

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