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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La guerra de las galaxias

LA GUERRA espacial es algo presentido por los escritores de ficción por lo menos desde 1898 (Wells, La guerra de los mundos,): es decir, mucho antes de que el hombre hubiera podido salir de la estratosfera. Pero el hecho de que ahora el guión de esa película terrorífica lo escriban el presidente de Estados Unidos y el primer mandatario de la URSS y lo presenten como una realidad a la que hay que enfrentarse, como un plan que hay que poner en marcha pensando ya en el próximo milenio -que llegará, si llega, dentro de diecisiete años- rechaza ya cualquier refugio en lo meramente imaginativo. Es algo que tiene muchas probabilidades de suceder.El mensaje de Reagan, emitido al mundo una hora después de que la Cámara de Representantes rechazase su presupuesto militar (pero el Senado puede aceptarlo, y hay muchas probabilidades de que lo haga), ha sido acogido en la oposición de su país y en el mundo político de sus aliados con, reservas y asombro; con alguna ironía de Kermedy, con alguna otra respuesta demócrata que tiende a llevar las palabras de Reagan al terreno de lo increíble. Mezclado su diseño del fúturo -satélites asesinos, rayos de la muerte, naves espaciales irácrocindas- con la conocida descripción de la superioridad actual soviética en materia de armamentos, superioridad de la que los soviéticos, en rearme constante, acusan a EE UU, con la denuncia de un cerco nuclear a Estados Unidos con el refuerzo de las bases en Cuba, en Granadw y en Nicaragua, con cifras de construcción de núsiles y nuevas armas tecnológicas en Moscú, presenta un discurso de lo más preocupante.

Serviría para justificar por una parte el presupuesto militar de 238.000 millones de dólares

(más las partidas invisibles que, en presupuestos aparentemente civiles, sirven para la guerra); por otra, una intervención de Estados Unidos en América Central, que se va precisando más a medida que se ve la imposibilidad de mantener los actuales regímenes favorecidos por Washington. Mientras la guerrilla. hace progresos en El Salvador, la dialéctica militar de intervención cubano-soviética, de un lado, y norteamericana, del otro, se adueñan de aquellos países y alejan las posibilidades de diálogo. No hay que aislar ni a Reagan ni a Andropov de sus contextos; por asombrosa que sea su capacidad personal para crear tensiones, hay que saber que el poder en Estados Unidos y la URSS es mucho menos monárquico que lo que de terminan sus respectivas leyes y sus leyendas. Hay en ambos países un amplio sector militar, ideológico, científico, técnico e industrial que impulsa a sus dirigentes hacia ese belicismo. Tampoco es suficiente dudar de si la capacidad soviética es o no mayor que la de Estados Unidos: lo mismo da. La de uno y otro país son bastantes para la destrucción del globo. La tercera certidumbre es la de.que la guerra de las galaxias se está preparando en los dos países; no ahora, no en esta fecha de las declaraciones de Reagan, o de su orden al Consejo Nacional de Seguridad para que trabaje en ese terreno -o en ese éter-, no con injerencias soviéticas en Afganistán ni las penetracione en Centroamérica, sino desde hace muchos años las investigaciones espaciales, los vuelos al más allá, los millares de satélites artificiales, la construcción de naves y toda la infraestructura necesaria para ello desvanecen sus indudables ventajas para la humanidad.Simultáneamente a este diseño del espanto, Reagan ha insistido en las nuevas ofertas de la conferencia de Ginebra -probablemente un regreso al plan que le costó a Rostow el cargo-, y a los soviéticos parece que les satisfacía la posibilidad de cierto equilibrio numérico y cualitativo en una supuesta retirada de misiles. Se nutren en ambos casos los proyectos con la clásica y desacreditada palabra de defensa. Hace ya muchos años que todos los países abolieron el nombre de sus ministerios de la Guerra para llamarles ministerios de Defensa. No es más que una figa semántica: las funciones son las mismas. El juego, político en este caso, es el de que mientras se prepara la guerra futura y se aprueban presupuestos monstruosos y un plan aterrador se sigue trabajando en el desarme.

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El aforismo clásico (Si vis pacem, para bellum: Si quieres la paz, prepárate para la guerra) está definitivamente desautorizado en el siglo del poder nuclear. La paz sólo se consigue preparando la paz misma, negociando, reduciendo las armas, llegando a la convicción de que hay que subrayar los elementos de coexistencia. La idea de que los grandes movimientos pacifistas del mundo occidental están preparados por Moscú es una trampa tan malévola como la suposición moscovita de que el extenso clamor de disidencia y de protesta contra la dictadura comunista es una opción controlada desde los países capitalistas. El hecho de que el Kremlin persiga a hierro y fuego cualquier demostración pacifista mientras en Occidente éstas se hacen libremente no quiere decir que el pueblo soviético no esté tan asustado y tan preocupado como los otros pueblos ante la carrera de armamentos. Y, sin embargo, hay algo fatal en todo esto: la idea de que la guerra mundial, nuclear o espacial, va a saltar -una vez más- por encima de las opciones públicas. El círculo vicioso se estrecha. El estamento militar de Estados Unidos se siente cercado por la URSS y se rearma. La URSS se siente cercada y se rearma a su vez. ¿Quién empezó primero? La historia adjudica las responsabilidades a Stalin y a su política en el final de la década de los cuarenta. ¿Pero qué más da ya la historia a estas alturas del siglo? La forma milenaria del conflicto, entre dos imperios se reproduce incesantemente y amenaza de nuevo con romperse de la única forma conocida: por la guerra. Otras veces los supervivientes han pensado que esa, al fin, sería la última de todas las guerras. Esta vez no tendrán esa ocasión: no los habrá.

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