La paciencia infinita de un público joven
Es fundamentalmente joven el público que acude a las sesiones del IV Festival Internacional de Madrid de Cine Imaginario y de Ciencia Ficción. Público que soporta sin protestas la penosa traducción simultánea con que se castiga la mayoría de las producciones. A través de sendos altavoces, un locutor de acento latinoamericano y una mujer de lento hablar van doblando los subtítulos que en diversas lenguas aparecen en la pantalla del festival.
Si bien es cierto que en otros festivales internacionales existe una traducción simultánea para quienes no conocen ninguna de las lenguas en que la película se ofrece al espectador, no lo es menos que dicha traducción es optativa y realizada con menos pretensiones dramáticas. En el Festival de Madrid, en cambio, es una imposición. Conviene, pues, informarse previamente de las características de cada película; su posible interés puede quedar gravemente disminuido.Es justo señalar, sin embargo, que los precios de las entradas no superan los de cualquier cine comercial, lo que es una innovación en los festivales que se celebran en España. Sólo serán alterados para Parsifal, la ópera de Wagner que, en una versión de cuatro horas y media, ha rodado el cineasta alemán Hans Jürgen Syberberg, y que fue presentada, en sesión especial, en el último Festival de Cannes. Prevista también como sesión extraordinaria, Parsifal se proyectará en el festival madrileño el próximo jueves.
La sección competitiva no ha presentado, hasta el momento, grandes películas, si bien Tristán e Isolda, del alemán Veith von Fürsternberg, reunía una serie de calidades que fueron apreciadas por el público al cerrar la proyección con leves aplausos. Esporádicamente, la pantalla había adquirido cierta magia: la fotografía de Jacques Stein, más preocupada de su propia plástica que de la historia que narraba, enriquece momentos aislados, aprovechados por el director. Donde Tristán e Isolda pierde interés es en su línea narrativa, que, aunque sujeta a cánones clásicos, no logra desarrollarse con imaginación y claridad.
Terror en clave de humor
Independientemente de la calidad formal de esta película alemana, sorprende su inclusión en el concurso de un festival tan especializado como el de Madrid. La descripción histórica que hace de la sociedad feudal no corresponde al enunciado del certamen. Lo que, estrictamente, también podía decirse del filme checoslovaco Misterio en el castillo de los Cárpatos, aunque su temática sí corresponda a las leyendas del cine de terror. Es la clave humorística de esta débil pantomima circense lo que la desconecta del género imaginario y de ciencia ficción. Con chistes burdos, inspirados generalmente en tópicos anacronismos, logra hacer reír (y parte del público rió), pero no destacar por su inventiva.También en clave de humor se desarrolla el cuento Los viernes de la eternidad, que ha dirigido el cineasta argentino Héctor Olivera, autor de una de las películas malditas de aquella cinematografía, La Patagonia rebelde, que no consigue superar sus tramas censoras para volver a exhibirse en el mundo.
En esta ocasión, Olivera ha sabido que no debe superar un cierto aire ingenuo para concluir su película: el vodevil que surge de la visita de un fantasma a las mujeres que amó y el secuestro que sufre por parte de una de ellas, que quiere gozar ahora de su asombrosa capacidad sexual, tiene, no obstante, momentos de cierta gracia, debidos sobre todo a la encarnación que hace Héctor Alterio de tan insólito personaje; en el reparto de la película figura también la actriz Susana Campos, que trabajó frecuentemente en España durante los años sesenta.
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