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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El debate del rearme

EL MARTES 8 de marzo, cuando el presidente Reagan se alegraba del resultado de las elecciones alemanas, que despejan en cierto modo el camino de su política nuclear, sufría una derrota muy seria en el Capitolio: la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso aprobaba, por veintisiete votos a favor y nueve en contra, una resolución llamando a los EE UU y a la URSS a que negocien una congelación, debidamente controlada, de sus armamentos nucleares. Se prevé que el 15 de marzo la resolución será sometida al pleno y aprobada por mayoría, si bien puede encontrar dificultades en su etapa ulterior ante el Senado.La importancia de esta resolución radica, en primer lugar, en su punto de partida: las elecciones al Congreso del otoño pasado, en las que se registró un avance considerable de los demócratas y en particular de los candidatos que se comprometieron, a apoyar la congelación del armamento nuclear. Es, pues, reflejo de una amplísima corriente de opinión popular, pero tiene a la vez apoyos serios en el establishment. La Conferencia Episcopal de la Iglesia católica se ha pronunciado en el mismo sentido; Edward Kennedy es uno de los principales defensores de esa posición; igualmente, Mondale y Cranston, candidatos a la presidencia de EE UU por el Partido Demócrata.

En torno a la resolución sobre congelamiento se enfrentan dos concepciones diferentes de la seguridad, casi cabría decir dos filosofías: los partidarios de congelar el armamento nuclear parten de que los actuales niveles de ese armamento permiten a cada una de las superpotencias destruir a la otra y provocar un holocausto, en el mundo. Por tanto, aumentar ese arsenal no aumenta la seguridad; aumenta el peligro. La única solución hay que buscarla congelando el actual nivel, como primer paso para controlar y disminuir ulteriormente la cantidad de armas nucleares existentes. En este marco sitúan su respuesta a las diversas opciones en esta cuestión.

Reagan representa la posición contraria: los que, frente a la superioridad soviética, consideran necesario, para lograr el equilibilo, un rearme nuclear de EE UU, cuantitativo y cualitativo. Esta estrategia tiende a crear condiciones que permitan ganar una guerra nuclear.

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El presidente Reagan hizo los mayores esfuerzos por impedir que la Comisión del Congreso aprobase la resolución favorable a la congelación nuclear; incluso los jefes de las delegaciones de EE UU en las negociaciones de Ginebra telegrafiaron a los congresistas diciéndoles que su aprobación debilitaría la posición norteamerica frente a los soviéticos. Pero ni siquiera ese argumento surtió efecto.

Para condicionar el debate próximo ante el pleno del Congreso, y el eco que tiene en la opinión pública, la Administración Reagan ha desvelado datos de la CIA, hasta ahora secretos, que demuestran la superioridad nuclear de la Unión Soviética. No es seguro que esta publicación del llamado informe Weinberger refuerce la argumentación gubernamental. El declarado objetivo político con el que se descubren datos hasta ahora secretos no aumenta su credibilidad. Es un tema sobre el cual es casi imposible opinar, pero otras fuentes occidentales no concuerdan con las cifras hechas públicas ahora por la Administración Reagan.

Desde hace años se observa una diferencia esencial en la propaganda militar con respecto a siglos pasados. En otros tiempos, cada Estado aumentaba verbalmente su verdadera capacidad guerrera, exageraba su potencia para disuadir al enemigo. Ahora se dice siempre en condiciones de inferioridad en armamento. El cambio de actitud se debe a que la propaganda se destinaba antes al exterior, al enemigo; ahora trata de movilizar el interior y los aliados. El informe del secretario de Defensa de Estados Unidos coincide con los de la OTAN, incluso con los del Instituto de Estudios Estratégicos de Londres, en el sentido de que la potencia de la URSS es muy superior a la de Occidente. Se trata de decir que si laguerra estallase en estos momentos podrían ganarla los rusos; por tanto, es preciso un esfuerzo de todos -presupuestos de guerra, aceptación de la disciplina y la dirección política, mayores impuestos, mayor cohesión- para construir un armamentópor lo menos equivalente. Lo que hace Reagan en este caso es más o menos continuar lo que han hecho los propios soviéticos desde 1917: insistir en que su propia debilidad fuerza a la renuncia a formas mejores de vida y a un aumento de la presión militar en la sociedad En la URSS, y en 1917, en los años del cordón sanitario y de la guerra civil, esa propaganda tenía un sentido. A la actual le falta credibilidad. En Europa y en Estados Unidos cuaja cada vez más difícilmente la idea de que el rearme sea una garantía de seguridad: parece una paradoja exagerada.

El libro del Pentágono ofrece datos y fotografías del material soviético en comparación con el de la OTAN. La capacidad militar de la URSS es, según ese informe, infinitamente superior. Se complementa con el discurso, de Reagan ante los evangelistas del país reunjidos en Florida, a los que pide que "superen la tentación que consiste en ignorar las lecciones de la historia y a considerar la carrera de armamentos como un enorme malentendido en el que ambas partes son igualmente responsables"; para Reagan se trata de un "combate entre el bien y el mal". El mal absoluto serfia la URSS.

La respuesta soviética (el mariscal, Ustinov, en Murmansk) no es menos dura. Los planes soviéticos parecen ahora dirigidos a amenazar directamente el territorio de Estados Unidos con los misiles adecuados en las posiciones geográficas oportunas. Ya que para la URSS, también hay un mal absoluto, que está en Estados Unidos, mientras insiste que el armamento occidental es muy superior y la URSS necesita un esfuerzo colosal para equilibrarlo. No va a ceder nada -anuncia ya- en la conferencia de Ginebra. En medio de estas dos grandes locuras, los ciudadanos que pagan el esfuerzo del rearme, y con ello el aumento de la capacidad de su propia destrucción, permanecen perplejos.

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