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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cuando no hay nada que decir

Asalto al Banco Central.

Guión y dirección: Santiago Lapeira, según la novela de Alberto Speratti. Fotografía: Francisco Riba. Intérpretes: José Sacristán, Isabel Mestres, Joan Borrás, Fernando Guillén. Policial española, 1982.

Locales de estreno: Palace y Peñalver.

Al parecer, a punto estuvo esta película de no ser estrenada, al encontrarse sub judice el tema del asalto al Banco Central de Barcelona ocurrido en mayo de 1982. La rápida gestión del Ministerio de Cultura ha permitido que pueda llegar a los españoles con toda normalidad. De no haber sido así, probablemente se hubiera mitificado una película que ninguna razón tiene para no ser vista, a no ser, por supuesto, la de su propia calidad.Ningún dato aparece entre sus imágenes y ninguna emoción desconocida provoca , la repetición de cuanto oficialmente se dijo en su día. Cierto que la película sugiere que hubo razones que desconocerse deben ("la paz está a veces por encima de la verdad", dice en un momento el personaje llamado Pérez Llorente al director del periódico, que no quiere tampoco que su intrépido .periodista vaya en sus averiguaciones más allá de lo consentido), pero esta posible denuncia es tan limitada, se ahoga tanto en la torpeza de toda la narración, que hasta su sentido se ancla en el terreno de lo ambiguo.

La contratación de un buen número de chorizos por personajes confusos que callan sus auténticas intenciones, es paralela a la investigación de dos periodistas (José Sacristán e Isabel Mestres) que intuyen algo en el ambiente. Como nada averiguan, dan paso a una familiar historia de amor ("nos merecemos otro país donde las cosas no se oculten"), de la misma forma que también surgen amoríos entre una parejita de rehenes en el interior del banco. Es ahí donde la película concentra más tarde todo su interés.

Es probable que la imaginación de los guionistas haya tratado de cubrir así la necesidad de la hora y media de proyección.

Largos parlamentos van escalonando la película. Y, Por su parte, la imagen carece de fuerza. Tanto es así, que los actores se hacen irreconocibles.

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