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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El pacifismo europeo

"SI NO va a llevar ninguna propuesta nueva, más vale que renuncie al viaje"; así comentaba un alto funcionario de Washington, citado en la Prensa estadounidense, el viaje del vicepresidente Bush a Europa. De hecho, Bush no ha venido con ninguna propuesta nueva. Pero se trataba de otra cosa; de diplomacia pública, de propaganda, de hacer frente a una corriente de opinión, cada vez más fuerte, que se opone a la perspectiva de una carrera de armamentos nucleares instalados en diversos países de Europa, a partir de finales de 1982. Por eso, Bush ha traído una "carta del presidente Reagan a las poblaciones de Europa", leída solemnemente en Berlín: un puro instrumento de propaganda, una repetición de tesis ya conocidas, y que por eso mismo ha caído en el vacío.El viaje de Bush ha patentizado, sobre todo, la preocupación de EE UU ante el crecimiento de los sentimientos pacifistas en el viejo continente. Preocupación, sin duda, justificada; es verdad que el tema del armamento nuclear -y más concretamente el de los euromisiles- ha provocado un fenómeno político nuevo; y que incluso desborda el ámbito de lo estrictamente político; masas juveniles inmensas, por primera vez desde 1968, se han movilizado y han salido a la calle para expresar su voluntad de desarme; las iglesias han tomado posición; los partidos políticos están afectados, y en parte condicionados, por este fenómeno. El tema ocupa un lugar central en la pugna electoral de la RFA. Es una toma de conciencia colectiva; y algo más, pues se apunta una voluntad de intervenir, de influir sobre las decisiones, de sacar el problema del desarme nuclear de los gabinetes secretos, donde sólo los diplomáticos y expertos militares están enterados y pueden opinar. Mucho ha contribuido a impulsar esta corriente pacifista la actitud de un elevado número de científicos, entre los más prestigiosos del mundo, insistiendo en los peligros, y a la vez en lo absurdo, de la carrera de armamentos, cuando los ya existentes bastarían para destruir la humanidad, en caso de ser empleados.

La primera reacción norteamericana fue decir que se trataba de algo manipulado por la Unión Soviética. Es cierto que los soviéticos han fomentado y manipulado diversos movimientos por la paz para propagar sus posiciones internacionales. Pero es característico del nuevo pacifismo que toma posición también, y con igual fuerza, contra las armas soviéticas; que se niega a identificarse con los movimientos por la paz oficiales de los países del Este. La actitud de los soviéticos se ha expresado en una carta del señor Samiatin, presidente del Comité Soviético por la Paz, dirigida a los principales organizadores de las acciones pacifistas en Europa occidental, acusándoles de servir al imperialismo, porque se enfrentan con los dos bloques militares.

La parte de culpa de la URSS en la grave tensión actual de Europa es inocultable. Dejando de lado Afganistán o Polonia, las propuestas mismas de Andropov de disminuir el número de SS-20 implican el reconocimiento de que la instalación de dichos misiles fue un intento de lograr una superioridad, y, por tanto, un acto desestabilizador. No cabe ni imaginar que la URSS proponga ahora algo que la vaya a colocar en situación de desventaja.

Pero una vez sentado lo anterior, el hecho es que las nuevas propuestas de Andropov están sobre la mesa de negociaciones. Y que responder a ellas repitiendo la tan cacareada opción cero no sirve ya, ni de cara a los Gobiernos, ni de cara a la opinión.

Lo ha demostrado con claridad el prestigioso periodista de EE UU James Reston, en un artículo del New York Times, en el que dice que la opción cero de Reagan implicaría "que la Unión Soviética estuviese dispuesta a ignorar las fuerzas nucleares medias francesas e inglesas; los bombarderos americanos instalados en el Reino Unido; la fuerza aérea de la VI Flota, portadora de armas nucleares; los misiles Poseidón asignados a la OTAN; el despliegue previsto de misiles de crucero en submarinos y navíos de superficie...". Es, obviamente, mucho.

Parece que la propaganda norteamericana sobre la opción cero se prolonga, sobre todo, para no dañar al canciller Kohl de cara a las próximas elecciones alemanas; y el propio Bush ha empleado una especie de doble lenguaje, exaltando la opción cero con prosopopeya; pero diciendo, a la vez, que los americanos están dispuestos a considerar otras alternativas.

La versión relativamente optimista del futuro que cabe prever (es decir, descartando la instalación de los 572 misiles en Occidente, y la subsiguiente carrera incontrolada de superarmamento nuclear) sería una negociación seria en Ginebra después de las elecciones alemanas del 6 de marzo. Es probable que en ella los soviéticos serán más intransigentes sobre los Pershing (cuya puesta a punto técnica, por otro lado, parece que está bastante atrasada) que sobre los misiles-crucero. Se podría desembocar en una fórmula intermedia (parecida, quizá, a la que ya esbozaron el verano pasado Nitze y Kvitsin). Tanto la situación interior de Reagan (cuando la futura campaña presidencial se inicia ya, de hecho, en EE UU) como la de Andropov (muy necesitado de una imagen nueva en el inicio de su poder) pueden ayudar a que se plasme alguna fórmula intermedia.

Pero con ello no perdería su razón de ser el pacifismo europeo. Porque Europa se encontraría con un número determinado de misiles de alcance medio, terriblemente destructores, destinados específicamente al teatro europeo, y controlados por las dos superpotencias, cada una de su lado. Que el número de esos misiles sea el menos posible, que se conozca públicamente dónde están situados, es, sin duda, muy importante. Pero seguirá en pie, para el pacifismo europeo, el objetivo esencial de una Europa sin misiles nucleares, ni de un lado ni de otro; y para avanzar hacia esa meta, la necesidad de nuevas negociaciones sobre desarme, no ya exclusivas de las superpotencias, sino en las cuales Europa pueda tener parte.

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