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Crítica:TEATRO / 'EL HOMBRE Y LA MOSCA'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Frustración

El hombre y la mosca es una obra de 1968. Suponía entonces el autor, José Ruibal, un desarrollo sucesorio en España: el dictador -en el reparto, El Hombre- preparaba a quien había de prolongar su poder -El Doble- para que le perpetuara y se convirtiese en él mismo.La profecía, afortunadamente, no se ha desarrollado así. En el transcurso del tiempo entre su escritura y su estreno en España, la obra ha sufrido algunos retoques, algunas readaptaciones. La vida, también, pero la vida ha ido más deprisa que la obra.

La intención de elevar la mera anécdota de la obra El hombre y la mosca a categoría de alegato frente a la idea general de las dictaduras y tiranías o darle el carácter filosófico de mostrar "el innato afán que todo ser humano tiene por permanecer, por quedar en sus obras, por no morir" (escribe el autor de la obra, José Ruibal) es, viendo el resultado, excesivo.

El hombre y la mosca, de José Ruibal

Intérpretes: Francisco Prado, Lázaro Pérez, Carlos Carrasco, Felipe Gorostiza (del Teatro Rodante Puertorriqueño,de Nueva York). Vestuario de Nancy Thun. Música de Tijo Ito. Director.Jack Gelber. Estreno: María Guerrero (Centro Dramático Nacional del Ministerio de Cultura). 3 de enero de 1983.

El texto es plano, insuficiente: no da de sí. Las dictaduras, los poderes de opresión, son algo mucho más lóbrego, entramado y cruel que lo que la ingenuidad del texto y de la situación pretenden: cualquier periódico diario nos ilustra mucho más sobre su naturaleza y su perpetuación que esta simple obra. No tiene interés.

El dictador y su doble

Teatralmente, es muy pobre. La situación es única, la del dictador y su doble, como un diálogo que se hace prácticamente monólogo por la identidad de los personajes. No hay inventiva, no hay acción, ni interna ni externa. Alguna frase brillante, algún rasgo de humor se pierden en la monotonía.Un director de prestigio, Jack Gelbert, ha tratado de sustituir esa monotonía con una escenografla móvil, de enriquecerla con algún aditamento -un par de percusionistas-: es un sistema que también se ha quedado viejo y que de ninguna manera puede ocultar ya carencias de texto. Sin dejar de reconocer la calidad del decorado y la pulcritud de su funcionamiento, hay que admitir también que es insuficiente.

El hombre y la mosca tiene una historia. Incluida en los libros y estudios del profesor hispanista George E. Wellwart sobre el teatro subterráneo (underground, o new wave español), acogida con entusiasmo por quienes compartían la lucha antifranquista, fue exageradamente ensalzado y convertida en mito.

En Nueva York la acogió el Teatro Rodante Puertorriqueño (The Puerto Rican Travelling Theatre): representada ante las crispadas minorías de lengua española, ha tenido un sentido de protesta contra unas opresiones que sufren -sus alusiones al yanqui son expresas-, que la han acogido como un arma más. Si ha servido o sirve aún para eso, ya es una justificación.

En Madrid no ha gustado. Había expectación -por la historia, por el mito de la obra-, que se fue apagando poco a poco, hasta convertirse. en frustración. Los actores, que habían cumplido con el estilo requerido, fueron aplaudidos al final con poco brío: el autor, José Ruibal, tomó la inteligente decisión de no salir a saludar: no se sintió requerido.

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