El pérfido KGB

Astutos y crueles agentes de la KGB roban en los Estados Unidos suficiente carga de plutonio como para activar una gran explosión nuclear, Rápidamente, se trasladan a los campos petrolíferos de Arabia Saudí, donde colocan la carga explosiva. Si los norteamericanos no quieren que estalle, deben conseguir que las tropas israelíes abandonen la orilla derecha del Jordán.Aparecen entonces los soldadas: miembros de la CIA con suficiente capacidad técnica como para poder enfrentarse a sus oscuros enemigos. Uno de ellos, el soldado (que da con ese nombre título original a la película) deberá actuar fuera de las normas de su empresa. En colaboración con la dura jefa de operaciones secretas israelíes, acudirá a distintas'partes del mundo para averiguar los detalles que precisa.

Pero su acción es notablemente confusa. Se inspira ya tanto el cine en la técnica de los telefilmes, que todo acaba expresándose en términos rápidos, convulsivos, esquemáticos... Ultimátum es un ejemplo perfecto de ello. El espectador asiste aturdido a tanto vaivén, sin comprender con claridad las incidencias de cada acción y, por supuesto, sin saber si detrás de cada soldado o de cada enemigo se esconde un tipo concreto, alguien a quien apoyar u odiar.

Esta técnica televisiva no permite profundidades. Tampoco Ultimátum parece necesitarlas toda vez que es, de nuevo, una película de guerra fría, donde los malvados agentes soviéticos son los únicos responsables de la ausencia de paz en el mundo. De no ser por los soldados, no quedaría títere con cabeza.

Eso es lo que, al parecer, quiere explicarnos el intrépido James Glickenhaus, productor, guionista y director de la obrita.

La confusión narrativa de Ultimátum viene precedida por la publicidad con que se ha lanzado en España. Figura en las carteleras un joven agresivo que dispara armas especiales vestido de formá que sugiere a un hombre del espacio. No aparece ese traje en la película, como tampoco los sofisticados aviones que disparan contra una ciudad. La información, pues, no es correcta.

En cambio, hubiera sido conveniente que los exhibidores explicaran que, sin previo aviso, han subido el precio de las localidades. En algunos locales madrileños, y entre ellos donde Ultimátum se exhibe, han aumentado su tarifa a 300 pesetas. En Barcelona existía ya esa costumbre sólo para los fines de semana.