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Tribuna:Solidaridad, la revolución imposible / y 2
Tribuna
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Jaruzelski, el general de la doble estrategia

En primer lugar, una de tipo externo, una negociación y propuestas de entendimiento nacional, para conseguir una rendición de Solidaridad, con la bendición de la Iglesia católica (encuentro con el primado Glemp y Lech Walesa).En segundo lugar, otra de tipo clandestino, a base de preparar la acción militar con el envío de los grupos operativos de soldados, encargados de reunir la información necesaria, y el ensayo general de la liquidación incruenta de la huelga de los estudiantes de la Escuela de Bomberos de Varsovia.

El factor desencadenante de la intervención militar fue la huelga general convocada para el 17 de diciembre, en que Solidaridad había apelado a todos sus afiliados a salir a la calle para demostrar, definitivamente su fuerza al Gobierno y exigir un referéndum nacional.

Los jefes del POUP en las provincias habían pedido, en una reunión con Jaruzelski, que se les entregase armas para defenderse, porque temían por sus vidas ante la confrontación que se avecinaba. Jaruzelski rechazó esta petición. La forma de cortar definitivamente el intento movilizador del sindicato independiente era intervenir militarmente el fin de semana anterior a la huelga general del 17 de diciembre, con la posibilidad de ocupar en domingo las fábricas y detener, de un solo golpe, a toda la dirección nacional de Solidaridad, con sus asesores reunidos en Gdansk. El domingo 13 de diciembre era la fecha ideal.

Ambigüedad de la Iglesia

La intervención militar contó con el apoyo, sin duda no querido, pero efectivo en la práctica, de la Iglesia. La jerarquía eclesiástica se encontró ante la terrible disyuntiva de tener que oponerse al estado de guerra y al mismo tiempo evitar todo lo que supusiese un enfrentamiento sangriento. El resultado fue una declaración ambigua del primado Glempl que, en definitiva, supuso una llamada a la desmovilización, cuando las estructuras de Solidaridad estabán destrozadas y la Iglesia era la única fuerza con que contaba el pueblo polaco.

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La línea de la Iglesia fue coherente con la seguida los años anteriores: un dificil equilibrio entre la búsqueda de un compromiso con el poder impopular, sin alejarse al mismo tiempo del pueblo creyente. El primer llamamiento de Glemp después de la intervención militar fue emitido por la radio oficial junto con la declaración de Jaruzelski. El primado pidió, "de rodillas", que no se iniciase una lucha entre polacos. 'Ta Iglesia será intransigente cuando esté en juego la defensa de los derechos humanos. No tiene importancia que se acuse a la Iglesia de cobardía. Por eso apelo a la paz en esta situación de estado de guerra. Pediré, aunque tenga que pedirlo de rodillas: no iniciéis una lucha entre polacos".

El llamamiento de Glemp llegaba cuando una de las partes había declarado oficialmente el estado de guerra y equivalía a pedir la capitulación de las fuerzas populares. Las apelaciones al patriotismo del episcopado polaco coincidían con el intento legitimador del Comité Militar de Salvación Nacional (WRON), que justificaban su intervención para salvar la patria.

La postura de la Iglesia se mueve en la ambigüedad que caracterizó toda su actuación en los 486 días de lucha obrera. Inmediatamente después de la declaración del estado de guerra, entraron en acción figuras como el obispo Dabrowski, secretario de la Conferencia Episcopal, y el padre Orszulik, portavoz del episcopado, que fueron encargados de asistir espiritualmente al internado Walesa y también de mantener los contactos con el poder militar.

Con el régimen militar, la Iglesia adquirió más fuerza en Polonia, porque es el único interlocutor válido para el poder y mantiene el monopolio de la oposición. Esto no significa que la Iglesia apoye el golpe de Jaruzelski. La Iglesia católica ha vuelto a convertirse en el último refugio de los perseguidos, se encarga de la ayuda a los presos y es el punto de reunión y protección de la oposición popular.

La división llegó al clero

Dentro de la jerarquía eclesiástica se advierten diferencias entre los partidarios de una línea dura frente al WRON y los que prefieren el compromiso. Frente a la postura conciliadora del primado Glemp se perfila la oposición en torno al cardenal de Cracovia, Macharski, y el arzobispo de Wroclaw, Gulbinowicz.

Estas discrepancias se articulan en diferentes declaraciones más o menos críticas sobre el régimen militar, porque la Iglesia no puede permitirse una división interna, que sería aprovechada por el poder. Entre figuras destacadas del catolicismo polaco, algunos verían con buenos ojos la implantación de un bonapartismo o la restauración de un dictador estilo Pilsudski, una solución ideal, en la que la Iglesia pudiese introducir una especie de nacionalcatolicismo.

El 13 de diciembre, el Partido Obrero Unificado Polaco (POUP) no existía como tal. Se puede decir que no era un partido, sino una organización en desbandada; ni era obrero, con casi toda la clase trabajadora organizada en un sindicato independiente opuesto.

La declaración del estado de guerra se tomó al margen de los órganos de decisión del POUP, que fueron ignorados por completo. El general Jaruzelski pasa a actuar después de la declaración del estado de guerra, sin mencionar para nada al partido y con un equipo de colaboradores extraídos de diferentes órganos del aparato de poder, independientemente de su posición en la jerarquía del POUP.

El periodista Myeczyslaw Rakowski, que no pertenecía al Politburó, pasó a, ser uno de los hombres claves del equipo de Jaruzelsk¡. Los órganos de dirección del POUP, Polítburó y Comité Central, tardaron semanas en reunirse, cuando todo el mecanismo del estado de guerra estaba en funcionamiento desde hacía mucho tiempo. Se dio la curiosa paradoja de que los partidos hermanos aprobaron la declaración del estado de guerra cuando el partido polaco todavía no se había pronunciado.

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