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La justicia de un homenaje tardío

La valoración literaria de Juan Gil Albert, sobrevenida en unos pocos años y siempre en crecimiento, le ha llegado del desinteresado entusiasmo de sus lectores, en su mayoría pertenecientes a las generaciones más jóvenes. Las más respetables instituciones, los jurados de los más importantes premios, aun siéndole por la edad más cercanos, no parecen haber abierto aún los ojos ante una obra ya acabada y de tan excelente cumplimiento. Uno diría que una muy espesa sordera impide que llegue a ellos el crecido rumor de la calle.Tanta lentitud e indiferencia han posibilitado que, a pesar de la mucha tardanza, sea en su tierra donde reciba el primer reconocimiento público. Subrayemos el refranero: no hay mal que por bien no venga. El año pasado se inició la preciosa edición de su obra completa; hoy se le concede el Premio de las Letras Valencianas, al tiempo que se le nombra hijo adoptivo de una ciudad en la que prácticamente ha vivido toda su vida. Exceptuando los primeros años de su infancia en Alcoy, sus vacaciones estivales en el Salt alcoyano o en Xátiva, sus muy esporádicos viajes a Francia o Italia y los prolongados años de destierro en América, la trayectoria vital de Gil Albert ha tenido como escenario casi único las ácidas y soleadas calles valencianas y esas cuatro casas que en ella ha habitado. Es fácil asegurar que estos cambios de vivienda, dependientes de las fluctuaciones de la economía familiar, han sido los acontecimientos viajeros más importantes en la vida del poeta. Y es que en él mismo, y en su entorno más inmediato, está la porción más querida del mundo.

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Gil-Albert recibe el Premio de las Letras del País Valenciano en el Encuentro de Escritores del Mediterráneo

Es de resaltar la sensibilidad mostrada por el Ayuntamiento de Valencia al organizar al mismo tiempo el I Encuentro de Escritores del Mediterráneo, pues no hay en todo el ámbito estatal un escritor que mejor simbolice la mediterraneidad que Juan Gil Albert. Sustentada la obra en sus más inmediatas raíces geográficas y humanas, pocas veces se encontrará un escritor rnenos localista y, sin embargo, más localizado. Es en la profundización y extensión de lo local donde habrá que encontrar la universalidad gilalbertiana.

Profundización, sobre todo, en las paganas y siempre vivas raíces de la cultura grecolatina que, no en balde, son las más genuinas fuentes de la cultura occidental. Un personaje de excelsa humanidad: Cristo; no sus secuelas institucionadas. Profunda simpatía por el hedonismo de la vieja cultura hispanoárabe, presente no sólo en los libros, sino en el mismo paisaje. Nutrición espiritual del valenciano Ausias March o del catalán Maragall, en una lengua que es un componente tan pleno como primordial. La extensión va principalmente dirigida, aunque no es exclusiva (Wilde, Mann), a la cultura hermana de: dos países: Italia y Francia (Dante, Montaigne, Saint-Simon, Gide).

Mucho se ha hablado del insólito magisterio poético de la prosa de Gómez de la Serna, y es cierto; pero tal magisterio, en el campo más estrictamente lírico, corresponde, a mi modo de ver, a las prosas de Azorín y de Miró. Es Gil Albert el tercer gran prosista alicantino, y siendo de ellos el único poeta en verso, otras son, sin embargo, las cualidades de su prosa. Hecha de inteligencia, cultura y sensibilidad, se sirve de ella para razonar. Mas lo emocionante de esta escritura es asistir no ya a unos resultados que nos satisfacen en su verdad y su estética, sino al firme y sutil hacerse, ante nuestros ojos, de aquel razonamiento.

Escasos ejemplos pueden ponerse, en nuestro tiempo, de un escritor que haya podido mostrarse maestro con. excelencia en la prosa y en el verso. Es sencillo testimoniarlo ante dos libros como Valentín y Los homenajes. Esta obra se ha hecho desde la intimidad y la soledad más acendradas, para todos y sin tener el aliento de nadie. Con la sola presencia, sobre la mesa, de un pequeño cuenco de desnudos jazmines. "El lujo no es un objeto: es un proceder" (Gil Albert).

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