La emoción no ha muerto
Hay una leyenda negra del verso dicho, recitado, declamado. Se dice, en el teatro, que la tradición "se ha perdido". Quizá por el desuso. Fernando Fernán-Gómez recoge esa leyenda negra en la breve nota al programa de su Recital de otoño en el teatro Español. Luego sale al escenario, dice los poemas y se ve -se escucha y se ve- que nada se ha perdido, y que un recital es como un gran concierto, más que un gran concierto. Hay una pequeña trampa en esa contradicción: la crítica a la perdida de tradición en el verso se refiere más bien al teatro en verso, al de los clásicos o al todavía más difícil de los románticos y cabe la sospecha de que no se haya hecho bien jamás, ni siquiera cuando fue actual, salvo en los bravos fragmentos de aria o dúo, porque la forma de contar la acción, de dar esqueleto a la obra, fue casi siempre ripiosa, ahuecada, falseada. Lo que Fernán-Gómez recita ahora es poesía lírica, alguna prosa. Recita lo imposible, como la Mano entregada, de Vicente Aleixandre.Tienen estos grandes actores, o producen, otro equívoco: el de la facilidad. Parece todo tan normal, tan sencillo: se dice el poema, y ya está. Bastaría, para recuperar la noción de que el recital es posible, ver y oír a Fernán-Gómez y advertir que para decir la poesía basta con comprenderla y transmitirla: trasladarla. Además, hay que interpretarla. Fernán-Gómez no es un recitador: es un actor. Cuando dice, tiene ademanes, gestos, miradas, actitudes. Tienen la doble virtud de la contención y de la expresión. Aquí hay un misterio, como en la voz y su uso, que escaparía, como todo misterio, al mero análisis. Es el misterio de cómo convertir un teatro lleno en un ámbito pequeño y reducido: como dar a lo lírico la intimidad. Como hacer llegar a todos -tan distintos, tan lejanos entre sí, tan a la española divididos entre sí, y aun dentro de sí mismos- a una misma sensación: al dolor inmenso de la elegía de Juan Ramón y de El último amor, de Aleixandre, o ese prodigio de la literatura típica inglesa (traducción exacta de Méndez Herrera) que es la carta en que Bernard Shaw relata la incineración de su madre muerta: con el verbo diario, el innuendo de esa gran literatura, transido de dolor y de emoción. O la breve comicidad -no sin poesía insólita, no sin ternura- de los Anuncios, cuyo anónimo es probablemente resultado de la labor literaria del propio Fernán-Gómez. Un teatro hecho gabinete, por donde transita esa dama huidiza y perseguida en nuestros días: la, emoción.
Recital de otoño
Poemas y textos de Quevedo, Cervantes, Rubén Darío, George Bernard Shaw, Ramón Gómez de la Serna, Juan Ramón, Jiménez, León Felipe, Vicente Aleixandre, Bertolt Brecht, Juan Gil Albert, anónimos. Intérprete: Fernando Fernán-Gómez. Teatro Español, del Ayuntamiento de Madrid. Días 26 y 27 de noviembre de 1982.
La construcción del recital es sencilla: un atril antiguo, la mayor parte de las veces inútil -es la memoria la que trabaja, y aquí hay una lección: leyendo no se llega al fondo de un texto como recibiéndolo, palabra por palabra, por dentro-, un sencillo juego de luces, y para un sólo caso -para El último amor-, una silla y una mesa. Un traje de calle, y nada más. El orden de la programación es probablemente muy discutible. Parece trabajado por la cronología, y eso lleva al error de terminarlo con los dos fragmentos menos sonoros -menos de concierto, de recital- del programa: el relato de Brecht De la infanticida María Farrar, cuya sequedad está traducida por Lauro Olmo, con indudable eficacia teatral, pero cuya frialdad distancia de pronto de la intimidad del recital, y el Homenaje a Oppenheimer, de Gil-Albert, menos indicado qué otro fragmento para dejar caer el telón.
Queda dicho que el público sintió la emoción de la poesía; no se abstuvo de aplaudir y de gritar "¡bravo!" al final de cada fragmento, y se multiplicó al final del recital, añadiendo a su homenaje la esperanza -inútil- de un añadido. Queda, una vez más, la irritación de que este acto no dure más de dos noches y no pueda verlo ni escucharlo una mayoría de público que probablemente llenaría el teatro cada noche. Pienso que en este caso no es sólo la rigidez de programación del Español la que pone este límite, sino la propia resistencia de Fernán-Gómez.
Babelia
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