Sobre la situación militar
Hasta hace poco, hasta el 29 de octubre, la estrategia de la tensión destinada a provocar la reacción militar contra el sistema procedía de un análisis correcto de la situación. Una amplia fracción del colectivo militar aceptaba como algo indiscutible que, de algún modo había que dar un golpe de timón. Múltiples motivaciones, y entre ellas el desprecio por los políticos incapaces de consenso interno para la simple función de gobernar, han sido un revulsivo para una institución que tiende al mimetismo y considera fácil trasponer su propio modelo a toda la sociedad. Buena parte de la colectividad militar llamaba "hijos de perra" al entero pueblo vasco, a Suárez, a Gutiérrez Mellado y a otros responsables del cambio de régimen. Como toda tensión. que no se descarga, la estrategia terrorista producía en los militares rabia, frustración y, sobre todo, agresividad contra una situación insoportable, contra una realidad que ellos mismos, inconscientemente, trucaban al considerarla anhelante de su mediación.Pero desde el 29 de octubre se ha producido en los militares la toma de conciencia súbita, inesperada, de una aplastante realidad liberadora: la apuesta del pueblo por la democracia. Es como si el entero cuerpo de la colectividad militar hubiera sentido en su interíor el estállido de una voluntad general, la voluntad libremente expresada de la sociedad civil. Y ese estallido de una voluntad superior ha provocado lo que hace sólo unas semanas hubiera parecido un sueño: un radical cambio de actitud. La tensión ha desaparecido; se acepta con el sereno sosiego de lo inevitable el hecho terrorista, y ya no se llama "hijos de perra" ni al pueblo vasco en su conjunto ni a los hombres de la transición.
Ideología de predestinados
Hay, sin duda, miembros de las Fuerzas Armadas que no se contentan con llegar algún día a los más altos puestos de la jerarquía militar, sino que sueñan literalmente con una situación política hasta tal punto degradada que haga inevitable su llegada al poder. Inmersos en una ideología de predestinados, que nace de nuestro pasado más reciente, saben en cubrir su ambición bajo la capa de la profesionalidad, la disciplina y la eficacia. Son pocos, pueden contarse con los dedos de la mano, pero tienen un brillante futuro y, además, gozan de gran prestigio entre sus compañeros, que admíran y siguen, en pura dependencia emocional, al líder generado por el propio grupo.
Sin embargo, en palabras de Toynbee, "el agrio fermento del vino nuevo de la democracia en los odres viejos del tribalismo" desplaza poco a poco lo particular, el fetichismo, la mentalidad de grupo, en favor de lo general, la conciencia social, la integración en el consenso. Este proceso interno, antigolpista, se ha vísto acelerado por la presencia multitudinaria de los españoles ante las urnas. El sentido ético de la vida, que está en el origen de toda vocación militar, no es hoy ajeno a la esperanza colectiva. He aquí una sorpresa más entre las múltiples que han deparado las elecciones.
Estamos, pues, ante una nueva situación histórica que el próximo Gobierno ha de saber asumir con energía, inteligencia y voluntad de reforma si quiere que el fantasma del golpe se desvanezca del todo y para siempre.
Energía, porque es un lenguaje que los militares entienden, para cortar de raíz cualquier brote de indisciplina o de revuelta. Inteligencia, en el sentido más amplio del término, para conocer y controlar a lo largo de su carrera a esos pocos mesías encubiertos. Voluntad de reforma, por lo pronto de la enseñanza militar, para que en unos años el hombre enfundado de Chèjov se transforme en ciudadano, uniformado, sí, pero abierto a la modernización y al progreso de la sociedad a que pertenece.
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