La transición de Brasil
QUIZA LA lentitud en el recuento de los votos de las elecciones brasileñas no pase de ser un problema de falta de técnica, habilidad o costumbre, pero en un tipo de elección que, de todas formas, difiere mucho de lo que se entiende por el ejercicio normal de la democracia, añaden sospechas a la falta de fe. La ley electoral, la moderación de la Constitucíón, el reparto de circunscripciones definían de antemano que las institucíones salidas de estas urnas no podrían conducir más que a la elección del candidato oficial a la Presidencia -en el mes de marzo-, que no será, probablemente, otro que el mismo general Figueiredo, que las ha convocado. Más que un cambio de poder, que parecía imposible, se jugaba en esta ocasión lo que se ha llamado una victoria moral de la oposición democrática. Parece que la ha obtenido y que, si los cálculos que se hacen ahora sobre los todavía escasos votos escrutados se confirman, o no varían de alguna forma en el curso del recuento, el conjunto de la oposición democrática obtendrá un número sustancial de votos muy superior al del partido oficialista, pero que sólo en determinados casos podrán conllevar su parcela de poder. Por ejemplo, se sabe que en el Estado de Sáo Paulo habrá un gobernador del Partido del Movimiento Dernocrático Brasileño (PMDB), que se perfila como el posible movimiento alternativo en unas circunstancias normales. Para que lleguen esas circunstancias, parece que estas elecciones no eran más que el primer paso preciso. Son, en sí mismas, un principio de transición; las primeras en dieciocho años, en todo el tiempo que llevan los militares detentando el poder en el inmenso y empobrecido país.Si se confirman los resultados previstos la oposición recuperará el ánimo que había perdido. La confirmación de que en las grandes ciudades son las candidatpras democráticas, y especialmente las del PMDB, I.as que consiguen ventaja, mientras que en las enormes zonas rurales gana el partido oficialista, vendría a indicar que la democracía gana donde hay menos miedo, menos caciquigmo, menos posibilidad de manipulación de la voluntad del electorado y hasta de la manipulación de las urnas. Aunque el miedo, por lo que parece desprenderse de los testimonios actuales, no deja de estar presente en ningún punto del país. Se mantiene la pregunta de si, a la vista de los resultados, los militares, que consideran a Figueiredo como extraordinariamente avanzado -a pesar de todas las reservas y precauciones con que ha hecho estos comicios-, no tomarán medidas por su cuenta para evitar que continúe hacia adelante el camino de progreso iniciado.
Sin embargo, por otra parte, está el aparente deseo castrense, común a otros puntos de Latinoamérica, de dejar a los civiles la responsabilidad de administrar situaciones económicas endebles, y de retirar las manos del Ejército de una tarea económica y administrativa en la que no ha estado especiahpente muy brillante.
Figueiredo, general de la transición, va a ser presidente de nuevo, muy probablemente, con el halo de una cierta legalidad que él mismo ha fabricado -con mucha mayor sutileza y apertura que la de los militares turcos- y tal vez con una oposición no demasiado rígida ni exigente, que pudíera dar al régimen el semblante de la transición, la cara de las reformas y la responsabilidad para los civiles.
La verdadera importancia de este paso se reflejará cuando, una vez instaláda la nueva legislatura, se vea si tiene algún reflejo en la vida diaria, y si las libertades han ganado algo al miedo a la cárcel, la tortura o el asesinato, que ha imperado en años pasados. Los signos, en cualquier caso, son positivos.
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