Un recital previsible
Comenzó dando las gracias. En español y en inglés, pues José Feliciano pertenece a esa gente que lo mismo asume un cha-cha-chá que canta a Stevie Wonder o a los Doors. Y allí estaban también las gentes del reencuentro, llenando el Alcalá Palace, paseando pieles o marcelinos, que de todo puede congregar este cantautor ciego y recuperado. Dio las gracias y luego la emprendió con Moliendo café, que es canción bella y conocida. Dijo: "La verdad está en mi corazón".Era un recital previsible y se produjo como un metrónomo en el que lo único inquietante era la presencia. Un estar tenso y agónico que no permitía el placer tranquilo, que en algunos gestos ponía los pelos de punta, que iba devanando la madeja antigua de pasadas glorias. Feliciano es hoy el mismo entretenedor que fué. Alguien por encima del éxito puntual, porque quienes le aman no pretenden descubrir en él nuevos horizontes, sino actualizar sensaciones que, en su día, sí fueron nuevas. Pero no es sólo nostalgia de un nombre o unas canciones. Es la necesidad que tienen muchas personas llamadas maduras de volcar su sensibilidad en algo que entienden, comprenden e hicieron nacer.
Era una actitud semejante a cuando canta Miguel Ríos o viene Eric Clapton. No es tanto una música determinada cuanto una forma de hacerla. Cantautores aliados con el rock, héroes de una generación que tomóo su conciencia en los sesenta y para quienes la música ya no implica una militancia, sino un simple y descontextualizado placer.
El recital en sí nos condujo por Santana, un reggae, el festival de San Remo (Que será, qué será), el Pretty Woman de Roy Orbison, canciones propias y ajenas que a los dos primeros acordes ya levantaban las palmas. Claro, si el artista pertenece al reino de las variedades, sus música ha de ser genérica. Que la cante con esa voz doliente de siempre, que el grupo acompañante (un trío) sea mejor o peor, que la audiencia sea más o menos receptiva, no importa tanto como la ceremonia que resume todo. Hace ya muchos años le preguntaron a Paco de Lucía por la guitarra de Feliciano. "Sí, es simpático tocando, pero nada más", vino a decir el monstruo. Sí, José Feliciano es simpático cantando, tocando y no dejando un solo espacio para el lucimiento de sus acompañantes. El era principio y fin de aquella cosa. Una velada en la que sólo faltaban cócteles de champán y una pista de baile. Algo poco profundo en sí mismo y que logra la emotividad más por el remake de lo ya vivido que por crear nuevas ilusiones y nuevos sentimientos. No puedo decir que estuvo mal porque hizo lo que tenía que hacer. En lo personal hubiera preferido boleros, salsa, cosa tórrida, pero esto hubiera sido un riesgo y nadie, ni el público ni el mismo Feliciano, buscaban más que el camino verde. Volver a pasar.
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