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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Olor de éxito

Georges Bernard Shaw estrenó Pigmalión en 1913. Era una obra ácida y divertida, crítica, social: de cómo las maneras, las formas de la clase alta o dominante son una cuestión de superficie que se puede imitar. En 1956 Lerner y Loewe la convirtieron en espectáculo musical. Hubo una onda en Estados Unidos -todavía no se ha extinguido- de aumentar la condición de espectáculo de algunas grandes obras y darles un aditamento musical y coreográfico: había comenzado la falta de imaginación en el género, y la necesidad de buscar famas, glorias, nombres brillantes para utilizarlos. Muchas grandes obras de teatro fueron destrozadas. Con Pigmalión hubo más suerte: si perdió su mordiente, su intención, al pasar al musical, le quedó su parte de novela, de la que por cierto Shaw nunca renegó. Y, además, el musical, titulado My fair lady, tuvo sus valores intrínsecos; una buena partitura de comedia musical, un excelente espectáculo. Pasó al cine -con Rex Harrison, Audrey Hepburn, Stanley Holloway; la dirección de Cukor- y se convirtió en clásico.Hay un riesgo claro en repetir aquí ese musical, con los medios de a bordo: el de las odiosas comparaciones. Hace años que Juan José Alonso Millán corre ese tipo de riesgos: es un caso de vocación y de perseverancia. El problema no está solamente en la escasez de medios humanos y materiales para este trabajo, sino en su carestía. De todas las aventuras que ha corrido en el género, probablemente esta de ahora, la reproducción de My fair lady, es la más lograda. Tiene algunas bases esenciales: una orquesta que suena muy bien, una coreografía adecuada dentro de las dificultades de un escenario no muy amplio, unas voces que no desafinan, y no sólo en los coros sino en las primeras partes. Una escenografía media que no alarga las mutaciones: y la propia dirección de Juan José Alonso Millán, que narra bien la historia -a pesar de una cierta precipitación final- y que coloca los números. Mejores los populares que los elegantes (en los que se hace más notoria la pobreza y la incapacidad de imitar las llamadas clases superiores inglesas: el propio profesor Higgins hubiera fracasado).

My fair lady, de Alan Jay Lerner y Frederick Loewe, versión de Juan José Alonso Millán y arreglos musicales de Teddy Bautista

Intérpretes, Alberto Closas, Angela Carrasco, Alfonso del Real, Amelia de la Torre, Manuel Alexandre, Mercedes Borque, Sergio Facheli, Blanca Patiño, Yulio Abatar, Paco Grimón, Alberto Closas hijo, Clemente Jiménez, Angel Castilla, Javier Ferrer, Rubén Martínez, Oscar Millares, Joaquín Arjona, Henry Brown, Oscar Millares, Conchita Iniesta, Natalia Millán, Matía Jesús Uña, Marta Valverde, Teresa Pajares, Marcelo Díaz, Mayte Merlo, María José Llanos. Escenografía y vestuario de Antonio Cortés. Coreografía de Mario Watusi. Dirección de Juan José Alonso Millán. Estreno, Teatro Palacio del Progreso, 3 de diciembre.

Homenaje a Alfonso del Real

La representación -el estreno oficial- se convirtió repentinamente en un homenaje a Alfonso del Real: casi una apoteosis. Alguno de sus números fue interrumpido por bravos y ovaciones, y hasta por espectadores avanzando por los pasillos de la platea para expresarle su admiración. Pienso que había en este homenaje bastante más que la satisfacción por su actuación excelente: el reconocimiento a toda una vida de actor cómico. Incluso un tributo a algo que representa muy bien: una clase de actores con oficio y arte, pasados por todos los géneros y por todos los medios, y siempre con una solvencia que brilla sobre los improvisados. Se mereció su homenaje, se lo ganó, como se ha ganado siempre su trabajo. No faltaron tampoco ovaciones para sus compañeros de reparto, para Alberto Closas -por debajo de sus condiciones habituales, alcanzado por algunos percances físicos-, para Angela Carrasco -venida de otro género-, para el pequeño grupo de los cockneys o para al sexteto del servicio doméstico. Y, justamente, para la orquesta.A todos les perjudicó el mal funcionamiento del sonido. Los micrófonos convierten las voces en metálicas y opacas, les quitan relieve, cambian la protección de voz de los actores y añaden sus propios chasquidos, acoplamientos, bramidos.

Alonso Millán, Closas, Alfonso del Real, pronuciaron ante el entusiasmo del público algunas palabras revirtiendo sobre sus compañeros el éxito que acaba de producirse.

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