Un 'elisir d?amore' con hielo y soda, en el festival de Oviedo
No siempre resulta sencillo establecer por qué esotéricas razones un espectáculo razonablemente atractivo sobre el papel puede llegar a convertirse en un bodrio soso y aburrido, pero el caso es que la representación de L'elisir d?amore, que el pasado lunes abrió el 34º Festival de Opera de Oviedo -y que con Carreras, Trimarchi y Mariella Devia parecía prometer resultados excelentes- no pasó de ser una obrita insulta y deslabazada, que osciló entre la zafiedad y el genio según el azar, la necesidad o el humor de cada cual. En lo escénico, la dichosa, pertinaz y, tal vez, inevitable improvisación, la definición formal de los caracteres, la ausencia de un criterio capaz de imponerse a los caprichos de cada cual; en el desarrollo musical, la renuncia evidente del director, Jan Stych, a obtener un resultado distinto de una modesta concertación. Lo cual, todo hay que decirlo, con la Coral Vallisoletana en escena, no es poco.Y es que este coro, por las razones que fuesen, estuvo tenso, inexpresivo y siempre rozando el fallo..., aunque sea de justicia señalar que algunas de sus intervenciones son extremadamente difíciles, por cuanto tienen de permanente apostilla al desarrollo de la acción.
L'elisir d?amore
Donizetti. José Carreras (tenor), Mariella Devia (soprano), D. Trimarchi (bajo), E. Nova (barítono), M. Uriz (soprano). Coral Vallisoletana.Orquesta de la Opera de Brno. Director: Jan SIych. Teatro Campoamor. Oviedo, 13-9-1982.
Alguien, y abundo en el aspecto del perfil de los personajes, debería haberle dicho a Trimarchi que la costumbre de apayasar los papeles bufos, además de estar a pasada de moda, no es sino prueba evidente de la decadencia de una voz. José Carreras y Mariella Devia militaron ya en el hemisferio de lo francamente positivo, aun cuando el tenor, colocada la voz en un registro heroico-dramático, sorprendente para un papel de ligero, no siempre acertó con el timbre. Con todo, su romanza, junto con el aria cabaletta finales de Adina, se llevaron los aplausos más importantes de la noche.
Con toda justicia, porque Carreras es uno de los mejores tenores del momento, por más que ahora esté de moda denostarle, y Mariella Devia posee una de las más hermosas y afinadas coloraturas que escuchar se puede.
Quizá le faltó, en todo caso, un poco de esa soltura solfística que otras veces derrocha a raudales. Aunque no debe de ser sencillo frasear con Stych, que castigaba cualquier intento de expresión agónica con la persistencia de un ritmo machacón y la elevación del volumen de la orquesta, que, de otra parte, cumplió bien, aunque no tenga L'elisir la enjundia suficiente para juzgarla.
El barítono Ettore Nova, flojo, muy flojo, no logró en su cavatina esa magistral caricatura que resulta de contraponer a la subdivisión ternaria el tono galante y bravo. Pero, sobre todo, estuvo borroso en la coloratura, cuando no francamente desafortunado en alguna fermata que rozó la estridencia.
La soprano María Uriz, alguna entrada en falso aparte, cumplió sin dificultades mayores en la interpretación de su papel.
Babelia
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