La llamada a la austeridad del FMI
LA ASAMBLEA del Fondo Monetario Intemacional en Toronto ha terminado con las mismas incertidumbres con que empezó. La posibilidad de que una parte de los países en vías de desarrollo, -especialmente en América Latina-, entre en bancarrota financiera, persiste pese a las medidas adoptadas de incremento de cuotas de los miembros del Fondo. El efecto multiplicador que esa más que hipotética bancarrota tiene en el resto del mundo desarrollado ha hecho pensar a los más catastrofistas, que se avecina una crisis financiera mundial parecida a la de principios de los años treinta.Sin embargo no es muy previsible que ello ocurra. El sistema se ha sofisticado y los intereses de los países más poderosos no permitirán que una reacción en cadena alcance a sus bolsillos. El ministro español de Economía, Juan Antonio García Díez, fue muy explícito en sus declaraciones: "Ningún Gobierno del mundo dejará que ninguno de los grandes bancos caiga. Yo, al menos no lo haría. De la misma manera que el Gobierno alemán ha ayudado a la AEG, lo mismo pasará con los bancos si llega el caso".
La asamblea del FMI ha postpuesto para su próxima reunión, en abril de 1983, la creación de un sistema extraordinario de asistencia a los países con problemas de endeudamiento externo. Sin embargo ha llegado al consenso de elevar las cuotas que cada uno de los 146 países miembros pagan a la institución, hasta un porcentaje que se sitúa en tomo al 50%. La contrapartida de este incremento es la dramática llamada a la austeridad y al rigor en la aplicación de las políticas económicas. Existe el peligro de que aumenten las ayudas del FMI a las naciones deudoras sin que éstas asuman los controles necesarios para corregir su situación. En este último caso, a la bancarrota se le unirá la reactivación del proceso inflacionista, lo que complicará la situación económica mundial. La efectividad de los tímidos acuerdos de la asamblea del FMI del Banco Mundial dependerá en buena medida de que las recomendaciones se hagan efectivas. Sólo así se evitará la sensación existente entre una buena parte de los casi -10.000 asistentes de que se ha perdido una nueva ocasión para hacer una revisión profunda del sistema financiero nacido después de la segunda guerra mundial, y que los cambios registrados en las últimas décadas han dejado en precaria situación.
Por otra parte, las llamadas a la austeridad a los países en desarrollo desde las naciones más poderosas no dejan de resultar irónicas al menos en algunos casos. Al mismo tiempo que Estados Unidos regateaba esfuerzos para conseguir que las cuotas no se incrementasen de modo sustancial, enfrentándose una vez más a sus aliados europeos más sensibles a la ayuda al Tercer Mundo, inyectaba recursos a algunos de sus bancos privados pillados por la gigantesca deuda externa mexicana -cercana a los 80.000 millones de dólares-. Este doble comportamiento de la Administración americana va formando parte habitual de su política cotidiana; el último ejemplo ocurrió con el tema de las sanciones a las empresas que suministraron tecnología para el gasoducto soviético mientras los Estados Unidos aceleraban sus ventas de grano a la Unión Soviética.
Por último, una reflexión sobre el papel de nuestro país. García Díez ha sido elegido presidente de la próxima asamblea del FMI y del Banco Mundial, en representación de la nación. Se trata de un cargo honorífico, generador de imagen pública, que muy probablemente no será aprovechado por el actual vicepresidente económico. Para abril de 1983 habrá un nuevo Gobierno en España, fruto de las inmediatas elecciones legislativas, y será el entonces titular de la cartera de Economía quien ocupe la presidencia del FMI. Un FMI cada vez más potenciado como institución por las dificultades de financiación externa de los países en vías de desarrollo.
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