Fuera de control
LOS JEFES de Estado de la Liga Arabe llegaron a encontrarse en Fez, en noviembre pasado, para considerar en unos minutos que no había posibilidades de acuerdo y disolverse; un trabajo paciente desde entonces ha conseguido que se citen de nuevo para el día 6 en la misma ciudad. Sin muchas perspectivas. Los problemas con los que se enfrentan se han hecho más graves. Además de proponerse ahora un arreglo para la cuestión palestina, tendrán que tratar de hacerlo para la de Líbano. No debe parecer fácil que los miembros de la Liga acepten la retirada pura y simple de Siria -que, a fin de cuentas, es su mandataria- y la opresión de sus hermanos musulmanes por la cristianización de Líbano por un presidente doblado de guerrillero falangista y elegido por la presión de las armas y la ocupación de parte del país por Israel. Al parecer, el problema actual de la Liga es que tiene demasiados proyectos *de solución en su mesa de trabajo que w concuerdan unos con otros y hasta que son contradictorios. Un exceso de soluciones para un mismo problema equivale a ninguna solución.Sucede, además, que otros grupos, entidades, organismos o naciones buscan sus soluciones personales; que ninguna de ellas puede prevalecer sin la aceptación de Israel; que Israel trata de atenerse ahora a los acuerdos de Camp David, precisamente cuando teme que la declaración del presidente norteamericano Reagan sobre el reconocimiento de la autonomía palestina vaya más lejos de lo que permite su propia interpretación de aquellos acuerdos, que a su vez están pulverizados por la invasión de Líbano y por la nueva angustia de Egipto después del asesinato de Sadat y del equilibrio inestable de Mubarak; y que el problema palestino forma parte de una cadena mucho más extensa, que abarca una zona que se extiende desde el extremo occidente islámico, donde Marruecos se enfrenta con los saharauis, hasta el Oriente, donde la URSS ocupa Afganistán, pasando por el problema Chad-Libia, por los dos Yemen (Norte y Sur), por la guerra Irak-Irán y por la contención en Turquía, por medio de una dictadura militar, de problemas donde se mezclan los factores religiosos, los sociales y los internacionales; y no se puede descartar dentro de esa amplia media luna la cuestión de Etiopía con Somalia y Eritrea.
Todo esto tiene una enorme complejidad. Los conffictos se interpenetran, se corresponden, se estimulan unos a otros. Tienen factores históricos, religiosos, de lucha de clases, de regímenes distintos. Hace tiempo que los historiadores llegaron al convencimiento de que no existen guerras resolutivas. Cada una deja arrastrar hacia el futuro sus mismos problemas no extintos junto a los nuevos que crea. En toda esta media luna encontramos enteramente vivos problemas históricos: en los programas políticos de pálidos de Israel y en su acción actual figuran los términos milenarios de la tierra de promisión. Se pueden encontrar fragmentos de la caída del imperio bizantino y de las diversas colonizaciones y descolonizaciones (de la misma forma que en la actualidad española se encuentran problemas que proceden de la Reconquista y de la política interior de los Reyes Católicos). Hay guerras de nacionalidades y de fronteras, y guerras civiles más o menos latentes...
Es difícil, por tanto, imaginar que la solución de un solo problema existe; todo es interdependiente. Más difícil aún es imaginar una sola solución para todo el conjunto. La manera más simplista de verlo es la de una sustitución de la guerra global entre Estados Unidos y la URSS. En parte, esa es la visión del presidente Reagan, quien estima que una actitud militante en esa zona, como en otras del planeta donde supone que se libra la misma batalla general, puede conducir a una retracción de la URSS e incluso a un desplome de su régimen.
Sin embargo, parece que en este amplísimo frente de problemas encadenados unos a otros hay factores decisivos que ya están fuera de control. Fuera del control que Reagan cree tener (reforzado ahora por la importante sensación de triunfo por lo sucedido en Líbano) y, lo que es más grave, fuera del control que cree que tiene la Unión Soviética.
Probablemente está fuera de situación la idea de los tiempos de la posguerra, de los tiempos duros de la guerra fría: la idea de que el mundo está estrictamente dividido entre la URSS y Estados Unidos. Reagan procede de esa época, ideó sus soluciones políticas para esa época, y quizá no tiene la suficiente plasticidad -por su edad y por su solidificación conservadora- como para entender que la escena internacional tiene otros muchos actores y mucho más texto que entonces. Debió comprenderlo en Cuba y en Vietnam, como la URSS debe haberlo comprendido en Afganistán -donde el régimen caería en el momento en que sus divisiones abandonasen el territorio- y en Polonia. Una creencia mutua de que lo que sucede en esa zona del mundo, como en otras que ofrecen un paralelismo a grandes rasgos, es culpa de la otra potencia podría precipitarnos en lo peor. Ya sólo el gran aspecto de nueva guerra fría que toman los acontecimientos está rompiendo Occidente.
Toda esa cuestión, que afecta principalmente al mundo islámico y sus proximidades, es algo que va a perdurar: sus destrozos, su desolación, su repercusión sobre la economía mundial, sus alternativas. Y sus riesgos. Por ahora, no va a ir a mejor.
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