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CORRIDAS GENERALES DE BILBAO

Los Victorino no eran de ley

Plaza de Bilbao. 22 de agosto. Séptima y última corrida de feria.Cuatro toros de Victorino Martín, de feo estilo. Tercero de La Quinta, flojo. Quinto, sobrero de Felipe Lafita, poderoso, noble. Todos con trapío y mansos.

Ruiz Miguel: Estocada corta atravesada y descabello (ovación y salida a los medios). Cinco pinchazos, -aviso,-, otro pinchazo, rueda de peones y tres descabellos (silencio).

Luis Francisco Esplá: Pinchazo, otro hondo delantero y tres descabellos (ovación y saludos). Estocada baja (petición y dos vueltas).

José Luis Palomar: Dos pinchazos y descabello (silencio). Pinchazo y media (algunos pitos).

Victorino Martín pegó ayer el petardo en Bilbao, con sus toros. No los trajo de ley, y así le ocurrió, que la gente pedía su cabeza -dicho en sentido metafórico, naturalmente- cuando acabó la corrida. Había una expectación como no se recordaba aquí desde hace muchos años.

La plaza registró un lleno "a reventar" y se veían aficiones llegadas de todas partes, indudablemente en peregrinación torista, desde la cercana Pamplona hasta la más distante Sevilla. No faltaba, desde luego, la de Madrid y su andanada del 8, que encabezaban Antonio Sánchez, presidente de la peña del mismo nombre, y los "jóvenes veteranos" Miguel Martín y Federico Fernández de Heredia.

El librillo del maestrillo

El todo Bilbao, todas las aficiones, se habían congregado para ver los Victorino, ya toros de fama, más aún desde la memorable tarde de San Isidro, y por si fuera poco, con el mismo cartel de toreros de aquél día. Resultó, sin embargo, que el maestrillo propietario de la divisa tiene su librillo, se administra según le dictan sus entendederas, y para tan solemne ocasión reservó un saldo, del que únicamente pudieron lidiarse cuatro ejemplares.

De estos toros se dice, con razón, como de los Miura: que pueden salir buenos o malos, pero jamás se les tolera si carecen de la personalidad que es propia de su casta.

En este sentido, Victorinos de verdad hubo uno nada más, que fue el primero, cárdeno de trapío, bien armado, el cual desarrolló el sentido característico de la casa y dio mérito a la faena de Ruiz Miguel, que de Victorinos se las sabe todas, y se empleó, como siempre hace, con valor, entusiasmo y ligero pie para burlar la medias arrancadas y los peligrosos derrotes que tiraba el toro a la salida de cada pase.

Los otros fueron una vulgaridad. El segundo estaba inválido; el cuarto parecía moruchón; al quinto, un impresionante cárdeno cornalón cornipaso, lo devolvieron al corral por cojo; el sexto no tenía recorrido ni fijeza.

Toros vulgares

Con semejantes re galos, los diestros estuvieron valientes y pundonorosos, que es cuanto cabía exigirles, y el público se lo agradeció. Con mejores resultados Ruiz Miguel, pues su condición de experto en la materia victorinera le permitió acoplarse al cambiante comportamiento del cuarto, y a veces hasta reposaba su toreo. Estropeó la faena con la espada, pues mató a la última.

El de La Quinta también era de media arrancada y Palomar lo porfió sin confiarse demasiado. El sobrero, por el contrario, que demostró poder y manseó en el primer tercio, llegó a la muleta noble. No lo parecía pues en los primeros pases embistió violento, pero Esplá le dio la distancia adecuada y poco a poco consiguió encelarlo en el engaño. Fue aquello lo verdaderamente importante de la faena, pues en el resto el torero alicantino instrumentó numerosas series de redondos y naturales con escaso temple y abundancia de tirones. Le aclamó el público, pero la afición sabe, y él quizá reconozca también, que estuvo siempre por debajo de la boyantía del toro.

Esta faena de ayer en Bilbao nada tiene que ver con la que cuajó al Miura en Valencia. Parecía otro torero.

Esplá y Palomar se cedieron los palos en sus primeros toros, y se aliviaron bastante en la suerte. Debieron abstenerse, principalmente porque en el toro que abrió plaza El Formidable había prendido dos pares sensacionales, en el segundo de los cuales dejó llegar tanto que el Victorino le partió la taleguilla de un guadañazo. Saludó montera en mano, con el público puesto en pie.

Agresión a un compañero

Fue lo mejor de una corrida que se presumía grandiosa y luego resultó que no era de ley. Victorino, con su saldo, nos dio una tarde de aúpa.

Inesperadamente, nuestro compañero Andrés Duque ha sufrido, en el mismo periódico vasco donde hace la crítica taurina, una agresión brutal.

Cierto colaborador le ha cubierto de insultos a lo largo de un artículo tercermundista, simplemente porque escribió hace unos días que la fiesta de toros tiene sus orígenes en el País Vasco.

Los propios trabajadores del aludido periódico han publicado una carta de solidaridad con Duque y los compañeros de la crítica taurina hemos salido al paso de este atentado contra su buen nombre, contra su integridad moral y contra su profesionalidad, demostrados suficientemente durante muchos años.

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