El Ejército trata de ganar tiempo para recomponer su proyecto político
En la trama de una concertación -concepto del comandante en jefe del Ejército, general Cristino Nicolaides- con los partidos, que permita un "repliegue con la conservación del papel tutelar del poder castrense, existen complicidades de políticos moderados comprometidos, según afirman los observadores políticos. Una de las exigencias militares es que se cubra con un "manto de olvido la actuación de las fuerzas armadas en la guerra contrasubversiva", o sea, el drama nacional de los 30.000 hombres, mujeres y niños detenidos-desaparecidos (entre ellos, más de cien periodistas, miles de delegados obreros, y de profesionales, artistas y científicos). El dirigente del ala progresista del Partido Radical, Raúl Alfonsín -una figura política en ascenso- denunció estos intentos que calificó de contubernio."Sería realmente trágico", dijo Alfonsín a finales de julio, "que esta concertación de que se habla se transforme nada más que en una concordancia de las cúpulas (militares y algunas civiles) para impedir el acceso de los sectores que quieren participar en serio en el proceso de democratización del país".
Temor de los militares a un proceso civil
En cuanto a la cuestión crucial de los desaparecidos, Alfonsín, ante el temor castrense al síndrome Nürenberg, dijo que, en el caso de ser electo presidente de la nación, "permitiría la actuación de la justicia ordinaria de la democracia argentina, en un Estado de derecho, con imperio de la ley y de la Constitución".
Sus palabras detonaron en el ámbito militar con un efecto expansivo superior al poder del fuego británico en las Malvinas. Sectores ultraderechistas y del ultraliberalismo económico coinciden en considerar a Alfonsín como su enemigo número 1.
De acuerdo a la ley política de que los contrarios también juergan la partida, el proyecto de continuismo sutil del grupo de generales que rodea al eje dominante Nicolaides-Bignone, es acosado no sólo desde el frente social, sino desde el propio en tomo militar. "Los catorce generales de brigada impusieron a los diez generales de división la dimisión de. Galtieri y la asunción de Nicolaides como encarnación de la continuidad del bloque golpista de 1976.
Sin embargo, todo el generalato está sentado sobre las báyonetas de las capas inferiorel de la pirámide. La estafa y el saqueo del país que supuso la política económica del régimen y del superministro José Martínez de Hoz, afectaron a capas medias arribistas, de donde proceden muchos de los actuales oficiales jóvenes, tanto jefes como subalternos. El estamento militar eá ahora un horno donde se entremezclan proyectos de poder de toda índole, casi todos de raíz derechista, pero también hay grupos abiertamente nacionalistas en lo económico.
Nadie sabe, ni los servicios secretos internos, por dónde puede saltar la chispa que precipite un cortocircuito, que puede incendiarlo todo", coinciden fuentes responsables.
No obstante, los analistas más serenos evalúan que el temor de los militares a un proceso civil basado en dos acusaciones básicas -desmantelamiento y entrega de la economía al interés multinacional, y genocidio contra la propia población (que puede llegar, inclusive, a un proceso por "traición a la patria", con un tercer sumario por la aventura de las Malvinas)-, tiende a unir a las cúspides militares. Tales anar listas recuerdan que la etapa de guerra sucia y sus miles de víctimas civiles fue impuesta desde los alteilmandos mediante la llamada teoría del pringaje: rotativamente, todos (teóricamente) los oficiales debían participar de las torturas.
Pero otros factores, ya irreparables e incontenibles, tienden a enconar las contradicciones castrenses. La temperatura límite de la caldera social, por un lado y, por el otro, el temor a la ley del embudo, que cortaría el hilo por lo más delgado, castigando sólo a un grupo de oficiales de menor graduación", absolviendo a los responsables máximos. Esto ya ha sido bautizado, al interior del estamento castrense como gatopardismo militar.
Corrupción masiva
Las revelaciones -de una crudeza incisiva- de los testimonios de los soldados liberados por la Task Force, y los descubrimientos por los propios civiles sobre las mil y una corrupciones que roen el esqueleto militar, actúan estos días como un ácido sobre el cúmulo de llagas de los aparatos armados.
En Comodoro Rivadavia, el centro más importante de la Argentina austral, aparecieron en el comercio artículos que los familiares y la población civil enviaban de regalo a los soldados, casi adolescentes. ¿Quién podía venderlos sino los mismos militares responsables de su recepción y distribución? En uno de ellos, un chocolate enviado por un niño de siete años, apareció una esquela de letra infantil deseando al soldado que lo disfrutara "ánimo y el cariño del pueblo". Los soldados de reemplazo -según sus testimonios- sólo disfrutaron de la muerte, la desprotección del mando y el hambre.
La guerra -afirman los analistas- no es la instrucción cuartelaria. El ejemplo, en combate, de los jefes es, decisivo. Las rebeldías, contestaciones y sordas animadversiones de todo tipo cundieron entre los soldados en el terreno malvinense ante lo que debían vivir y descubrir. Es sabido -en Argentina la experiencia es obvia- que en todo golpe de Estado militar siempre hay una gran cantidad de material logístico y de intendencia perdido en combate, eufemismo que oculta otros destinos, hasta para los colchones que jamás salieron del cuartel.
¿Qué ejemplo -se inquieren analistas, incluso militares- recibe un soldado conscripto (de reemplazo) al observar el latrocinio de unas fuerzas que llegaron a estibar inmensos almacenes comerciales clandestinos -sin pagar facturas ni impuestoscon las joyas, aparatos electrónicos y electrodomésticos, cuadros, muebles y todo objeto vendible, botin de guerra capturado a mermes civiles en la guerra contrasubversiva?
El 'síndrome Potemkin'
La idea -en estudio por el Ejército- de suprimir el servicio militar obligatorio en Argentina, para crear una "fuerza profesional exclusivamente", no tiene origen en la necesidad de modernización argüida, sino en el temor al síndrome Potemkin, detectado entre los soldados en las Malvinas, afirman fuentes idóneas.
Las armas en manos de jóvenes hijos de trabajadores, castigados por el paro y el hambre, "son peligrosas en estos momentos"; tal es la tesis que circula en el Estado Mayor, según las mismas fuentes. Si el poder militar parece entrar en su crisis final, las causas radican en su propio mesianismo de esquema tutelar de la sociedad civil, inducido y manipulable por los factores trasnacionales, que lo enajenaron al servicio de intereses de un bloqpe militar y financiero mundial, agregan.
El fantasma del argentinazo social planea sobre los estados mayores militares y sectores políticos, parcial o totalmente afines, y la documentación de ello es, no sólo abrumadora, sino visible en las calles del país, donde el grito del 15 de junio, "los chicos murieron, los jefes los vendieron", abarca también a ciertos políticos que aplaudieron acríticamente la aventura malvinense.
Amenaza de insurrección
Después del golpe paralizante del 2 de abril, el país vuelve al clima de lá batalla campal frente a la Casa de Gobierno del 30 de marzo precedente. La central obrera (CGT), opuesta a la concertación, denunció que "ocho millones de trabajadores y ciudadanos, hombres, mujeres, niños y ancianos, pasan diariamente hambre, soportan el frío y sufren enfermedades y dolores que no pueden mitigar".
"Cotidianamente", agrega la CGT, "decenas de miles de ellos buscan su comida en los basurales y rescatan los restos de verduras y frutas de los desperdicios y la podredumbre de los grandes mercados (...) En las zonas fronterizas, miles de pobladores regresaron a la vida primitiva, y tienen que alimentarse con raíces silvestres, brotes de,tacuara, (una caña alta), de la caza y de la pesca".
El documento -emitido el 26 de julio- acusa de todo ello al "vaciamiento inescrupuloso de la riqueza de la nación que hicieron los agentes de la aritipatria entronizados en el poder durante los últimos años, al sadismo y la crueldad de los insaciables, que tienen la responsabilidad de haber introducido la miseria y el hambre en los sectores populares del país más rico del mundo (...) . Una ciclópea eclosión social brotará de las capas más profundas de la sociedad para manifestarse multitudinariamente, expresando las ansias de libertad y justicia social de nuestro pueblo".
Para los servicios de inteligencia militares se trata de "una verdadera proclama insurreccional". Para observadores, atentos, es, simplemente, un paso político inesquivable ante el sentimiento insurreccional, que conmueve incluso a sectores medios, depredados económicamente por la política militar.
Si la deuda exterior era, en 1981, de 35.000 millones de dólares -curiosamente, con la gran banca estadounidense y brítánica, en primer término-, los dos meses y medio de la operación Malvinas -que sólo consolidó a los británicos en las islas- pudo costar otros 5.000 millones en pérdidas de todo matiz, y las reposiciones militares pueden costar, en el futuro, otros 10.000 millones, según algunos expertos.
Entre tanto, el 3 de julio, cuando retornó el submarino nuclear británico Conqueror a su base de Clyde, flameando en su torreta la Jolly Roger (bandera negra pirata, en señal de triunfo), Margaret Thatcher afirmó que "hemos vuelto a ser la gran nación que dominó al mundo". Paralelamente, algunos obispos argentinos organizan ollas populares para salvar del hambre a una masa que reacciona con ira ante cualquier uniforme.
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