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España y las Españas /3

Este es, históricamente, el trasfondo de nuestra situación actual, trasfondo cuya complejidad ha agravado, a veces dramáticamente, esa travesía del desierto que para España y sus comunidades componentes supusieron los cuarenta años de régimen franquista. Cuarenta años de machacona propaganda nacionalista, de centralismo fanáticamente represor de todo particularismo y de toda autonomía, tachados de separatismos y de antiEspaña. "La patria del franquismo", escribía recientemente en estas páginas Félix de Azúa, era estrecha y reventó". La definición de España se basó en la implacable labor de un cuerpo de funcionarios, los censores, quienes impidieron a todo trance que apareciera otra España que no fuera la definida lingüísticamente por el régimen. Una patria diminuta y grosera, celosamente cuidada por mercenarios que se llenaban la boca con palabras de amor hacia la nación". Ese era el tinglado de la farsa nacionalistacentralista del franquismo. El régimen, que andaba siempre en acoso de lo que él llamaba la anti-España, ha sido, sin lugar a dudas, el responsable de la agudización de los nacionalismos periféricos y centrífugos. Pretendiendo imponer una España Usa y llana, igual a sí misma, lo que hacía era exacerbar las diferencias y convertirlas en hostilidad intestina, en guerrilla armada y separatista. Franco no es el inventor del PNV, pero sí lo es de ETA. De las terribles consecuencias actuales no son responsables ni la generosa República de 1931 ni la abierta democracia de 1978, sino la brutal represión franquista en Euskadi.La diversidad, un problema de culturas

Pero, como ya he dicho, la cosa viene de mucho más lejos: el problema plurinacional español es secular. Y está aún por resolver, no tanto en el nivel de las estructuras jurídico-política como en el de las vivencias culturales. Porque la diversidad nacional española es, esencialmente, un problema de cultura o de culturas. La España de las autonomías es, o debiera ser, antes que una cuestión de federalismo adaptado o atípico, una cuestión de comprensión intercultural. Y cuando un intelectual madrileño antifranquista, demócrata y hasta socialista, no duda en acusar a los catalanes de separatismo o de faltar a la solidaridad con su reiterada reivindicación de la identidad cultural y con su proclamación pública dé, ser una nación, me digo que aún queda mucho por hacer en pro de la convivencia plurinacional y pluricultural española. Graves inercias del pasado impiden comprender lo que debiera ser pura evidencia. He oído decir a un coronel del Ejército español que ellos (el Ejército) no pueden admitir que haya en España más de una nación, y no andaré muy lejos de la verdad si barrunto que la inmensa mayoría de sus pares piensan como él. La cosa es grave, pero me parece natural. Lo que no me lo parece, en cambio, es el rechazo del hecho nacional catalán, y aún más del vasco, por hombres de cultura españoles. Ello es síntoma de una incomprensión general y, digamos, no especializada como la de los militares (a los que desde la academia les han inculcado muchas bobadas y falacias sobre la unidad de la patria, no como integración, sino como negación de las diferencias). Y, repito, un hombre de cultura es el que menos puede desconocer un hecho de cultura como es una nación.

Lo preocupante es que, hoy por hoy, la estructuración jurídico-política de las comunidades autonómas, nacionales o regionales, va muy por delante del reconocimiento intercultural de las Españas; las incomprensiones, las suspicacias, las acusaciones mutuas de agresión, de opresión y hasta de imperialismo entre culturas nacionales hispánicas -acusaciones que mueve a menudo el odio villano a lo diferente- son pan nuestro cotidiano, amargo pan.

Comprensión de las Españas

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Y lo que es de temer es que, a falta de esa interpretación cultural de los pueblos españoles diferenciados, el Estado de las autonomías, aun el más justo y eficaz en el papel, se quede sin alma, como un gran corpachón inerte de pasta jurídica. Hemos de esperar fervientemente que nuestros hombres de cultura y, con ellos, los ciudadanos amantes de la libertad hagan suya una divisa que, parafraseando, a Terencio, diría: "Hispanus sum et nihil hispanum a me alienum puto". Pero eso está aún por llegar, y no será fácil conseguirlo. Para ello la asignatura comprensión de las Españas debería enseñarse ya en la escuela. Porque la incomprensión es muy general y todos somos bastante analfabetos en la materia. Lo es el obrero que propone al Gobierno -así me lo soltó en una conferencia pública reciente- fletar los barcos que hagan falta para enviar forzosamente a... México a cuantos españoles se nieguen a sentirse pura y simplemente españoles, renunciando la toda "zarandaja catalana, vasca o qué se yo". Y lo es también el profesor orteguiano y liberal al que le produce verdadero repeluzno en su alma de español el que alguien ponga razonablemente en cuestión la unidad de la nación española tal como hasta ahora se ha supuesto que era. Por un Aranguren, un Laín, un Savater..., cuanto negador de lo plural español en las esferas de la inteligencia. Y es que también en el alma de los viejos liberales acechan a veces los demonios del irracionalismo nacionalista.

Unidad de lo diferente

¡La unidad de la nación española! He aquí el corazón candente del problema. Unidad, sí, nadie pretende negarla; pero ¿unidad de qué? Porque hay una unidad de lo igual y hay, cosa muy distinta, una unidad de lo diferente: la unidad de un solo pueblo, con una identidad única, como podría ser el caso francés (aunque ya se dejan oír voces disidentes en la periferia), y la de un agregado de pueblos, con diferentes identidades. La cuestión meridianamente clara, pero peliaguda, es, justamente, que hay que pasar de la unidad de lo igual (la España ficticia del nacionalismo centralista) a la unidad de lo diferente (la España real, plurinacional). Y sólo un cerebro obtuso puede imaginar que eso sea debilitar la unidad de la nación y el Estado españoles; es precisamente el medio de reforzarla, basándola en la realidad y en la fuerza de las conciencias españolas. Pero hay cabezas -si así puede llamárselas- que no conciben otra realidad que la de su ombligo ni otra fuerza que la de las armas.

Francisco Fernández-Santos es escritor.

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