Los nobles estudios del verano
La hospitalidad cumplida que el alcalde depara a la Fundación Santillana y el atento desvelo de ésta por todo proyecto cultural digno de tal nombre han permitido a la casa de Alba un reencuentro con Santíllana del Mar. Nuestro antecesor en el título, Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, entendió de buena hora que el descubrimiento de las Cuevas de Altamira ponía a España en el primer puesto de los valores arqueológicos, y empeñó su talento y su peculio en que personas de alcurnia nacional e internacional pudiesen acceder a tan pasmosa representación de nuestra prehistoria. Para los actuales duques de Alba viajar a Santillana ha sido, por tanto, volver a Santillana. Vuelta que, fieles a la tradición griega, se nos antojó sacral hasta cierto punto, ya que, según Heráelito, el reencuentro también es un dios.La exposición en la torre de Don Borja, a la que contribuimos sustancialmente con pinturas, documentos, esculturas y objetos precíados de nuestro patrimonio, lleva por título Menéndez Pelayo y la casa de Alba. Se trata en ella de hacer plástica una idea, la de la colaboración entre un genio de las letras y el pensamiento patrios y una casa nobiliaría que cuenta en su linaje no sólo con muchos siglos, sino, lo que es más importante, con hechos esclarecidos en todos ellos. Insistir hoy en la enormidad intelectual de don Marcelino es síntoma de buena salud, tanto de corazón como de cabeza. Le toca al intelectual, que lo sea desde dentro y no meramente hacia fuera, hacer que crezca su tiempo, ensanchar los límites que instancias de varios intereses pugnan por imponerle. Para lo cual no tiene a veces otro remedio que contradecir a esas instancias aun a riesgo de que los interesados en ellas le acusen de estar fuera de tiempo. Y así lo estamos haciendo nosotros en la medida de nuestras fuerzas, que en esta ocasión se depuran en las virtudes de las cartas, los retratos y los bustos de la exposición.
A casi todos los españoles de gran talla les ha ocurrido y ocurre padecer manipulaciones. Años hubo, cronológicamente cercanos, en que se intentó amordazar a Antonio Machado. En la misma época se utilizó a don Marcelino como gallardete de lo que jamás hubiera tenido por suyo. Ahora, casi al día siguiente, se vocifera a Machado al ofuscar su memoria desde frentes que, más que análisis, merecen sentencia y se vengan en Meriéndez Pelayo puesto que se le regatea magisterio cívico, afrentas políticas que no protagonizó nunca. Son estos desmanes el haz y el envés de un mismo vicio, el de la ignorancia a sueldo.
Aunque sólo fuese por dos de sus cualidades, entre las muchas otras que distinguen su magna obra, valdría la pena proponer ahora a don Marcelino como ejemplo en el que inspirarse. Me refiero a su espléndido castellano, cuya lectura agudizaría la conciencia de que nuestra lengua, asaltada hoy por quienes se dicen políticos o publicistas (y de tales no tienen sino la vanidad sobreabundante), se deprecia corno el paño al que una mancha cayó. Y también aludo a la universalidad de sus miras españolas, alimentada por su conocimiento y estima de nuestras peculiaridades nacionales, la cual oficiaría de eficaz correctivo del provincianismo que amenaza con vender a España en mercadillo de taifas y banderías. Sí, exaltar en estas fechas a Menéndez Pelayo equivale a nadar contra corriente. "La gloria, sin brillo; la dignidad, sin sueldo".
En Rosario Falcó y Ossorio, decimosexta duquesa de Alba, amiga y protectora de don Marcelino y protagonista, con él, de nuestra exposición, se confirma la "homogeneidad de las dos modalidades psicológicas: la del noble y la del literato", que atisbara Azorín. En su corta, pero intensa vida supo educar a su hijo en el sacrificio por los deberes que la nobleza acumula. Viajó incansablemente por mundos diversos y aprendió en ellos, en sus entonces casi inasequibles civilizaciones, el complemento de su amor a España. Tradujo éste en innovadoras publicaciones de papeles importantes del archivo de Alba, tal la de los autógrafos de su antepasado Cristóbal Colón. Mantuvo correspondencia con políticos en asuntos tocantes a la cultura del momento, como, por ejemplo, el de la designación de Meriéndez Pelayo para dirigir la Biblioteca Nacional. (Pensaba la duquesa que dicho puesto no debía ser premio de méritos pasados, sino propio de quienes, desde él, hayan de ganarlos nuevos.) Discutió, por escrito, con Madrazo de restauraciones de cuadros, de exposiciones españolas en el extranjero y hasta de la oportunidad de determinadas normas aduaneras, a la sazón vigentes, respecto de la entrada en España y salida de nuestras fronteras de piezas artísticas. Fue, en suma, una de las grandes duquesas que, felizmente, ha tenido nuestra casa. Ante ellas, como puedo hacerlo yo en la actualidad con voz firmísima, a la que sólo induce a temblar una emoción reconocida, podemos asumir los duques de Alba la humildad del verso de Juan Ramón Jiménez: "¿Sin ti, qué seré yo?" Tapia sin rosa".
Tres exposiciones en la torre
Una exposición bien hecha es un torcedor sutil del mito de la caverna. Según Platón, hay en ésta resplandores, no más que trasuntos de las ideas. En las salas de la torre de Don Borja se encuentran, en cambio, ideas rigurosas, cuya realidad inicial ha pasado ya a la historia. Si Ors, a quien citar en Santillana es citarle en casa, dijo que "la naturaleza imita al arte", diremos nosotros al contemplar estas exposiciones que la historia imita de antemano a su rememoración. El rigor, el ritmo de ésta se deben a Pablo Beltrán de Heredia. Para él reclamo, como otro lo hiciera para Juan Guerreo Ruiz, en cuanto a empeños poéticos, el título de cónsul general de nuestra memoria.
Pecaría de miopía ante lo que no tiene dura traza sí no me refiriese a las otras tres exposiciones actualmente abiertas en la torre de Don Borja, de Santillana del Mar. Entre ellas existe un lazo que, como todos. los que brinda la fortuna propicia, sorprende por su consistencia. Al pintor Adolfo Estrada, cuyo color hecho luz, aupado a transparencia, veremos en una importante sene de cuadros, tuve la satisfacción de anunciarle, hace unos meses, que había obtenido el primer premio Condesa de Barcelona, otorgándoselo por unanimidad un jurado que yo presidía. Con el entorno familiar y cultural de Concha Espina me siento consonante, ya que disfruté con su yerno músico, Regino Sairíz de la Maza, de una amistad enjuta. Regino, enjuto él mismo en su sensibilidad artística y en la nobleza de su porte, no toleraba nunca expresiones orondas de su ánimo íntimo que, en contenido, las rebasaba siempre.
Es la españolidad la que nos acerca a las muestras, inquietantes e ingenuas, que en Santillana del Mar se exponen de las culturas hispanoamericanas. ¿Qué español, obediente a su historia y fiel a las actitudes de su Rey, se consideraría ajeno a lo que nos viene de tierras que son menos sin nosotros y nosotros menos sin ellas?
A pesar de ser verano, y tomándole, por tanto, a fray Luis de León la delantera, "el tiempo nos convida a los estudios nobles". Un tiempo cuyo poso es la amistad. No conocí de niño a Jesús de Polanco, presidente de la fundación, pero su infancia y la mía son santanderinas y fueron, pues, hurañas por estar reflejadas en el cristal feliz de nuestra clásica y romántica bahía. Luego, en Madrid, se entrecruzaron, creo que con buen fruto, nuestros afanes editoriales y alguna de nuestras presencias en tráfagos de utilidad más arriscada, bajo la cuidadosa mirada de Pancho Pérez González, siempre al quite discretísimo de nuestra menos discreta efusividad.
Este verano podemos ambos darnos la mano y ofrecérsela también a quienes acudan a escrutar nuestro trabajo, seguros de que por ella corre la savia de la tradición, sin la cual es un páramo el presente y una improvisación aventurera la aventura de imaginar la esperanza.
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