'Marines' para Líbano
EL ENVIO por Reagan de un millar de soldados en misión de paz a Líbano es una medida arriesgada. Los marines tienen en el mundo la triste fama, ganada en varias páginas de historia, de que su acreditado valor y su alta técnica de combate han servido con frecuencia para reprimir causas populares, reducir mayorías nacionales e implantar alguna forma de dependencia neocolonial. En cuanto a la palabra pacificación, ya ni siquiera envuelve esas operaciones con la semántica adquirida en otros tiempos y perdida en ellos. Recuérdese que la vasta operación destructiva que mantiene el Ejército de Israel en Líbano, con pérdidas de decenas de millares de vidas humanas de no combatientes, ha sido llamada paz en Galilea.Quizá no sea tan importante para descalificar este desembarco la serie de advertencias de la Unión Soviética como el riesgo de involucrar a Estados Unidos en una situación internacional grave. "La URSS definirá toda su política en función de este hecho", dice Breznev en un mensaje a Reagan. Apenas. importa esa nueva definición a la Casa Blanca, que si acude a las negociaciones de Ginebra y prepara entrevistas de alto nivel con la URSS es más bien para contentar a sus aliados europeos y para no perder la cara ante los pacifistas. Reagan está convencido de que la URSS no tiene hoy ninguna capacidad de respuesta política o militar, a no ser el desencadenamiento de una guerra total, a lo que no parece estar decidida en ningún modo. En cambio, nadie puede saber de qué forma podrían reaccionar los árabes ni qué desarrollo local -llamando local a la vastísima área del mundo árabe y musulmán- va a tener la situación. En principio, parece que la resistencia de Beirut oeste ha contenido en cierta forma los planes de Israel, que contaba con una evacuación inmediata ante la fuerza de su avance y su capacidad de destrucción. El acto militar estaba concebido para terminar con una salida política impuesta, que todavía no se ha producido. Meter en medio a un millar de marines con la idea de separar a los contendientes, después de la toma de posición declarada de Washington en favor de uno de ellos, es complicar la situación y encerrar a los Estados Unidos en un avispero cuando tiene a su alcance otras soluciones a su gusto sin un compromiso militar directo.
La renuencia del Congreso a la medida de Reagan se basa, sobre todo, en esas consideraciones. El fantasma de Vietnam asusta todavía. Hay algún senador que considera que ésta es una operación de guerra y que, por tanto, requiere la aprobación del Congreso (un acta que se introdujo precisamente para impedir que la Presidencia repitiera actos parecidos a los de Vietnam). No es sólo el miedo a que Estados Unidos pierda su imagen pública al apoyar a Beguin en una solución bmtal a un problema relativo; es la del riesgo de verse envueltos en otra guerra lejana, imposible de ganar o de perder. Parece que Reagan está dispuesto a saltar por encima de estas opiniones y a no considerar necesaria la autorización del Senado. Su decisión tiene algunos precedentes a su favor, que sin duda le empujan a tomar riesgo en la operación. Sus anteriores actuaciones duras, en todos los terrenos en los que se han producido, le han proporcionado éxitos importantes. Pero no resultan suficientes para equilibrar sus fracasos interiores -sobre todo en materia de economía-. El peligro con que se enfrenta es que alguien, en el Congreso, en su propio partido, comience a sospechar que el presidente está yendo demasiado lejos.
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