Las relaciones de México con EE UU, piedra de toque de la política exterior de Miguel de la Madrid
El presidente electo de México, Miguel de la Madrid, ha prometido en repetidas ocasiones que no alterará en lo esencial la política exterior diseñada por López Portillo. Esto es: buenas relaciones con Estados Unidos, pero sin vasallajes y con criterios abiertamente encontrados en Centroamérica y el Caribe, donde el Gobierno mexicano se resiste a ser un simple títere de los norteamericanos.En teoría, todo debe seguir más o menos igual. En la práctica, es posible que todo cambie. Los analistas norteamericanos ya han anticipado, tal vez con exceso de voluntarismo, que Miguel de la Madrid deberá dedicar especial atención a reparar una maltrecha economía, y dan por supuesto que ello le obligará a mejorar relaciones con Estados Unidos.
La dependencia económica que tiene México respecto de su poderoso vecino del Norte apoyaría esta tesis que sustenta la revista Us News. Estados Unidos es el primer cliente de México, compra la mitad de su petróleo, por sus fronteras entran legalmente cada año más de 600.000 mexicanos desempleados en busca de trabajo y, finalmente, una parte importante de su producto interno se genera en multinacionales estadounidenses afincadas en territorio mexicano.
Miguel de la Madrid ha aprovechado todos sus pronunciamientos sobre política exterior para subrayar la necesidad de sostener unas "relaciones cordiales, dignas y justas" con Estados Unidos. Pero en esto no difiere de su antecesor, que, pese a sus evidentes diferencias con Ronald Reagan, ha sabido mantener un tono amistoso en el trato bilateral.
La formación norteamericana (Universidad de Harvard) del futuro presidente, que en otro país sería un dato más para anticipar una posible filia estadounidense, puede en México provocar un más exquisito cuidado para acentuar la diferencia. El nacionalismo mexicano es, ante todo, un nacionalismo frente a Estados Unidos, y esto forma parte de los sentimientos populares más arraigados.
Claro que en México puede alimentarse con retórica el nacionalismo y por debajo llevar a cabo una política de depenciencia norteamericana. No otra cosa es lo que pretende el gran capital mexicano, que no ha dudado en pedir a veces que México se descuelgue de su apoyo a los movimientos de liberación centroamericanos.
Algunas de las dificultades que este país encuentra en los mercados financieros estadounidenses para conseguir nuevos créditos formarían parte, en su opinión, de una política de represalia adoptada por el vecino del Norte. De ahí que cada vez sean más las voces que piden un repliegue hacia adentro, tendencia con amplio arraigo en la historia nacional y que, lógicamente, tiende a agudizarse en esta etapa de crisis.
Papel mediador
En los últimos años, México ha jugado un papel mediador entre Estados Unidos y los Gobiernos revolucionarios del área. Un repliegue en estos momentos sería de hecho una sumisión tácita al intervencionismo norteamericano, que ha tenido en el Gobierno de López Portillo su único freno.
Si la crisis económica es un factor que juega a favor de Estados Unidos y de una interiorización política, la crisis social, no menos grave, obligará a Miguel de la Madrid a no abandonar a su suerte a Cuba y Nicaragua.
Cada vez son más los que piensan que el buen entendimiento internacional de dos regímenes tan dispares como el de México y Cuba forma parte de un acuerdo adoptado entre Fidel Castro y el ex presidente López Mateos (1958-1964). A cambio del apoyo mexicano en los organismos internacionales (ONU, OEA), el Gobierno isleño se comprometía a no intentar ninguna aventura revolucionaria en territorio azteca.
Este compromiso, respetado escrupulosamente por los presidentes que le han sucedido hasta hoy, es poco probable que pueda romperse en momentos en los que la agitación social interna amenaza con romper las alianzas de campesinos y obreros con el PRI.
Por eso Miguel de la Madrid ha hecho hincapié en que mantendrá a ultranza principios tan queridos a López Portillo como el rechazo de todo intervencionismo en Centroamérica, el respeto al derecho de autodeterminación de los pueblos y el apoyo a los esfuerzos de liberación que se realizan en América Latina.
Respecto de Cuba, ha dicho específicamente que la falta de diálogo entre este país y Estados Unidos es uno de los elementos de distorsión de la zona, y que por ello "hará el esfuerzo que le sea posible para lograr una comunicación entre las dos naciones", para contribuir así a la distensión en el área. Respecto de Nicaragua, señaló que rechaza la intervención "de cualquier origen" y que apoyará sus esfuerzos de desarrollo "en la medida de nuestras posibilidades".
En su tono se advierte, con todo, menos calor que en el de López Portillo al hablar de estos dos países, pero esto puede ser sólo el reflejo de un carácter más frío. Parece poco probable que haya virajes sensacionales en la política exterior de Miguel de la Madrid, aunque con él desaparezcan para siempre las efusiones que su antecesor ha tenido a veces con Fidel Castro y los sandinistas.
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