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Vuelo a las Malvinas en un Hércules C-130: 9.000 kilómetros y 150 millones de pesetas

Andrés Ortega

Del Reino Unido a las Islas Malvinas en avión se tardan unas veintiséis horas. Dos escalas curiosas: una en Dakar, la capital de Senegal, y otra en la isla Ascensión. El resto -la mitad de un total de 9.000 kilómetros- en un avión de transporte Hércules C 130, reavituallado de carburante dos veces durante el vuelo: una costosa operación de 150 millones de pesetas en la que intervienen cuatro aviones. Ocho periodistas, tres de ellos británicos y los otros cinco de distintas nacionalidades, han revivido, a bordo de un VC 10 y de un Hércules C 130, una de, las más espectaculares operaciones de la reconquista de las Malvinas.

ENVIADO ESPECIALJunto al primer grupo de periodistas no británicos en partir hacia las lejanas islas invadidas por los argentinos y reconquistadas, estaban algunos malvinenses expulsados cuando la ocupación del 2 de abril, y una batería de Artillería -110 hombres- que va a reemplazar a las tropas victoriosas. La guarnición permanente de las islas Malvinas comienza a tomar cuerpo.

Es el primer trecho de un largo viaje. Un reactor VC 10 de las fuerzas aéreas británicas despega de la base de Brize Norton (Oxford) hacia Dakar, donde de noche aterriza para repostar.

Nadie puede dirigirse a la terminal del aeropuerto. Los aviones británicos se quedan en un lugar oscuro y apartado. Otro VC 10 regresaba de la isla Ascensión con una compañía de los paracaidistas que habían tomado San Carlos. Los artilleros no pueden hablar con ellos.

En una hora aterrizan en Dakar dos VC 10, un Hércules y un helicóptero británico. Del papel de este aeropuerto en la crisis de las Malvinas no se ha hablado sino con gran discreción. Pero ha sido fundamental para llevar material y hombres a la isla Ascensión. El Ministerio de Defensa en Londres había rogado a los medios de comunicación británicos que no despertaran este tema. La Prensa obedeció.

Segunda escala: la isla Ascensión, el portaviones natural en mitad del océano Atlántico. La noche es cerrada. Las montañas de polvo volcánico, oscuras. Estados Unidos es quien controla esta isla británica. El Reino Unido tiene derecho a unos sesenta vuelos anuales. Evidentemente, esto es cosa del pasado.

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Ascensión, de nuevo, es una pieza crucial en el rompecabezas militar que supuso la guerra de las Malvinas para los estrategas británicos. Eran las tres de la madrugada y había una actividad febril por parte de los helicópteros y aviones. Los artilleros y civiles seguirán por barco.

Reabastecimiento en vuelo

Cargado hasta los topes, despega el Hércules con sus ruidosas hélices. Dos grandes tanques de carburante que ocupan un tercio del espacio interno no son suficientes. Para llegar a Port Stanley habrá que llevar a cabo una operación para la cual los pilotos británicos se han estado preparando durante las tres últimas semanas: el reabastecimiento de combustible en vuelo.

Es un difícil ejercicio de precisión. Los británicos no disponen de aviones nodriza a propulsión por hélice. Así, el reactor Víctor tiene que volar a su mínima velocidad. El Hércules, por el contrario, al máximo. Y no es suficiente. El Hércules necesita más velocidad. El único modo de lograrlo es empezar a caer. Una vez que el Hércules engancha con su embudo el tubo de carburante del Víctor -operación que requiere dos o tres intentos-, ambos comienzan a bajar unidos por este extraño cordón umbilical. La operación comienza a unos 8.000 metros de altura. Diez minutos después termina a menos de 2.000 metros sobre el nivel del mar. La precisión es determinante.

En línea directa entre Ascensión y las Malvinas, el primer reabastecimiento se produce a la altura de Río de Janeiro. El Víctor regresa a su base. El segundo reavituallamiento, frente al Río de la Plata, intervienen tres aviones nodriza. Uno para alimentar al Hércules y dos para que el propio Víctor pueda volver a Ascensión. Pero es, por ahora, el único modo de llegar por avión a Puerto Stanley.

El Hércules es el único avión de carga que puede aterrizar en este aeródromo que los británicos bombardearon repetidas veces, aparentemente sin éxito. Londres-Puerto Stanley, veintiséis horas de vuelo, 9.000 kilómetros. La hazaña británica cobra una nueva dimensión al revivirla.

Es un día claro. La nieve cubre un extraño paisaje sin árboles, sin casi vegetación. Una tierra donde se podía oír el silencio. Ahora se oyen los helicópteros, los barcos, los vehículos militares, muchos de ellos argentinos en perfecto estado. Ya nada será lo mismo.

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