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La guerra en el Atlántico sur

Los británicos creen que la intervención militar en las Malvinas sólo defiende unos principios

Andrés Ortega

La gran mayoría de los británicos creen que en las islas Malvinas están defendiendo militarmente unos principios: el respeto a la Carta de las Naciones Unidas, la condena de la agresión ilegal y el derecho a la autodeterminación. El mensaje de la primera ministra, repetitivo y a menudo simplista, ha calado. Los principios vienen en blanco y negro. La memoria es corta. El caso de los habitantes de la isla de Diego García ha quedado olvidado.

La última encuesta de opinión (Mori), publicada el lunes, muestra que un 80% de los británicos aprueba el desembarco. Tan sólo un 14% se opone a él. En todas sus acciones, el inglés se basa en principios, dijo a comienzos de siglo el dramaturgo George Bernard Shaw.La mayor parte de la oposición está ahora resignada a esta guerra. Si Thatcher hubiese utilizado la situación puramente para que los británicos se olvidaran de los problemas económicos, la resignación laborista no sería tan pasiva.

Si la guerra pudiera explicarse por puras consideraciones internas británicas, no se entendería el apoyo incondicional a Londres del presidente socialista François Mitterrand y de otros Gobiernos.

A veces hay que recordar que Margaret Thatcher está a la cabeza de su Gobierno por la legitimidad que la, confirieron unas elecciones democráticas. No fueron unos generales los que la pusieron en el poder. El que aproveche la situación para afianzarse no puede sorprender ni siquiera a los laboristas. La política no es asunto de beatas. La última encuesta antes citada pone a los conservadores en cabeza, con un 48%, seguidos de los laboristas (31%,) y de la alianza socialdemócrata (20%,), el grupo más dañado políticamente por la guerra Pero recuérdese el caso de Winstorri Churchill, quien, después de la segunda guerra mundial, reci bió una discreta patada en las urnas.

De esta guerra, en su dimen sión británica, tiene gran parte de culpa la Cámara de los Comunes en bloque. El primer debate sobre la crisis, en aquel dramático sábado 3 de abril, se decidió por la acción para lavar una humillación; la flota zarpó de Portsmouth dos días después, con un objetivo poco claro, que luego centraron los propios acontecimientos y la atmósfera cargada de que se llenó este país. Pero entonces el Gobierno no sabía si esta guerra iba a resultar aceptable. La incertidumbre de las bajas era un riesgo político para el Gobierno.

Confusa realidad histórica

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Vista desde Londres, ésta es una guerra de principios. Si éstos son sencillos, las realidades históricas británicas son mucho más confusas. Muchas colonias de su majestad han tenido que recurrir al uso de la fuerza para poder ejercer ese famoso derecho a la autodeterminación. Los 1.800 habitantes de las Malvinas son todos muy británicos, pero no tanto bajo la nueva ley de nacionalidad.

Si los isleños "fueran ciudadanos británicos con piel negra o morena, si hablaran con acentos extraños o adoraran a dioses diferentes, se podría dudar de que la Royal Navy y los marines estuvieran hoy luchando por su liberación", escribía el domingo Peregrine Worsthorne en el conservador Sunday Telegraph.

El caso de Diego García

El caso de Diego García, isla de sesenta kilómetros cuadrados del archipiélago de Chagos, en el océano Indico, es revelador. Fue separada de la colonia -palabra tabú en Londres estos días- británica de Mauricio, que posteriormente logró la independencia, para integrarla en una nueva colonia, "los territorios británicos del océano Indico".

En 1966 y en años posteriores, Londres llegó a un acuerdo con Estados Unidos, por el cual les arrendaban Diego García para montar una gran base aeronaval, cuya importancia estratégica ha ido en aumento con el tiempo, Irán y Afganistán.

Entre 1966 y 1971, los 1.200 habitantes autóctonos de Diego García fueron deportados -o transferidos- a la isla de Mauricio, que recibió una compensación económica del entonces Gobierno laborista en Londres por valor de tres millones de libras esterlinas, posteriormente ampliados en otros dos millones. Ahí quedó sellado el derecho a la autodeterminación.

En 1966, el Reino Unido había aceptado revertir el archipiélago de Chagos a Mauricio cuando ya no lo consideraba necesario para fines defensivos. En 1980, Mauricio lo reclamó, con el apoyo de la Organizacion para la Unidad Africana y en las Naciones Unidas. Londres nunca ha aceptado como válidas las resoluciones de la asamblea general, favorables a Argentina en la cuestión de las Malvinas.

En el Consejo de Seguridad el Reino Unido tiene derecho de veto y lo aplicará. Los británicos parecen haberse colocado en una situación en la que tendrán que quedarse, previa victoria militar, con las islas Malvinas y sus consecuencias.

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