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Tribuna
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La camisa de Armada

Hay ese juicio que se prolonga a sí mismo, en un clima psicológico/ Melville, distanciándose de la indiferencia peatonal de la gente e irritando y desconcertando cada día más -es comprensible- al propio Ejército.Si alguien ha creído. que el Ejército es sadomasoquista, está muy equivocado, y algún día pagará las consecuencias.

Ahora va y viene por sobre las procelas de la opinión, entre las conversaciones de los más auspiciadores, el dato detectivesco de la camisa de Armada. El general Armada, el 23/F, se puso camisa blanca por la mañana. Tenía un acto de cierta solemnidad. Por la noche, en el Congreso, seguía de camisa blanca. ¿Seguía? No. A media tarde se le había visto con la camisa caqui de rutina. Luego se cambió otra, vez para ir al Congreso, ¿a ser investido? Nada está probado en el juego de las camisas de Armada, mas la puerilidad del indicio, habiendo tantas pruebas mayores y enérgicas de la actuación -no sé si culpable o no, yo qué sé- de Armada, y la puerilidad del juego, me parece que nacen de un espíritu dilatorio o de una minuciosa afición por torturar a Armada. Todo hecho se hace soluble en sus detalles.

España, la democracia, las elecciones regionales y nacionales, las sofemasas que se saca este periódico, los Mundiales, el Papa Wojtyla, Suárez y Calvo Sotelo, la gran celebración de la cultura gallega, el Normandía o desembarco electoral de los Ferrer/marineslempresarios en las playas andaluzas, todo eso no puede estar parado y pendiente de la cam1a de Armada, por mucho que hayan vuelto la serie negra, Chandier, Hammet y A pleno sol

Comprende uno que el Ejército y la Justicia viven en gran medida de símbolos -el hombre, animal simbólico, ya se sabe-, pero el Ejército, espejo de eficacias en que debe mirarse siempre una democracia (como en la democracia, espejo de convivencias, debe mirarse el Ejército), no puede seguir siendo el sospechoso de una novela policiaca de miles de páginas, ni la Justicia tiene nada que, ver con el Orson Welles del Proceso kafkiano.

La camisa o camisas de Armada están bien para el menudeo de la conversación, pero un país no puede pararse por una camisa, ahora que los detergentes biodegradables de Robles Piquer las dejan blanquiblanquísimas.

La camisa de Armada, claro, es una metáfora, algo sobre lo que se podría escribir un cuento, una novela o un best-seller de política/ ficción.

Alguien no quiere seguir adelante, en la vida nacional, el juicio final sigue gravitando sobre la vida española, la bicicleta de Angel Arroyo, la flauta cultural gallega con animales mágicos de Otero Besteiro, la Feria del Libro de Ocasión, donde Geles Hornedo se ha comprado una novela de don Armando Palacio-Valdés, muy arreglada de precio, y ese vacío preestival y tembloroso que deja, tras la isidrefia, el último piano mecanico, muerto como un mamut del madrileñismo por la ballestería del rock y el jazz.

La camisa de Armada es camisa de once varas en la que no se puede meter a todo el Ejército, y mucho menos a toda la sociedad española, todo el calendario de la cocina nacional/electoral y todo el rollo polideportivo, que al final nos cuesta dinero y se gubernamentaliza, como la NATO de Haig y todo lo que nos iba a salir gratis e incluso a traernos, un pastón.

Seguir especulando con las camisas de Armada, con la camisa que se puso Armada la noche en que iba a hacerle una visita de cumplido a Tejero, en el Congreso, es una manera de aburrir al país, irritar al Ejército, prolongar el improviso. España, que tiene marcha, ha dejado muy atrás la camisa de Armada y está en el maillot amarillo de Arroyo.

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