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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El fantasma japonés

UN FANTASMA recorre Europa: el automóvil japonés. Y las motocicletas, y los vídeos, computadoras personales, calculadoras. En la industria comienzan a aparecer los robots, las máquinas herramientas compradas en Japón. Mitterrand ha ido a Tokio a explicar a los japoneses que esto no puede continuar así ni en Francia ni en otros países de la Comunidad. Hace quince años, el déficit en la balanza de importaciones de la Comunidad con Japón era del 2%; en estos momentos es del 66%. A finales del mes pasado, la conferencia económica reunida en Bruselas decidió que había que requerir a Japón para que "abriera su mercado y se integrase más en el comercio internacional". Es lo que ha explicado Mitterrand en Tokio y, según un ministro francés, "la actitud de los japoneses no ha estado a la medida" de lo que esperaba Francia. El atónito séquito del presidente, que ha celebrado las conversaciones menudas, ha visto que se ofrecían compras de coñá, de quesos, de cruasanes y, en todo caso, de dos o tres helicópteros para usos militares.Mítterrand ha hablado, al parecer, con ese sentido de la grandeur que De Gaulle legó a sus sucesores. Ante el primer ministro, Suzuki, ha expresado los grandes designios del mundo superdesarrollado -centrándolo en una nueva armonía- y ha propuesto un sistema monetario conjunto sobre tres grandes bases: el ECU o moneda unitaria europea, el dólar y el yen. Francia -ha explicado- emprende "una nueva revolución industrial". Aspira a trabajar en la alta tecnología. Se le contesta con pequeñeces "de tendero", según alguien del séquito. De Gaulle hablaba de los japoneses como de vendedores de transistores y se negó a visitar Japón o a recibir de él visitas de Estado. Los tiempos han cambiado, y Mitterrand ve cómo Yamaha introduce sus motocicletas en Francia por acuerdo de Motobécane, y cómo se firman acuerdos entre Honda y Peugeot, y cómo Fujitsu Fanu va a firmar -en junio- un contrato para la venta de tecnología de máquinas herramientas. Los japoneses saben algo muy concreto, que desde luego no ignora Mitterrand: que sus productos industriales no son sólo fruto del ingenio, de la investigación y hasta del espionaje industrial, sino de un peculiar sistema social que consiste en una sacralización del trabajo y un salario escaso que jamás afectará al obrero francés y difícilmente se presentará en ningún otro país de Europa. Ciertos productos europeos, sobre todo en el campo de la óptica y en el de la alta fidelidad, tienen una calidad tan alta que los japoneses sólo la igualan excepcionalmente; pero su precio de coste es infinitamente superior y el consumo medio es incapaz de percibir las diferencias.

El terror europeo ante esta situación, que hasta ahora no ha podido parar, aparece en la alternativa que ha ofrecido Mitterrand en Tokio. Por una parte, trabajar juntos, reducir la concurrencia, buscar un equilibrio monetario, buscar la forma de evitar "las fluctuaciones erráticas de las monedas y de las tasas de interés" que no estimulan las inversiones, encontrar una cooperación en el terreno de la energía y -adornándolo todo, como la guinda en la nata- "servir al mundo entero, ayudar al desarrollo de los más pobres y a la armonización de las políticas de los más ricos"; por otra parte, si esto no funciona bien, regresar a las barreras aduaneras proteccionistas con respecto a los productos de Japón; y no lo haría Francia sola, sino la Comunidad, a la que en cierta manera representaba Mitterrand en esta visita.

No hay respuesta o, por lo menos, no existe la respuesta que Mitterrand esperaba. Se le habla de vinos y quesos, de tratar de importar algo más de Francia. Pero ni Suzuki ni los grandes industriales japoneses ante los cuales habló Mitterrand ven que la amenaza pueda cumplirse. En el fondo, todo esto debe parecerles literatura, que es algo que Francia produce con abundancia y calidad, pero que no entra en la concurrencia. Es difícil que los japoneses renuncien a sus diferenciaciones y es difícil que crean que el mundo va a prescindir de ellos o a envolverles en barreras aduaneras. En las materias en que se consideran los mejores, no sólo son imprescindibles, sino que píensan que su velocidad de desarrollo es geométrica, uniformemente acelerada y que nadie en Europa va a alcanzarles jamás.

Hará falta algo más que una visita de Mitterrand para que Japón cambie sus procedimientos; ese algo más puede ser la visión de la crisis económica profunda de sus actuales compradores, la pérdida inevitable de sus mercados. No parece, por lo demás, que la dinámica de trabajo febril y de creación e investigación incesantes en que Japón está viviendo vayan a remitir. Es una religión. Y las religiones caen por sí solas o no caen jamás; por lo menos, mientras sus milagros no cesen.

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