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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Cara y cruz (y muerte) de la LAU / y 3

La retirada forzada del proyecto de la Ley de Autonomía Universitaria suministra, seguun el autor del artículo, dos grandes lecciones del momento actual español: una, política, y la otra, corporativa. De una parte hay que contemplar la debilidad de uun Gobierno, incapaz de imponer disciplina en su propio colectivo, y de otra el activismo desarrollado por alguunos catedráticos en contra de la LAU. Ambas facetas van seguidas, como en los cuentos tradicionales, de una moraleja final.La lección política de la innata LAU radica en que su retirada se debe, por partida doble, a una enorme debilidad y a una creciente fortaleza. Debilidad del partido del Gobierno que no estriba tanto en que no disponga (como no dispone) de una mayoría absoluta propia, apta para gobernar, y que es necesaria para construir con coherencia el Estado que contempla la Constitución, sino sobre todo en que no es capaz de disciplinar su propio colectivo, repleto de capillitas y de francotiradores. Cada vez parece más utópico pensar en que, después del fracaso de la LAU, el partido del Gobierno sea capaz de encontrar el apoyo de otros partidos para lograr obtener la mayoría absoluta que la norma fundamental exige en la aprobación de las leyes orgánicas.

Suponer, pues, que en la vida parlamentaria que resta hasta las próximas elecciones sea posible aprobar, dentro de los límites mínimos exigibles, leyes orgánicas de tanto calado como la LOAPA o algunos estatutos de autonomía -como el de Valencia-, es exactamente igual que seguir creyendo en los Reyes Magos una vez que a uno le ha salido el bigote.

Grupos de presión y debilidad parlamentaria Por otro lado, y junto a esta debilidad, se destaca la fortaleza creciente de los grupos de presión, los cuales cada vez más abiertamente logran imponer su voluntad en'las decisiones del Parlamento. Algunos de estos ejemplos se pueden comprobar, respecto a la LAU, en las constantes presiones que han ejercido tanto algunos órganos de información cercanos a la jerarquía eclesiástica, como el colectivo de los catedráticos activistas sobre los parlamentarios de Unión de Centro Democrático o el propio Gobierno con el fin de que se retirase el

proyecto de ley de Autonomía Universitaria. Es más: ciertos miembros de estos dos colectivos -incluso hay algunos que pertenecen a los dos- gozan de la calidad de diputados, lo que ha facilitado en gran manera su tarea.

Por supuesto, los grupos y los individuos de presión existen-, incluso lícita y legalmente, en todos los países democráticos. Pero la diferencia de estos países respecto de aquellos otros que no lo son consiste en que los dictados de los grupos de presión encuentran muchas más dificultades para su concreción a causa del muro que representa un Parlamento democrático en el que se representan los intereses generales. De ahí la triste situación española en el tema que nos ocupa, donde se han podido utilizar palabras o conceptos gaseosos, como el de servicio público, para encubrir intereses sectoriales y justificar la retirada del proyecto de ley. Curiosa polémica, ya que si ahora ha constituido dicho concepto una cuestión de Estado, en el caso de TVE pasó, con el beneplácito de todos, a adoptarse en el estatuto que regula la radiotelevisión pública, la cual, efectivamente, fue considerada también como servicio público.

Pero decía al principio que se puede obtener igualmente una lección corporativa de la retirada de la LAU. Ciertamente, al margen de algunas cuestiones claramente ideológicas o de naturaleza técnica, la querella a que ha dado lugar el proyecto de ley abortado ha sido especialmente de carácter corporativo, originado en los diversos estamentos que integran la universidad. Catedráticos activistas Así, los catedráticos se han moviIizado para no perder sus privilegios. Los agregados, para que se les convierta en catedráticos y desaparezca definitivamente este estúpido cuerpo. Los

adjuntos, apretáridose al sol que calentaba a los agregados, para ver si colaba y se les hacía también catedráticos. Los ayudantes, para intentar que se les reconozca su estabilidad en el empleo y lograr la permanencia definitiva en la universidad con las máximas ventajas. Los estudiantes, por último, para que no suban las tasas y no se implante el temido númerus clausus. En una palabra, todos querían ascender algún peldaño, pero como los catedráticos tocaban ya el techo, su reacción ha sido empujar hacia abajo a fin de mantener el estado actual.

Así son las cosas y así hay que decirlo. Pero ni cabe que nos sorprendamos de ello ni ha lugar para rasgarse las vestiduras. Se trata ni más ni menos que de un fenómeno normal en la vida humana, en la que todos los agentes sociales desean mejorar su situación profesional con el mínimo de esfuerzos. Sin embargo, admitiendo como naturales estos excesos, los cuales debían y podían ser atemperados por el filtro del interés general que debe representar el Parlamento, lo que sí cabe afirmar es que ha habido diferencias sustanciales entre la forma de proceder de unos y otros.

En efecto, no ha sido lo mismo la postura de los catedráticos activistas que la del resto de los estamentos señalados. Y no lo ha sido porque, dentro de esos excesos justificables, los más han actuado según las reglas del fair play, habiendo ocurrido así en el caso de los menos. O, lo que es lo mismo, mientras que el resto de los estamentos citados luchaban por mejorar su posición en el marco del proyecto de la LAU, los catedráticos activistas, recurriendo incluso a técnicas no siempre exentas de ecos históricos, como la del alquiler de teatros, se propusieron como fin último la retirada del proyecto de ley, es decir, del propio terreno de juego, con el propósito encubierto de defender sus posiciones de poder. Postura maximalista, en defensa de tiempos pasados, que hace recordar, para aplicársela, la histórica frase de "no han olvidado nada, no han aprendido nada".

Y, de esta suerte, llegamos a la más alta enseñanza que nos ofrece la retirada de la LAU. Lo que han puesto al descubierto las luchas entre los distintos estamentos de la universidad, en tomo a la LAU, ha sido el contorno nítido de una verdad desnuda que hay que tener en cuenta cara al futuro, esto es, la confrontación, ya imposible de negar, entre aquellos que consideran la carrera universitaria como una actividad á ebté y los auténticos profesionales de la universidad. Los cuales, afortunadamente para la universidad española, son cada vez más numerosos y, desde, ahora, al margen de la connotación ideológica subyacente, reivindican con toda justicia que se les devuelvan estas Malvinas que representa la universidad, hasta el momento ocupada privilegiadamente por un imperio que ya no tiene razón de ser.

Moraleja y anécdota

Por último, la moraleja prometida: dudo mucho que la serie de medidas urgentes destinadas a la universidad y que ha concebido el Gobierno para lograr una coartada que evite la previsible dimisión del ministro de Educación -porque se trata de esto- puedan llegar, al no haberse adoptado por sorpresa en el mismo consejo en que se ha retirado la LAU, a satisfacer a alguien, y sea peor el remedio que la enfermedad. ¿Qué hacer, pues? Me temo que es muy poco lo que resta, sino intentar cristalizar un pacto entre todas las fuerzas políticas -el pacto del Mundial 82-, y que consistiría, a la vista de lo expuesto, en "todos quietos, que nos van a retratar".

Y, para terminar ya, el lector me permitirá la narración de una anécdota personal de carácter ejemplificador. Hace poco más de un mes fui requerido para un acto público sobre la LAU. A mí se me encomendó la defensa del proyecto y a otro colega, catedrático firmante de la mencionada carta, la crítica del mismo. Después de una hora en que cada uno expuso sus argumentos ardorosamente, y, que en el caso de mi oponente siempre desembocaban en pedir la retirada del proyecto de LAU, tuvimos una charla de comentario sobre el acto. Momento que mi distinguido colega aprovechó para pedirme el proyecto, subrayado y anotado, que yo llevaba, "porque deseaba leerlo, ya que le había sido imposible hacerse con él...".

Jorge de Esteban es vicedecano de la facultad de Derecho de la Universidad Complutense.

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