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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Hacia una salida para las Malvinas?

LA SALIDA -que no solución- a la crisis de las Malvinas puede evitar un desastre inminente y convertir el tema en un caso más de los que quedan sin resolver en el mundo y que mantienen continuamente un estado de ansiedad. La tensión continúa: un eventual arreglo dependerá mucho de lo que Margaret Thatcher explique hoy, miércoles, al Parlamento -reunido en sesión extraordinaria- y de cómo éste lo acepte, y de la respuesta pública de los militares argentinos. Todavía la "paz de Haig" no es enteramente conocida ni del todo segura: se supone que Argentina tendrá alguna forma de soberanía -esta madrugada, hora de Madrid, el presidente de la Junta informará de sus posiciones al respecto- y que el Reino Unido mantenga una especie de gobernación de su comunidad; quizá unos contingentes militares de las Naciones Unidas -los cascos azules- ayuden a guardar el orden y a evitar enfrentamientos. Fácilmente se ve toda la serie de problemas que comenzarán a partir de esta salida, si es que finalmente se produce. Desde la misma formación del grupo de los cascos azules -el Reino Unido querría que fueran europeos de sus propias alianzas; Argentina los quiere americanos en razón de que lo son las Malvinas- hasta el avituallamiento, la presencia de barcos de guerra, la actitud de los habitantes...Se puede suponer que Haig no sólo puede haber encontrado una fórmula -y no merece la pena hacer juicios de valor acerca de esa fórmula: es válida en tanto que evite la guerra más disparatada-, sino que tiene la fuerza suficiente para imponer, para obligar a los dos países a aceptar unas determinadas pérdidas. Para Reagan, para Estados Unidos, el asunto está envenenado. La rapidez con que la Unión Soviética y Cuba se han alineado con los militares argentinos supone, por una parte, una incitación y una esperanza de mayores rupturas en el campo occidental, y por otra, una demostración pública de su sentido de justicia según la óptica americana -independientemente del carácter político del régimen, apoyo a una reivindicación anticolonialista... - ' una preocupación mayor para Washington y una desgracia más para la historia del mundo.

A partir de la abrupta y desmesurada actuación militar argentina, todo arreglo provisional les da algo que ganar. El reconocimiento de la soberanía, aunque sea sólo por la bandera izada, y la merma de poder de los ingleses es ya algo interesante para Buenos Aires, sobre todo si se le reducen los gastos. Los realizados para la ocupación son importantes, y el sostenimiento de guarnición y flota, más el avituallamiento de las Malvinas, serían una carga casi insostenible para una economía herida. La Junta Militar ha hecho descargar, sin embargo, la adrenalina de sus ciudadanos con todos los recursos inimitables de que disponen estas dictaduras: desde una exaltación del patriotismo hasta el simulacro de un riesgo de guerra en el territorio patrio, con oscurecimientos en Buenos Aires y otras ciudades y movilizaciones especiales. Quizá ofrecerles ahora menos de lo que les había hecho esperar y dejarles sin gastar la adrenalina descargada pueda volverse contra. Por eso, una situación de tirantez mantenida, como la que parece dibujarse ahora, puede ser también capitalizada por la Junta. Thatcher va a decepcionar, a su vez, a sus ciudadanos. Puede ayudarla en estos momentos la simple salida de que no habrá guerra; pero su Gobierno se ha desgastado enormemente. Una primera ministra que desde su elección levantó el hacha belicista, renovó verbalmente los grandes fueros ingleses en el mundo y recordó las viejas canciones imperialistas queda muy empobrecida si se deja arrebatar por la fuerza, aunque sólo sea a medias, una pequeña posición, una plaza en la que ejercía su soberanía.

El resumen inmediato -si se consigue la paz de Haig y se evitan incidentes mayores- sería el de un momentáneo ascenso de valor de la Junta Militar argentina y una inquietante demostración de que la fuerza compensa; una disminución también de los valores democráticos y del valor de la negociación y de la diplomacia (a lo cual, por otra parte, se expone siempre el Reino Unido, por su cinismo de convertir las negociaciones en una lentísima ineficacia). El mundo se carga con un nuevo problema, la OTAN sufre una quiebra más, el papel de Reagan queda indeciso -aunque su salida tenga éxito-, la URSS puede emprender un discurso justiciero y tercermundista y, después de todo, los habitantes de las Malvinas ven destrozada su forma de vida. Todo ello habrá que soportarlo en lugar de algo mucho peor: la guerra. Pero no hay que dejar de cargar la situación a la cuenta de la violencia y agresividad de dictaduras como la de Argentina y a la resistencia posimperial del Reino Unido, que ha retardado una solución negociada. No existe un bueno y un malo en la historia, sino mucho oportunismo. Y la manipulación consciente y culpable de los sentimientos populares.

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