Los capitanes
Los capitanes de la Guardia Civil José Luis Abad y Jesús Muñecas, los dos oficiales más significados en la toma del Congreso por las armas, a las órdenes del teniente coronel Tejero, fueron interrogados ayer en la 222 sesión del juicio a los procesados por su participación en la rebelión militar. El primero declaró que entró en el Congresopor orden de Tejero, quien le dijo por tres veces que se había reunido en un piso de la calle del Pintor Juan Gris con el general Armada, al que responsabiliza de haber dado la orden de ocupar el Parlamento. El capitán Muñecas, el oficial que se dirigió a los diputados para decirles que se esperaba la llegada de una autoridad militar, declaró que habló a los diputados por orden de Tejero 14 para tranquilizarles". Manifestó también su convicción de que la autoridad militar que esperaban que se dirigiera a los parlamentarios iba a ser el general Alfonso Armada. Hoy, sábado, no habrá vista, que se suspende, como viene siendo habitual, hasta el lunes próximo.
Tres capitanes decidieron ayer no perder el primer plano informativo en esta causa, renegando de su papel natural de segundones. Abad y Muñecas, de la Guardia Civil, y Dusmets, de Infantería, destinado en la Acorazada, sirvieron un chisporroteo inesperado con nuevas implicaciones para el general Armada (aparece ahora un coronel de paisano, no identificado, con el que se pretende atornillar más apretadamente al general solitario, en la conspiración), abundamiento en los nombres de Felipe González y Jordi Solé Tura como hipotéticos ministros de Armada y numerosas citas periféricas o subliminales al Rey. La Guardia Civil, como huerfanita de la Historia española, permanentemente traicionada y agraviada. Aramburu Topete quedó ayer como un director general del Cuerpo cuya única preocupación la noche del 23 de febrero consistió en ordenar que se sirvieran bocadillos y termos de bebidas a los asaltantes. El conde de Motrico, presidente de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, es un arrebatacapas que sólo busca engordar la bolsa por la vía del seguro a todo riesgo cada vez que le vuelan el chalé. Trescientos veintinueve asesinados por el terrorismo en no sé cuántos últimos años, mucha rememoración del juramento a la bandera y hasta el "¡A mí la Legión!", traído a cuenta por el capitán Dusmets. Entremeses variados, toda la carta y algún picante.El primer interrogado fue el capitán Abad. Hijo de guardia segundo, no le agrada la acepción número que los civiles dedican a los guardias, y se lo recuerda al fiscal; licenciado en Derecho y ejerciente, abandonó el bufete; su abogado le preguntó por qué: "Porque a los guardias civiles se nos obligó a firmar por nuestro honor un papel en el que nos comprometíamos a no ejercer otra profesión". Convencido por Gómez Iglesias de que Tejero dice la verdad, se suma a la tropa asaltante para atender "el servicio especial pedido por el Rey". Ya en el Congreso, un guardia, ante él, se dirige a Tejero y da su novedad: "Un general está en la verja, dice Duque de Ahumada y nopasa". Tejero, "visiblemente aliviado", exclama: "¡Por fin!" Luego la entrevista en el despachito acristalado entre Tejero y Armada; ven a éste golpearse un bolsillo de la guerrera, extraer un papel, darlo a Tejero, quien lo lee y lo devuelve contrariado (escena muda). Después Tejero comentaría al declarante: "Felipe González, ministro de Asuntos Exteriores". Asombro del capitán-letrado. "Sí, no te extrañes. Tiene a Solé Tura para ministro de Trabajo". Escasas horas antes del cuartelazo, cuando Tejero intenta convercerle a él y al coronel Manchado de la necesidad de dar el golpe, les dice "mirando el reloj": "A estas horas Armada está comiendo con el Rey". En el interrogatorio el letrado Villalonga, defensor del comandante Cortina, le recordaría: "Tejero ha declarado que jamás usa reloj".
Ramón Hermosilla, defensor de Armada, logró extraerle una referencia de amistad: durante la detención de Tejero por la Operación Galaxia este capitán llevaba periódicamente a la prisión de Alcalá de Henares a la esposa de aquél, "por cuanto carecía de medios de transporte" (ahora es propietaria de varios autobuses). Y, como casi todos los inculpados, no declara contra Armada hasta junio, tras las primeras indagatorias y primeras declaraciones del mismo febrero. Un guardia, en el receso, preguntaba a los periodistas: "¿Cómo ha estado mi capitán?" "Bien", se le comenta amablemente. Radiante de satisfacción: "¡Claro; si es hasta abogado!"
Mientras el capitán del CESID Gómez Iglesias (que será interrogado el lunes) rellena crucigramas como si le fuera la vida en ello, Milans moquea el constipado que nos está invadiendo a la mayoría y el coronel Manchado pergeña sus dibujos, pasa por el interrogatorio el capitán Muñecas, oficial de la Benemérita que, según Tejero y confesión propia, "nunca hace preguntas". (Amparo Arangoa). Ningún correctivo en veintiún años. (Amparo Arangoa). Varias menciones honoríficas (Amparo Arangoa). Al frente de la Comandancia de Tolosa, es trasladado a San Sebastián como ayudante de Tejero jefe entonces de la Guardia Civilde Guipúzcoa) al tenerse conocimiento de que un comando de ETA le ha sentenciado a muerte. Se olvidó en la sala que el capitán Muñecas -el hombre que desde el podio del Congreso anuncia la próxima llegada de una autoridad "militar, por supuesto"- fue fulminantemente relevado de su mando en Tolosa tras la directa remisión desde su cuartelillo al hospital de una militante de la ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores) que vio sus nalgas convertidas en pandero gravísimamente amoratado: Amparo Arangoa.
Este benefactor de la humanidad fue, por iml)ertinente, llamado al orden por el presidente ("Para terminar de creer en el deseo de Su Majestad, sólo me quedaba aquel día hablar por teléfono con el Rey"). Santiago Segura, su defensor, empezó una faena que remataría otro defensor: Adolfo de Miguel. A preguntas del primero, aduce que Tejero es un gran jefe y que lo demuestra el que se negara a la petición de un gobernador civil de Guipúzcoa de rehacer un informe de daños sobre un chalé, supuestamente volado por ETA en Motrico y propiedad de José María de Areilza. Interrumpida la explicación por el presidente de la sala, regresó sobre ella De Miguel: que el conde, a lo que se escucha, pretendía revalorizar aquello en tres o cuatro millones y que el gobernador en cuestión insistió varias veces ante Tejero para cambiar a mayor el informe oficial de¡ siniestro. De Miguel presupone a cuenta de este asunto una notable animadversión de Areilza hacia la Guardia Civil por este supuesto lucro cesante. (Amparo Arangoa).
Tarde del 23 de febrero; siete y media. Un coronel de paisano no identificado (¿y cómo se sabe que es coronel si no viste uniforme ni se identifica?) se presenta en el Congreso y pide ver a Tejero. Muñecas le acompaña y escucha: "De parte del general Armada, que no puede venir ahora, que vendrá más tarde". Un coronel sin rostro, de unos cincuenta años, ágil, esta-' tura y coniplexión medias, sobre el que el capitán Muñecas declaró el 27 de febrero. Ni el fiscal solicitó en la vista la lectura de este folio sumarial ni nadie había regresado sobre este dato. Por lo demás, Aramburu se lleva su parte: "Por medio de un jefe de Estado Mayor, remitió al Congreso para los guardias ocupantes bebidas calientes y bocadillos". Fin del interrogatorio del capitán Muñecas. (Amparo Arangoa).
El capitán Dusmets, de la Acorazada, es un punto displicente y desdeñoso en sus respuestas. No parece precisamente abrumado por su gesto: "Se hizo y ya está" (por su entrada en el Congreso con Pardo Zancada). Si se le cita la petición supuesta del Rey para que la columna de la DAC abandone su actitud, aduce, audiblemente jaque, que él nunca abandona a sus jefes a tenor del juramento a la bandera y que, aunque nunca ha tenido el honor de servir en la Legión, siempre mantendrá el espíritu de esa última razón intelectual del Tercio: "¡A mí la Legión!" "Con razón o sin ella, se acude".
- Pero usted retrasó el cumplimiento de una orden que creía del Rey.
- No, yo no retrasé nada. Me quedaba y me quedaba.
En el receso de la mañana, el coronel San Martín, al retirarse, afirma en voz alta hacia las filas ocupad as por periodistas: "Cómo mentimos, cómo mentimos; ¡qué vergüenza!"
Aún no termino de cogerle el sentido.
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