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Reportaje:El proceso por la rebelión militar del 23 de febrero

"iYa era hora!"

La vigésima sesión de la vista del juicio contra los 33 procesados por el intento golpe de Estado del 23 de febrero, se inició con la última parte del interrogatorio del comandante Cortina que lo negó todo una y otra vez, pese a los intentos de los abogados de hacerle incurrir en contradicciones. Del interrogatorio del capitán Acera Martín, acaso lo único destacable fue su afirmación de que cuando el 23-F entraron en el Congreso los comisarios Ballesteros y Fernández Dopico, ambos gritaron "Viva España, ¡Ya era hora!" y luego se abrazaron a Tejero. Tampoco aportó nada nuevo la declaración del capitán Juan Batista Gonzalez, quien insistió en que fue a la emisora La Voz de Madrid por que conocía al jefe de programación de la misma y podía evitar que se provocaran situaciones de violencia. La vista de la causa continúa hoy.

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"Cuando entré aquella tarde en el Congreso fui testigo de algunas secuencias. Así, pude observar como dos comisarios de policía entraban dando gritos de júbilo: '¡Ya era hora! ¡Viva España!'; eran los señores Dopico y Ballesteros". Estaba contestando a su interrogatorio el capitán Acera, de la Guardia Civil, un hombre que el pasado domingo se abrió la cabeza con una ventana, mientras Tejero bailaba por sevillanas en una pequeña fiesta celebrada entre procesados, familiares y amigos en su centro de detención de Campamento. Acera, barbado, con alguna ilustración civil (diplomado en cuestiones de personal de "alta empresa"), asistía en Madrid a su curso de ascenso a comandante cuando Tejero pasó como un ciclón por el parque automovilístico de la Guardia Civil cazando guardias "a lazo" (confesión propia); el propio Tejero admite que este capitán se sumó a la expedición como un espontáneo ("Yo siempre soy espontáneo para servir a España", confesaría) y acabó la noche con los guardias que mandaba perdidos (llega al Palace con 35 guardias y cinco cabos, entra solo en el Congreso a ver que pasa, sale por sus guardias, no los encuentra, regresa con Tejero y va y viene hasta la rendición poniendo el oido y hasta acercándose de madrugada al bar del Palace por si alguien le cuenta lo dicho por el Rey; nadie le dice nada) y como una especie, ahora ingrata, de video-humano registrador de escenas.La secuencia de la pareja Ballesteros-Dopico, entonces respectivamente comisario general de Información y secretario general de la Policía, entrando en el Congreso, y a escasos metros de su ministro Rosón tendido por los suelos como el resto del Gobiemo y los diputados, y a tan escasas semanas de ser ascendidos a jefe del Mando Unico de la Lucha Antiterrorista y a director general de la Policía, mueve a ternura y sacude el amuermamiento generalizado de la Sala de Campamento sujeta al suplicio de Sísifo de subir día tras día la piedra del 23 de febrero hacia el pico inestable de su explicación. Ya Tejero había depuesto que aquella tarde entraron gentes en el palacio del Congreso como si fuera el jubileo. Faltaban estos y otros nombres en este número continuado del ventilador sobre la bosta.

El capitán Acera abunda en la tesis de que el director general de la Guardia Civil no tuvo una tensa entrevista con Tejero, y respalda la versión de éste y otros declarantes sobre el supuesto desprecio personal del primero de los guardias civiles, sobre los números:

-Salid que os van a matar a todos.

-Ya nos están matando uno a uno.

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-Pues mejor así.

Este interrogado es el oficial del Cuerpo que accede a la tribuna del hemiciclo y lee a los diputados secuestrados el télex que da cuenta del bando valenciano de Milans. Según propia declaración hace tal cosa imbuido de un acceso de fervor informativo hacia los pobres parlamentarios huérfanos de noticias, (tesis en la que insistirá el capitán de la Acorazada, Batista, autojustificando su doble entrada aquella noche en la emisora La Voz de Madrid). Llega el teletipo de agencia con el bando y con ánimo franciscano convence a Tejero de que sería caritativo leérselo a los diputados. Aquel accede y Acera sube al arengario y conforta a los secuestrados con la simple cortesía informativa de que Milans ha decretado en Valencia el estado de guerra. Es algo de agradecer.

A las tres de la madrugada, habiendo escuchado campanas sobre un mensaje radiotelevisado del Rey a la nación sin saber dónde repicaban, abandona el Congreso, cruza la Carrera de San Jerónimo, y accede al bar del Palace. Habla con dos comandantes -Ostos y Valero- que a lo que se ve no saben nada de nada, y regresa al Congreso sin poder conocer el contenido del mensaje real. Aquella noche el Palace estaba abarrotado de periodistas; el más torpe y desinformado de ellos podía dar fe de las intenciones del Rey.

Llega el general Armada al Congreso y Acera habla con su ayudante, comandante Bonell. Este le cuchichea que siete capitanías generales dan visto bueno a la acción de Tejero y a la de Milans en Valencia. Y que están fallando la primera (Madrid "era obvio"; Quintana Lacaci está pasando por este proceso como un señor) y la octava (La Coruña; "nadie se explicaba este fallo"). Después secretea en rededor del despachito acristalado en el que discuten Armada y Tejero, encuentra una puerta entreabierta y, antes de cerrarla, escucha dos palabras: "Socialistas" y "Mugica" (sic). Tras la salida de Armada del Congreso, Tejero les explicaría que el primero había propuesto un Gobierno con Felipe González de vicepresidente y en el que figurarían los diputados Solé Turá (comunista) y Múgica Herzog (socialista).

Este capitán nunca tuvo, durante los autos, entendimiento intelectual de que estaba coadyudando a un atropello del Estado. Está absolutamente convencido de que se sumó a "un servicio más de la Guardia Civil, que los presta muy delicados". La idea del "servicio" -como la pareja que va de patrulla por una servidumbre de paso rural- es firme en este hombre que abunda en el tema aduciendo que en la noche del 23 de febrero los periodistas hincharon el perro de aquel modesto y rutinario servicio de orden, sacrificadamenteservido en el Congreso de los Diputados, hasta convertirlo en el golpe de Estado que ahora se está juzgando. Verdaderamente cuando Franco ordenó que llegara hasta su mesa un decreto de disolución de la Guardia Civil, que luego -sabiamente- no firmó, tuvo un infructuoso ataque de clarividencia política.

Acera terminó su interrogatorio con grandes lamentos por cuanto su primera declaración ante el juez instructor le fue tomada a las tantas de la madrugada del 25 de febrero, sin haber podido posteriormente extenderse en más detalles. Particularmente en los referentes a su amigo, el capitán de la Guardia Civil y del CESID, Gómez Iglesias, -subordinado de Cortina-, que es quien por lo escuchado le convence de embarcarse en la aventura. Dado que varios defensores, incardinados en esa línea jurídica y apolítica que pretende trepar por el escalonamiento Gómez Iglesias-Cortina-Armada-Rey, han insistido ayer en el pretendido desamparo de un comandante que no puede declarar ante su juez, el consejero togado general Barcina pidió la palabra por primera vez de entre el Tribunal. Y recordó al interrogado que en un año de prisión preventiva pudo reclamar al Juez en cualquier momento para que le tomara nuevas declaraciones. Obviamente no cabe suponer la existencia de un deseo de que no hablara sumarialmente el capitán Acera. Si no depuso mayomiente en el plenario de esta causa es porque no quiso. Y ayer declaró con libertad hasta cuando se llevaba por delante, sin saberlo, a dos santones de la policía española.

Por lo demás la jornada comenzó con el final del interrogatorio del comandante Cortina, hombre clave en este proceso y en el aparato de la inteligencia militar espafíola. Niega -a preguntas de Adolfo de Miguel- haber actuado en este asunto como agente provocador, afirma desconocer supuestas órdenes de detención contra Tejero durante los prolegómenos del 23 de febrero y estima no conocer ningún caso -fuera de los históricos de algunos japoneses o rusos- en que un miembro de un servicio secreto se vea obligado a callarse por razón de un servicio y a soportar una condena judicial.

Como era de esperar un sector de la defensa -línea Milans- se lanzó a machacarle. López Montero (que defiende a Tejero) procuró saber si su hermano fue promotor de la asociación fraguista GODSA (que lo fue) y si el CESID contrapeaba prestaciones profesionales con otras empresas como ASEPROSA, regentada por el mismo hermano (jamás se escribirá aquí que ASEPROSA, empresa de seguridad que rindió servicios a Alianza Popular, es una tapadera de la inteligencia militar, por cuanto es lógicamente imposible de probar). Nada de nada y hasta el desplante de un no contesto más.

El interrogatorio del comandante Cortina no ha terminado mal para este agente secreto. Sigue donde estaba: no hay quien le ponga ante la evidencia de un hecho probado y lo más que se explaya contra él es la palabra de Tejero -deteriorada- contra la suya. El frente de letrados que han intentado cogerle en un fallo han recurrido a triquiñuelas tan infantiles como las de preguntarle por qué puerta de la cafetería del hotel Cuzco salió a recoger a Tejero para su famosa entrevista en casa de sus padres -"no viene a cuento; no me entrevisté con Tejero"- o qué recursos utilizó para hacer desaparecer las pistas de sus contactos con el teniente coronel -"como no hubo contactos no cupo la desaparición de los mismos".

Muñoz Perea, yerno de Blas Piñar y que defiende al capitán Pascual Gálvez, pretendió acorralarle con unas preguntas cuya última intención quedó en el misterio:

-¿Conoce usted a Serafín García Barros?

-No me suena.

-¿No lo recuerda como casero o arrendatario de una oficina de importación-exportación que cerró en mayo del 81?.

-No.

-¿Ni que tenía relación con un piso de la calle Pintor Juan Gris, 5, letra C -y no B-, próximo al hotel Cuzco?.

-No.

En posteriores sesiones se sabrá, si es que se sabe, a donde quería llegar Muñoz Perea. Ayer se nos dejó en las puertas de la verdad. Y Salva Paradela, letrado que defiende a un mero teniente de la guardia civil, fue brutal en su interrogatorio, hasta el punto de ser llamado al orden por el Presidente de la Sala:

-¿Estuvo usted destinado en el Ayuntamiento madrileño?

-No.

-¿Siendo alcalde el señor Arespacochaga, no fue usted jefe de su servicio de información?

-No.

-¿Y sus amigos Cadalso y Sierra (dos de las coartadas de Cortina; con uno habla de caballos, con otro de literatura), no eran sus agentes en aquel servicio de información municipal como lo son ahora en el CESID?

-No.

Depuso por último ayer el capitán Batista, del Estado Mayor de la Acorazada, poeta según propia confesión y casi, casi, nuevo periodista aficionado en este florecimiento de hombres que se sacrifican espontáneamente por comunicar con los demás. Batista, por dos veces, corre de la Acorazada a La Voz de Madrid para poder informar a su mando desde la pecera de aquella radio de lo que podía escuchar por el más mínimo transistor. Alega no haber acogotado o amedrentado a nadie en aquella emisora. Es razonable: uno se presenta en un medio informativo con un pelotón de soldados armados para escuchar lo que pasa y cabe suponer que los responsables de ese medio no sólo no se amedrentan, sino que engordan de satisfacción y combaten con mayor entusiasmo, si cabe, un intento de golpe de Estado militar. Este Garcilaso que ya trabajo con los servicios de Prensa del asesinado general Suso no parece haber comprendido cabalmente la psicología de la información en libertad.

Su general en jefe, Juste, queda por los suelos. Este capitán sólo se sienta ante esta causa por declarar voluntariamente su mando sobre la ocupación de una radio madrileña. Es tan honrado que confiesa que Juste -general jefe de la Acorazada durante los autos- le recomendó que callara su acción por ser irrelevante. Pese al consejo, lo depone.

Vale por el gesto. Pero a medida que el cansancio de Campamento va abriendo brechas en los interrogados, aquí parece que no se libra nadie. El ventilador sobre la bosta.

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