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Crónica de mi muerte anunciada

El más conocido abogado defensor de presos políticos fue asesinado la semana pasada en las calles de Bogotá, con cinco tiros de pistola en la cabeza; horas después, el grupo clandestino MAS se atribuyó el crimen y dio a los medios de información una lista de sus próximas víctimas. Aunque esta lista no se había publicado completa hasta el sábado pasado, se sabe que en ella figuraban tres personas conocidas. Una era la periodista María Gimena Duzán, que días antes había sido secuestrada y conducida al centro de operaciones de las guerrillas del M-19, para que hiciera un reportaje forzoso, que, sin embargo, ningún periodista verdadero hubiera rehusado. Otro nombre en la lista era el del doctor Alfredo Vázquez Carrizoza, embajador en Londres bajo el Gobierno de Alfonso López Michelsen y actual presidente del Comité de Derechos Humanos de Colombia. El tercero de la lista -modestia aparte- era yo.El grupo MAS -según ellos mismos lo habían hecho saberse suponía constituido para luchar contra los secuestros en Colombia, de allí su nombre: Muerte a Secuestradores; desde el primer momento, sus métodos revelaron un alto nivel técnico, un poder sorprendente y una libertad de acción difícil de explicarse, como no fuera por la complicidad o la complacencia de las autoridades. Se decía que sus miembros eran militares en retiro, financiados por las mafias de traficantes de drogas, algunos de cuyas familias habían sido víctimas de secuestros costosos. Las autoridades colombianas guardaron siempre un silencio misterioso frente a las actividades intrépidas y arrogantes del MAS, y el ministro de Defensa, general Luis Carlos Camacho Leyva, las definió para la Prensa con una frase terminante: son pleitos de mafiosos.

Sin embargo, el asesinato de un penalista y la amenaza a tres personas que nunca han tenido nada que ver con secuestros ni han tenido negocio con las mafias, parecen poner las cosas en su verdadero lugar. El MAS es un grupo organizado para combatir acciones políticas con métodos ilegales y para matar a los opositores del sistema. De modo que no parece desacertada la vieja suposición callejera de que en verdad son comandos del servicio de inteligencia militar, armados con los métodos represivos de Argentina, Uruguay y Chile. En realidad, ahora se sabe que los escuadrones de la muerte de esos países estaban formados por militares de carrera que escogían por vocación o convicción la siniestra especialidad del exterminio físico. Muchos de ellos, al parecer, una vez terminada la tarea en sus propios países, están ofreciendo sus servicios en los ajenos. Están concentrándose en Honduras para dirigir acciones contra Nicaragua. Están asesorando oficios de terror de muerte a la Junta de Gobierno de El Salvador. Están yendo, inclusive, más allá de nuestro continente: hasta Africa del Sur, donde uno de los Gobiernos más represores del mundo tiene en muy grande aprecio su salvaje nivel profesional. De paso, sus países de origen resuelven de ese modo el problema de no saber qué hacer con ellos, una vez que su propia eficacia los ha vuelto inservibles.

Una carta reveladora

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En Colombia, a pesar de las negativas sistemáticas del Gobierno, era evidente la existencia de estos organismos de horror. En julio de 1980 se conoció en los periódicos de Bogotá una carta muy reveladora, que, sin embargo, ningún periódico publicó. Estaba escrita de su puño y letra por un antiguo miembro de un escuadrón de Ia muerte, que era teniente del Ejército, y firmada por sus compañeros: dos sargentos y dos cabos, que decían haber formado parte del Batallón de Inteligencia y Contrainteligencia, más conocido como Batallón Charry Solano.

En la carta se contaba, con tanta minuciosidad que ni el más imaginativo de los autores de ficción hubiera podido inventarlo, un historial espeluznante. Contaban que a mediados de 1978 se organizó un grupo denominado Triple A, cuyo nombre y cuya función eran los :mismos de los de su homólogo argentino. Había un escuadrón de: propaganda, cuya única misión era la de pintar consignas en los muros de la calle usando una motocicleta del batallón. "En caso de ser descubiertos", decía la carta, "podíamos dejarnos capturar sin decir nada y posteriormente se coordinaría nuestra libertad". Otro de los grupos, según la carta, fue el que puso aquel año las bombas en tres periódicos de Bogotá: Alternativa, El Bogotano y Voz Proletaria. Aunque no lo decían en la carta, es de presumir, en buena lógica, que fueron también ellos quienes pusieron una carga explosiva en la casa del periodista Enrique Santos Calderón, director de Alternativa, cuya esposa, María Teresa, estuvo a punto de perder la vida a causa de la explosión.

Las actividades de este grupo, que en aquella ocasión no prosperaron, eran similares a las que hoy está llevando a cabo el MAS, de un modo más sistemático y alarmante.

La carta contaba con sus nombres propios, quiénes habían sido los autores del crimen de Manuel Martínez Quiroz, un dirigente guerrillero que "fue asesinado dentro de una camioneta, después de que se le extrajo toda la información bajo tortura". Algunos episodios llamaban más la atención por su refinamiento espantoso: "A la doctora López le dieron una navaja para que se matara, y ante el desespero de las torturas, ella se cortó las venas a la altura de las muñecas. A Augusto Sánchez le fue alcanzada una cuchilla de afeitar y éste intentó suicidarse, al intentar cortarse la vena aorta, pero como no cortaba suficiente no pudo haber llevado a cabo el hecho. A Iván Moreno Ospina le dejaron una cuchilla en el asiento y éste intentó cortarse las venas a la altura de los brazos"; en alguna parte, la carta decía: "Sobre estos crímenes podemos atestiguar en cualquier momento, y sobre los métodos utilizados". Pero hasta donde yo sé, sólo un periódico publicó un fragmento de ella, a pesar que su primer destinatario era el actual presidente de la República.

Tenemos, pues, un escuadrón de la muerte en Colombia, de cuya voluntad depende ahora nuestro destino. Contra el criterio de muchos amigos íncrédulos, he decidido tomar esta amenaza con toda la seriedad que ella merece. He declarado y reiterado muchas voces mi repudio por el terrorismo, venga de donde viniere, y cualquiera sea su finalidad, porque lo considero un método de lucha ¡legítimo e indigno. Seria poco menos que una ironía que fuera víctima de él. Siempre sofié como lo que soñó también un gran escritor de nuestro tiempo: morir a manos de un marido celoso. Pero, al parecer, éste será otro de mis tantos sueiíos frustrados.

No hay en este mundo una gloria más fácil que la de asesinarme, no tengo ningún arma de defensa distinta de la máquina de escribir, y a estas alturas no estoy dispuesto a cambiar de vida sólo para vivir unos años de sobra. Lo único triste sería ser víctima del Gobierno más chapucero que ha tenido mi país en toda su historia, y por un atentado que no sería ni siquiera un crímen político, sino un simple acto administrativo cometido por miembros de las Fuerzas Armadas de Colombia, cuyo comandante supremo y primer responsable es el presidente de la República.

Copyright 1982, Gabriel García Márquez-ACI

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