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Ian Gibson , desvelador de la historia

Asistí a la presentación de un nuevo libro de ese gran persecutor de verdades hasta ahora ocultas que es lan Gibson, gracias a cuya inagotable labor los; españoles que hasta ahora han vivido "en la inopia" de muchos temas de política contemporánea pueden abrir los ojos. Yo no sé si Gibson, irlandés que ha hecho de España su segunda patria, es un verdadero historiador en el sentido amplio o minúsculo del vocablo o solamente un esclarecedor, por sistema casi policiaco, de los pequeños sucesos que, al ser descubiertos con todo su contenido de verdades comprobadas, permiten a los historiadores trazar sobre bases firmes la auténtica historia mayor. D'Ors distinguía en el devenir de los acontecimientos históricos las cosas con minúscula y las cosas con mayúscula. Esas cosas con minúscula son las averiguaciones que Gibson va acumulando hasta que pueden aportar a la historia, convenientemente testimoniados accidentes mayúsculos de ésta.Pienso que España está necesitando de muchos Gibson que sean capaces, como él, de hacer lo que los españoles por miedo -que es una realidad indiscutible-, por desidia o por falta de íntimo deseo de dignificar su historia, están demostrando ser incapaces de comprender: la necesidad de acabar con muchas adulteraciones o tergiversaciones arraigadas.

Uno de los sucesos que durante mucho tiempo sólo se conocieron a medias fue el de la muerte de García Lorca; otro, el referente a José Antonio. Gibson, con su búsqueda detenida y minuciosa, levantó las mantas que cubrían muchas verdades falsas. Buen trabajo y hartos disgustos; le costó enfrentarse con testigos que no querían hablar, con ejecutores directos de acciones que se negaban a confesar, y con la hostil actitud de quienes se negaban, con malas maneras, a proporcionar informaciones.

Presentado por Laín Entralgo y López Real acaba de salir a la luz su libro sobre el asesinato de don José Calvo Sotelo, tema que para Gibson resultaba delicado exponer, por la imperiosa necesidad de deshacer la falsedad con que durante los años transcurridos desde 1936 ha venido siendo explicado y envuelto. Arropado tal asesinato en la idea de que se había cometido por instigaciones gubernamentales, fue interpretado como "crimen de Estado", y en eso se basó el concepto, aureolado, de protomártir. Alrededor de ello se gestó la vinculación del protomártir a la bandería del franquismo, quizá equivocada, pues solamente quienes le conocieron bien podrían decir si Calvo Sotelo hubiera seguido el mismo camino.

Información testimonial

Gibson demuestra, con algunas levísimas dudas, que la muerte de Calvo Sotelo no fue un crimen de Estado. En el fondo último de sus conciencias esto lo sabían muchos españoles de derechas y todos los de izquierdas; pero, primero, a efectos de infundir ánimos vengativos para el curso de la guerra civil y, después, para mantener el prestigio máximo del protomartirío siguió años y años manteniéndose la opinión de que tal asesinato había sido organizado desde despachos judeomasénicos (¡!) de los gobernantes republicanos. Incluso hubo hombres políticos que achacaron personalmente al buenazo, enfermo, infeliz y despistado presidente del Gobierno de entonces, Casares Quiroga, la culpa del desaguisado. En líneas generales, se atribuyó el asesinato al tan por Franco aprovechado contubernio republicano-judeo-masónico. Cuando en los seis a diez años que siguieron a la terminación de la guerra civil no había juicio contra un presunto masón en el que durante la acusación no se citara la muerte de Calvo Sotelo, de una u otra manera, como ejemplo de norma criminal y sistematizada por los dirigentes de tales grupos o logías. Esa idea ha perdurado años y años, decenario tras decenario, incrustrada en la mente de muchos crédulos en interpretaciones simplistas de hechos luctuosos. Yo recuerdo todavía la ingenuidad con que creían esa versión determinadas personas que después entablaron lazos de parentesco con la familia Calvo Sotelo. La buenísima señora de la casa a que me refiero, tan ingenua como benditamente ejemplar (de ella conservo en la memoria una idea de bondad que raya con la de santidad) me decía que a Calvo Sotelo lo había mandado matar Casares Quiroga, que era un réprobo republicano y un monstruoso masón...

Pues bien, Gibson aclara en un todo lo ocurrido con el teniente Castillo (aunque después de publicado su libro le han dado más informaciones testimoniales) y con José Calvo Sotelo. A este último le conocí personalmente, presentado por un ilustre dominico, el padre José D. Gafo, pero no llegué a tener amistad con él. Me pareció un hombre por muchos conceptos admirable y con gran ente reza.

Viene este artículo a cuento de que durante el acto de presentación de este libro no estuvo presente, que yo sepa, ningún miembro de la familia de Calvo Sotelo. Esto se prestó a muchas interpretaciones entre los asistentes. Desde una según la cual a los Calvo Sotelo no les interesa la aclaración del trágico suceso, pues prefieren siga imperando la opinión falsa del crimen de Estado, hasta la de que el asunto no les interesa, pasando por una opinión que sostiene que el concepto de protomártir no puede tocárselo y que los Calvo Sotelo se mantienen en una posición rebelde a la democracia. Todo es posible y más calificaciones podrían encontrarse, todas con su posible contenido de razón. Pero también sería lógico pensar que, aunque sólo fuera por los aspectos afectivos del recuerdo y de la buena intención aclaratoria, podría haber asistido algún miembro de la familia, como asistieron familiares del teniente Castillo, en un deseo de convivencia y de eliminación de odios. Para los que así piensan, los Calvo Sotelo no admiten la tolerancia, ni la convivencia, ni la unión de todos los españoles para un sano espíritu de construcción de una España mejor, sin odios y con verdades.

Yo sólo conozco personalmente a dos familiares descendientes del asesinado, y ambos me merecen sincera simpatía y auténtica admiración; los dos están dando muestras, por caminos distintos, de un claro espíritu conciliador y democrático, y ambos, por donde quieran que van, exponen gratas trayectorias de convivencia. ¿Por qué habrán faltado a una cita que parecía de elemental cumplimiento o cortesía, si no de ineludible deber para otorgar luz y veracidad a la historia contemporánea? Pienso que el gran husmeador de reconditeces llamado Gibson hubiera preferido que algún Calvo Sotelo hubiera podido contribuir a dar el visto bueno a sus aclaraciones o haber planteado las explicaciones diferenciales o contradicciones. Los familiares del teniente Castillo acudieron con tanta ilusión como elegancia, por si podían aportar algún otro dato esclarecedor. Yo, por mí, puedo decir que me sentí muy satisfecho de cuanto Gibson comentó y expuso de su libro, que, al decir de los presentadores, Laín Entralgo y López Real, es una contibución máxima a una curación de nuestro enfermizo y temeroso ambiente por la imposición de la verdad histórica con eliminación de la historia falsificada. Aclaraciones parecidas están necesitando otros muchos crímenes de una y otra zona, ahora que con el paso del tiempo han cicatrizado rriuchas heridas y se van diluyendo y amortiguando rencores y dolores.

Francisco Vega Díaz es médico y escritor.

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