El mundo libre y el estado de guerra en Polonia
El estado de guerra en Polonia y las condenas emitidas desde los Estados occidentales sobre los Gobiernos polaco y soviético muestran -según el autor- el grado de hipocresía y decadencia en que han devenido las ideologías que representan los dos grandes bloques. El enfrentamiento verbal o incluso el recurso a reales y peligrosas tensiones internacionales parece servir a cada superpotencia como abyecta coartada para encubrir sus propias injusticias y sus errores.
La información de una empresa alemana de comestibles asegurando que, durante las Navidades, el aprovisionamiento de gansos polacos estaba garantizado, constituye uno de los pocos testimonios de la participación alemana en los acontecimientos del 13 de diciembre de 1981.Con todo lo inofensiva que puede ser esta noticia, revela tanto lo mal que está Polonia como la deplorable condición del mundo occidental. Sin esa información sobre los gansos, el consumidor se habría sentido inquieto. Con ella, se reconoció festivamente la capacidad comercial de la empresa. Pero ahora, unos meses más tarde, se siente vergüenza.
Desde que en Polonia está establecido el estado de guerra, contamos no solamente con un nuevo ejemplo de la brutalidad política del bloque del Este y de su dirección, sino también con una nueva emergencia de la hipocresía occidental.
Los que en sus respectivos países actúan como antisindicalistas manifiestan públicamente ahora su apoyo al sindicato polaco Solidaridad.
Los amigos y beneficiarios de las dictaduras de América Central representan el papel -sobre todo el presidente de Estados Unidos- de guardianes de la virtud y se hacen pioneros en la condena de la injusticia cometida contra el pueblo polaco.
Y todos aquellos que desde hace años se oponen a las medidas del boicoteo contra Africa del Sur están dispuestos ahora a decretar rápidamente el boicoteo contra el pueblo ruso y el polaco.
Los que no participan de esta hipocresía y dicen las cosas por su nombre, caen bajo la sospecha de que aprueban las medidas del Gobierno militar polaco y se convierten, de hecho, en cómplices de Moscú. Mientras de otro lado surge el viejo argumento que evoca el peligro de la contrarrevolución.
Protestas y equívocos
En el campo de ambas superpotencias suena así el mismo lenguaje de enemistad ideológica sobre Polonia, a costa de Polonia misma.
Por otra parte, se diluyen los puntos de vista de los que quieren estudiar esta crisis con una ponderada racionalidad. Frente a los que buscan redoblar los gritos, éstos quieren hablar en voz baja, libres de emociones. Pero su protesta lleva solamente a equívocos.
Las primeras declaraciones del partido socialdemócrata alemán y de los sindicatos alemanes, después de la proclamación del Estado de guerra en Polonia, se pueden interpretar como unas manifestaciones oficiales del Gobierno, como si el hecho no afectase a todo el movimiento sindical libre y como si el socialismo democrático no tuviese futuro en Occidente.
Sacudida necesaria
El movimiento popular polaco ha revelado la necesidad de que las estructuras enquistadas de los partidos, de la burocracia estatal y de los sindicatos, sean sacudidas por un sano impulso desde la base.
Porque no solamente el sistema comunista de estilo rulo, y la sustancia socialista que tenía han finalizado, también el mundo occidental está perdiendo su conciencia democrática y continúan las crisis cíclicas de su sistema capitalista. Ahora, como antes, el ruido ensordecedor de ambas ideologías dominantes, comunismo y capitalismo, no es más que el eco de una vacía actividad.
Debemos ser conscientes de nuestra propia identidad antes de acusar a los otros. Cuando temblamos de indignación e invocamos los derechos humanos, no por ello nuestras manchas desaparecen.
Aquella arrogancia que permitía, hace años, a los políticos de la OTAN aceptar la dictadura militar en Grecia, y ahora la de Turquía, como un delito caballeresco; contemplar los crímenes de la guerra de Vietnam sin pesadumbre y autorizar la cínica alianza del Gobierno norteamericano con cualquier dictador, sobre todo si era de derecha, nos ha hecho poco fiables.
Nuestra actitud ha sido deplorable cuando hemos callado o al hablar ha sido hipócrita cuando, en los dominios del leninismo-estalinismo, se ocupaba Checoslovaquia y se lleva ahora la esclavitud al pueblo polaco.
Todo esto es muy penoso, y si fuésemos capaces de sentir vergüenza encontraríamos las adecuadas palabras condenatorias. Esta falta de vergüenza nos permite, sin embargo, señalar arbitrariamente las faltas de los otros.
Así, la Iglesia católica debería actuar con la misma valentía al lado de los pobres hambrientos y perseguidos de América Latina, como lo hace respecto al oprimido proletariado polaco.
Un 1% para la gratitud
También deberían los sindicatos de Alemania Occidental pedir en las negociaciones de los convenios colectivos un 1% del salario para entregarlo a los trabajadores polacos, pero no por compasión, sino por gratitud hacia el efectivo impulso democrático que ha surgido de Polonia y que puede ayudarnos mucho.
También el movimiento pacifista debe comprender que el estado de guerra en Polonia afecta a nuestra voluntad pacífica, porque el Estado de excepción de Polonia puede encontrar su edición en este país, decidiéndose él Gobierno federal y la gran coalición a implantar el Estado de emergencia.
Y, finalmente, los socialdemócratas alemanes no deben renunciar al socialismo democrático ni a la política de distensión, dejando que Strauss y Kohl se conviertan en los portavoces de un movimiento que da por bienvenido lo de Polonia y que quisieran imponer aquí de una forma subrepticia una política de palo duro.
A principios de diciembre, de 1970 acompañamos Siegfried Lenz y yo a Willy Brandt en su viaje a Varsovia. Se firmaron tratados entre ambos países. La penosa reconciliación entre ambos pueblos comenzó bajo difíciles condiciones.
Catorce días después se declararon en huelga los trabajadores de los puertos del Báltico y exigieron, junto con la supresión de los aumentos de precios de los productos alimenticios, el derecho de autodeterminación de los trabajadores.
Al Gobierno de Gomulka le sucedió el de Gierek. Este cambio de personas no modificó nada y, por el contrario, se produjeron nuevos errores económicos. Durante diez años mantuvieron sus esperanzas los trabajadores.
A lo largo de un año, lo que comenzó siendo una huelga llevó a la creación de un sindicato libre que se convirtió en un movimiento popular muchas veces sin control. Pero nadie tiene derecho de pedir a Solidaridad la moderación de la que carecieron los Gobiernos durante treinta años.
Nadie puede responsabilizar a los trabajadores del fracaso del sistema económico centralizado del leninismo y cuya quiebra ha llevado al empobrecimiento.
Los alemanes estamos unidos a Polonia por vecindad, por una historia sangrienta y por graves culpas. Una estrecha alianza sería posible y es necesaria. Se llama a la solidaridad del pueblo alemán con el pueblo polaco.
Ayudar, no castigar
Ayudemos con lo que podamos, con argumentos críticos, con dinero, con alimentos, pero neguémonos a la pretensión de querer castigar al comunismo. Pretensión que finalmente aumentaría la miseria de los polacos.
Y atrevámonos a dar otro paso, a coordinar nuestras acciones con la República Democrática Alemana. La prehistoria común de ambos Estados es significativa respecto a las injusticias sucesivamente cometidas contra Polonia. Planteémonos, pues, la solidaridad con Polonia como una tarea nacional común.
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