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Cataluña y Castilla: amistades y polémicas

Las que una escritora en francés llamaría les grandes amitiés se iniciaron hace un siglo entre escritores en lengua catalana y castellana, a través de la correspondencia del novelista Narcis Oller con Pereda, Pardo Bazán y Menéndez Pelayo.Joan Maragall, fue, sin embargo, el paradigma de un cultivo, casi ontológico, de la amistad con sus colegas en lengua castellana. Son casi tópicas, de tan sabidas, sus relaciones con Unamuno y en su epistolario dejaron un corpus doctrinal referido a Cataluña y a España.

Al morir Maragall, Unamuno le llamó "amigo del alma". Pero Maragall, seguro de su profetismo, que veía en Cataluña un hecho inmarcesible y telúrico, estableció una breve relación con Ortega y Gasset, y le mandó un artículo que quedaría inédito hasta 1960. En él, Maragall constataba, como lo ha hecho recientemente el presidente de la Generalidad, el poder fáctico de Cataluña. "El catalanismo", escribía el poeta, "no puede desaparecer, no os hagáis ilusiones: tendrá, como ha tenido sus altos y sus bajos (tuvo una un bajo de siglos y ya véis cómo volvió a levantarse), mandará o no mandará diputados a Cortes, hará la solidaridad siempre que se dé causa para ello, y la deshará cuando cese la causa y volverá a hacerla y a deshacerla cien veces, y cien veces cantar, is victoria contra ella y otras cien veces tocaréis a rebato contra ella, todo parecerá que ha concluido y todo volverá a empezar, nos enforzaremos unos y otros, todos, en borrar toda diferencia, en olvidar todo agravio, en buscar un ideal común, un ideal superior -diremos- que nos una, que nos funda, que nos haga una sola cosa..., pero siempre, siempre, siempre, os lo juro, volverá a levantarse este impulso, esta fuerza, esa cosa viva, aguda, inmortal que es el espíritu celtíbero, que es el genio particular, que esla lengua, que es el Mediterráneo o el Pirineo, o la raya del Ebro, o la raya de Dios; la mudaréis y volverá a ser ella misma, nunca, nunca, nunca, morirá, es la raya de Dios, es el genio particular, es el espíritu, es la lengua, ¿lo entendéis bien?; os lo digo en la vuestra; pero, ¡ay!, no os hagáis ilusiones; lo pienso en la misma; no hago más que traducir".

La relación entre Maragall y Azorín fue menos intensa, aunque no circunstancial. Maragall proclamó muy pronto el valor renovador de la obra azoriniana, y la muerte truncó una amistad que parecía perdurable. Quién sabe si poseen el sello maragalliano las ideas que Azorín puso en un memorable artículo, "Gobineau y la República", publicado en Abc en 1916. Afirmaba en él que en España "existe un Estado y varias naciones" y refrendaba así su tesis: "Una nación es la historia, la lengua, las tradiciones, la comunidad de remembranzas y de aspiraciones. Una nación, en último término, es algo que no se puede pesar ni medir, algo que se siente, pero que es difícil de concretar... En un Estado en que coexisten varias naciones; ¿cómo podemos hablar de un idioma nacional si cada una de esas naciones -como ocurre en España- tiene su idioma; todos serán igualmente nacionales. El uso del idioma oficial del Estado podrá ser cuestión de conveniencia o de comodidad, nunca de una cuestión de patriotismo".

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Al capítulo de amistades entrañables hay que añadir las de Rusiñol y Martínez Sierra, de García Lorca con los vanguardistas Dalí y Gasch y en la represíva posguerra1as relaciones, tan directas y admirables, entre Riba y los poetas Aleixandre y Ridruejo.

Pero hubo entre los dos mundos culturales algunas tiranteces, concretamente polémicas, siempre centradas en la lengua catalana y la plenitud de sus derechos. A principios de siglo, Menéndez Pidal, a propósito del bilingüismo, levantó una gran polvoreda con réplicas muy extensas de Jaume Massó i Torrents Arturo Masriera y el Filólogo Antoni María Alcover. Miguel de Unamuno, conio reacción al primer congreso internacional de la lengua catalana y al movimiento de la solidaridad catalana, acuñó una metáfora hiriente al comparar la espingarda, gloriosa pieza de museo, conla lengua catalana, mientras que, según él, la castellana era el máuser, arma moderna. Eugenio d'Ors inició la réplica de una polémica que duró, con intermitencias, veinticinco años, al escribir: "Tiene razón Unamuno: como arma de su imperialismo, el castellano es un máuser".

Más recientemente, las tesis de Julián Marías sobre el catalán encontraron una delicada y contundente confrontación histórica en Maurici Serrahima.

EL PAÍS reprodujo hace poco el manifiesto de los intelectuales de lengua castellana de 1924 contra la represión de que era víctima la catalana por parte de Primo de Rivera. Y en 1927, para reafirmar el acercamiento de ambas culturas al margen de la vida oficial, tuvo lugar en Madrid un ciclo de conferencias sobre nuestra realidad cultural dentro del contexto de una exposición de 6.000 libros catalanes. En 1930, caída la dictadura, un gran número de intelectuales en lengua castellana -Menéndez Pidal, Ortega, Araquistain, Azaña, Bergamín, Salinas, Sainz Rodríguez, Sánchez Albornoz, etcétera- fueron recibidos en Barcelona en un clima de apoteosis. Y en aquellos años un periódico modelo, como El Sol acogía liabitualmente en sus páginas las firmas de Carner, Pla, Sagarra, Gaziel y Soldevila.

Al discutirse el estatuto catalán en las Cortes, algunos intelectuales, al topar con una realidad viva como la fuerza de Cataluña, se replegaron hacia fórmulas más o menos jacobinas. Ortega fue uno de sus exponentes al crear el vocablo conllevancia como única fórmula para ir soportando el problema, según él insoluble o casi, de Cataluña.

La guerra civil estrechó el entendimiento entre escritores catalanes y castellanos que encontraron en Hora de España una plataforma de colaboración y resistencia.

Con el hundimiento de 1939, la mayoría de los cuadros intelectuales tuvieron que exiliarse. La represión contra Cataluña fue política, pero también lingüística y cultural. Resuelta la guerra mundial, Insula fue un oasis para los escritores catalanes. Finalmente, los encuentros personales cristalizaron en los memorables Congresos de Poesía (1951-1953), celebrados en Segovia, Salamanca y Santiago de Compostela. Riba se destacó en ellos como figura estelar y, con Foix, Garcés y otros, reconstruyó el puente entre ambas culturas. Ridruejo tuvo en todo un papel capital. Fue a través de él que se montaron nuevas reuniones; no literarias, sino políticas y semiclandestinas. Tuvieron lugar en los años sesenta, en L'Ametlla del Vallés, invitados por Félix Millet y Maristany; en Llinars del Vallés, en Can Bordoi, de J. M. Vilaseca Marcet. Final mente, una sesión se desarrolló en una finca, cerca de Toledo, y Fernando Chueca fue el anfitrión. Yo conservo recuerdos muy vivos y reconfortables de los dos primeros encuentros. Aseguraría que algunos de los que después han sido o son parlamentarios en Madrid oyeron por primera vez, de una manera seria, a través de la dialéctica histórica de Badía Margarit, Josep Benet, Jordi Carbonell, Cirici o Rafael Tasis, que Cataluña no era un juego de artificio, sino un pueblo milenario que quería recuperar su autogobierno, mientras que su lengua y su culturan eran sutil o brutalmente vejadas.

Con el despertar democrático de 1976, los contactos no se desvanecieron, pero la praxis, tan deseada y necesaria, de la política pasó adelante de todo. Sin embargo, algunos de los que vivíamos aquella relación de armstad y de reconstrucción ideal del futuro lo echamos en falta. De ahí que la Generalidad aceptara globalmente el proyecto de Jordi Maragall, significativamente hijo del poeta, y se desarrollara en Sitges. Porque era imprescindible reemprender públicamente los contactos. Si no fuera así, quizá se pensaría que los intelectuales de ambas culturas españolas sólo deben reunirse en la clandestinidad o para celebrar el fin de una dictadura, como en 1930.

El intelectual de hoy no es, como en el régimen autocrático, el altavoz, el vindicador ético que todo el mundo, menos el poder, escuchaba. Debe compartir el protagonismo con los políticos, pero su voz pesa críticamente. Por esta razón nos complace que, cuando el Estado de las autonomías se presenta como un gran reto histórico, los intelectuales de lengua castellana, algunos de los cuales ya habían asistido a las reuniones de los años cincuenta y sesenta, sean nuestros huéspedes, y que, mirando especialmente a las nuevas generaciones, el puente se consolide, y que el conocimiento de nuestra historia y de nuestra realidad actual les llegue o no por la vía puramente libresca, sino a través del diálogo y de la amistad.

Cataluña es una realidad viva, creciente y solidaria que, después de cuarenta años de intento para destruir su misma esencia, reemprende su historia de autogobierno. Con la normalidad esperamos que se arrumben definitivamente opiniones como la de un ilustre intelectual que en el Parlamento español de 1932 dijo que "la historia de pueblos como Cataluña e Irlanda es un quejido casi incesante". Sólo nos lamentanos ante la opresión, la injusticia o las imposiciones solapadas; no siendo así, preferirnos el silencio o el trabajo bien hecho.

Albert Manet es director general de Actividades Artísticas y Literarias del Departamento de Cultura y Medios de Comunicación de la Generalidad de Cataluña.

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