La muerte del cisne
LudwigSi cualquier proyección interrumpida puede destrozar los valores de una película, la de Ludwig es especialmente peligrosa: Visconti no estructuró su filme con un orden cronológico lineal, sino que lo abrió a parcelas dispares de la vida de Luis II de Baviera con la disculpa dramática de formar un proceso entre otros personajes de la época para aclarar la posible lectura del rey. La lógica de esa ordenación tiene una dialéctica precisa que se diluye en esta fragmentación en dos partes con que Ludwig se muestra ahora a los españoles. Afortunadamente puede ya el espectador madrileño saltar de un local a otro para no aplazar la visión general de la obra; pierde, sin embargo, la acumulación emocional que los datos y el desarrollo dramático de las secuencias han ido fomentando desde el primer momento. De ahí que esta llamada segunda parte aparezca más fría, un tanto aislada del conjunto de la película.En la parte final de su trabajo, Visconti precisó el desarrollo que la decadencia última de su personaje. Aislado ya del mundo (y, lo que es más grave, de las decisiones políticas que le concernían), Luis II de Baviera no encuentra en el arte (traicionado como fue por Wagner) ni en el amor (rechazado por su prima Isabel) una aportación vital suficiente para sobrevivir con ilusiones. Su lento suicidio comienza mucho antes de que ministros y consejeros aprecien en el rey los datos de la locura.
Director
Luchino Visconti. Guión: Visconti, Enrico Medioli y Suso Cecchid'Amico. Fotografía: Armando Nannuzi. Música: Schumann, Wagner y Offenbach. Intérpretes: Helmut Berger, Helmut Griem, Umberto Orsini, John Moulder Brown, Romy Schneider, Trevor Howard, Silvana Mangano. Italo-germano-inglesa, 1972.Local de estreno: Alexandra.
La contemplación que Visconti hace de esa lenta muerte conlleva una reflexión sobre la postura individual que quiere aislar el arte de la vida o mantener unas particularidades que el entorno no permite. El drama de Luis II de Baviera no tiene en manos del director una contemplación histórica, un juicio de valor sobre su actitud de gobernante, más se inclina por el drama íntimo que por el político. No hay, por tanto, una conclusión drástica, un mensaje, como antes se decía Visconti manipula unos datos contradictorios para transformarlos en espectáculo personal, en vivencia. propia. Cada espectador se puede dejar seducir por distintas parcelas de la película.
Queda en Ludwig, pues, una ambigüedad que anega toda la obra. Habría que remitirse a El gatopardo, La caída de los dioses o Muerte en Venecia para enriquecer los momentos de Ludwig que se refieren a esas películas. Visconti, con cierta ampulosidad, no dudó en inspirarse en sus propios trabajos anteriores para construir la biografía de este rey.
Momentos como los de la coronación, la orgía, los paseos en barca y, sobre todo, el talante íntimo de la narración, repiten al autor anterior. Por ello, Ludwig semeja más el apunte de una película por perfilar que una obra ya cumplida.
Lo que, naturalmente, no impide la admiración por secuencias aisladas donde no sólo la singular belleza de la característica composición del autor es de nuevo ejemplar, sino donde también los complejos matices de Luis II llegan a adquirir una fuerza extraordinaria. Sólo que quedan desprovistos de continuidad, sin capacidad para responder a tantas preguntas como el espectador puede formularse de cara al personaje central o a otros no menos importantes que le rodean.
Babelia
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