_
_
_
_
Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El libelo

La ley anti/libelo que quiere sacarse la ucedé es una cosa que me afecta mayormente a mí. Algunos periodistas yo no sé por qué se encampanan y se ponen tarascas, siendo como son respetuosos con las leyes, los preceptos, la cosa fáctica y las fiestas de guardar. Aquí el único libelista que hay soy yo, en la tradición anglosajona del XVIII, me refiero, o sea que don Leopoldo Calvo-Sotelo viene a por mí.«Libelo», que viene a significar librillo, libro pequeño, escrito corto, es una cosa que yo he hecho mucho, y la tradición del libelo me parece clásica, ilustre e ilustrada. Unos vienen de la facultad esa de Ciencias de la cosa, aquí en el periodismo, y otros venimos de Marcial, Quevedo, Voltaire, Villarroel, Larra, Diderot, Ortega, Escarpit, D'Ors y Villamedina («son mis amores reales»). Contra esta esclarecida basca del periodismo (rama libelo) va ahora la UCD. La otra basca o tradición (rama Juan Aparicio) puede escribir tranquila y hasta echarse alguna coplilla al terrorismo blanco sin que eso sea considerado apología del terrorismo. Ocurre que, de Voltaire a Larra, los periodistas/ periodistas han sido grandes indocumentados sin carné, dorada turba de indeseables como los que he citado y otros. Ocurre que el periodismo nace como «libelo», como escrito corto, hasta que pega el salto cualitativo (quienes no han leído a Kierkegaard, creen que esto de «salto cualitativo» es jerga de Marx: y hago esta nota a pie de página para no incurrir en libelo marxista). De la cantidad-poca-de un escrito satírico de Quevedo o Voltaire, de un epigrama de Marcial, se pasa a la calidad /cualidad: la denuncia breve es doblemente eficaz, por breve y por denuncia. Todos los periodistas somos, pues, libelistas, y tan noble y forajida genealogía es la que quiere interrumpir ahora el partido del Gobierno, el gobierno del partido. Pero, aparte el caso gremial, está, ya digo, el caso personal, o sea el mío, que uno ha hecho libelismo durante los cien años de soledad que duró eso que había antes. Uno no hacía informes informáticos ni reportajes cibernéticos ni ensayos folklóricos: uno hacía libelos. La noche en que llegué al Café Gijón, en seguida me lo dijo Pedro, el camarero:

-Aquí el joven, de poeta, ¿no?

-Un servidor es libelista y quiere un cortadito.

A mi lo que se me da es el libelo, o sea, el escrito corto en que uno se mete con el personal, la basca ideológica, la pomada oligárquica y toda clase de movidas fundamentalistas, por principio ético y, sobre todo, por fines estéticos, ya que uno ama el fragmento. A mí me quitan el libelo, que es lo que ahora está barrenando la ucedé que nos queda, e incurro en memorias de un niño de derechas, retrato de un joven malvado, crónicas anti parlamentarias, crónicas postfranquistas, España de parte a parte y helechos arborescentes.

O sea, el escrito corto, pero en largo. Otra vez el libelo, pues que la literatura es el libelo por otros caminos, y España invertebrada, un su poner, primero fue una escandalosa sucesión de libelos. Por eso digo. Dado que, en periodismo, o se viene del libelo o se viene de Juan Aparicio, sacarse ahora una ley anti/libelo, anti/escrito corto -¿y qué otra cosa es un editorial o una columna?-, es sacar una espada de la panoplia dictatorial contra el cuarto poder, que ni tiene poder ni es el cuarto. Uno no es que sea ni más ni menos periodista que los demás, sino que uno es de los que están en la raíz, en el origen gremial del oficio, en aquellas hojas entre románticas y agrarias en que se da ba la cotización de los granos, la boda de la duquesita y un editorial laicizante -«masonazo»- de don Francisco Perillán. Uno viene del Diario Pinciano como todos los periodistas venimos de los escritos satíricos de Quevedo (Castalia es Io más a mano), de los escritos satíricos y filosóficos de Voltaire (Alfaguara/Jaime Salinas).

Sepan los improvisados y antiquísimos yeyés de la UCD que el libelo es -y no sólo etimológicamente, que la etimología siempre supone algo más- la mejor, más esclarecida y lontana heráldica del periodismo. Al periodismo se le llama «libelo» para represarlo como a las meretrices de trasantaño se las llamaba «tiples», para hacerlas cantar. Acabaremos de tiples.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_