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Polonia vivió una semana de terror bajo la ley marcial

"Población aterrorizada por fuerza militar. Internamientos masivos en condiciones deplorables. Golpe para la esperanza y el entendimiento nacional. La nación no retrocederá y no renunciará a la renovación democrática. Pedimos libre actividad del presidente del presidium de Solidaridad, Lech Walesa, quien sigue siendo indispensable para el equilibrio nacional". El dramático telegrama recibido el jueves 17 en París lleva la firma de Josef Glemp, primado de la Iglesia católica polaca. Hace ya cinco días que los tanques y los rumores se apoderaron de los polacos. La fecha maldita, domingo 13 de diciembre, ocupará un lugar de honor en la historia de las dictaduras militares. La ira, la tristeza y la desesperación cubrieron, en compañía de la nieve, todo el país.

Ocurrió lo que todos temían. Pero a todos cogió por sorpresa; incluso a los servicios de inteligencia norteamericanos. Igual que pasó con Irán y Afganistán. "Se trata de un fracaso colectivo. No hay que echarle la culpa al presidente Ronald Reagan ni al Pentágono. Fuimos tomados por sorpresa, es un fallo de todos", admitió anteayer, viernes, Richard Perle, subsecretario norteamericano de Defensa para Asuntos de Seguridad Nacional.Y así, por sorpresa, diecisiete meses de primavera polaca desembocaron, brutal y bruscamente, en un infierno.

"Al menos los tanques no son soviéticos". Este fue el único respiro que les quedó a los polacos cuando el domingo se asomaron a la ventana y comprobaron, a la luz de un sol brillante, que la proclama del general Wojciech Jaruzelski, con los acordes del himno nacional de fondo, no había sido un mal sueño. Sólo que la realidad era aún peor que la más tétrica de las pesadillas.

Un Consejo Militar de Salvación Nacional regía desde la medianoche los destinos de Polonia Quince generales y cinco corone les habían dado a luz lo que un portavoz oficial calificó de "segunda revolución polaca". Polonia (la "extensión llana, el campo", según reza su nombre) se encontraba en estado de guerra (stan wojenny). Todo estaba prohibido. Los teléfonos habían enmudecido por completo. Las gasolineras estaban cerradas. Y la casi totalidad de los dirigentes del poderoso sindicato independiente Solidaridad, detenidos; internados, según la jerga de los golpistas.

No había inmunidad ni siquiera para renombrados miembros del Partido Obrero Unificado Polaco (POUP, comunista). Entre el millar de detenciones que se practicaron en las, primeras horas de vigencia de la ley marcial figuraban seis ex miembros del Politburó, encabezados por el que fuera primer secretario del partido hasta septiembre del pasado año, Edvard Gierek. Junto a él pasaron a los calabozos el ex primer ministro Piotr Jaroszewicz, el ideólogo Jan SzydIak, el experto en relaciones internacionales Tadeusz Wrazaszczyk y uno de los principales enemigos de los mineros silesianos, Sdzislaw Grudzien.

El general Jaruzelski -hasta entonces primer ministro, primer secretario del POUP y titular del Ministerio de Defensa- guardaba así las apariencias, en un desesperado intento de dotar de credibilidad a su golpe de mano. La corrupción también tenía su merecido.

Su voz, firme y paternal a la vez, había servido de trágico despertador dominical para los polacos. "Nuestro país se encuentra al borde del abismo. La estructura estatal ha dejado de funcionar; tenemos que hacer algo antes de que nos veamos envueltos en una guerra civil". Tras arremeter contra Solidaridad, aseguró que "no se trata de un golpe de Estado", que no pretendían imponer una "dictadura militar".

Mazurcas de Chopin (una música muy poco militar) endulzaban los intermedios. Y una y otra vez, a lo largo de veinte interminables minutos, JaruzeIski recordaba, por radio y televisión, que una tras otra todas las libertades habían sido sepultadas por la fuerza de las armas.

Todo prohibido

Todo quedaba prohibido: reunirse, manifestarse, abandonar los lugares de residencia sin permiso, pegar carteles en las paredes, distribuir octavillas, salir a la calle entre las diez de la noche y las seis de la mañana, ir sin carné de identidad, echar gasolina, sacar más de 10.000 zlotys del banco, hacer colectas, organizar encuentros deportivos, portar armas blancas.

Y hay de aquel que se resista a un registro domiciliario. O de aquel que vaya a la huelga. O del que se niegue a ser militarizado. Los tribunales militares se están encargando de ellos. Las órdenes incluyen la entrega a las autoridades de todas las emisoras privadas de radio, armas de fuego y sustancias explosivas.

La noche de aquel sábado fue, como ha afirmado el diario francés Le Monde, "la noche de las libertades perdidas".

La comisión nacional de Solidaridad estaba reunida, sus 107 miembros, en los astilleros Lenin, al borde de las aguas del Báltico, en un brazo del delta del Vístula. Fuera hacía mucho frío y estaba nevado. Dentro, acalorados debates culminaron en la aceptación de una dura y premonitoria resolución presentada por Jan Rulewski, presidente de la sección sindical de Bydgoszcz.

La resolución determinaba que, en caso de que la Dieta (Parlamento) otorgara plenos poderes al Gobierno (con lo que quedaría suspendido el derecho de huelga), se iría a un paro total al día siguiente. Y rezaba así literalmente: "Si se impide actuar a las instancias superiores del sindicto, los trabajadores deberán declararse en huelga de inmediato, sin esperar orden alguna".

Pero los dirigentes sindicales fueron aún más allá: el 15 de febrero, Solidaridad organizará un referéndum en los centros de trabajo sobre "los métodos empleados por el Gobierno en el poder". Cinco fueron las preguntas que el golpe militar dejó sin respuesta: ¿daría usted un voto de confianza al general Wojciech Jaruzelski? ¿Es partidario de un Gobierno provisional y de convocar elecciones libres para los principales órganos del país? ¿Está usted de acuerdo en que Polonia otorgue garantías militares dentro de su territorio a la Unión Soviética? ¿Puede el POUP ser el instrumento de tales garantías en nombre de toda la sociedad polaca?

Alguien irrumpe en la reunión. "Estamos aislados. No funcionan los teléfonos ni se puede transmitir por télex". El caso es que no es la primera vez que esto ocurre. Hasta los más pesimistas se resisten a pensar en lo peor. Prefieren creer que las comunicaciones se restablecerán en breve.

Pasada la medianoche, se disuelve la reunión y los delegados vuelven a sus hoteles. Lech Walesa, el electricista de 38 años convertido en líder sindical, se va a su casa, donde relata a su esposa, Donuta, encinta por séptima vez (espera otro hijo para la primavera), los pormenores del debate.

La verdad es que no las tiene todas consigo. Cuando salieron de los astilleros habían visto un despliegue inusitado de milicianos. Alguien preguntó qué ocurría. "Nada importante: está en marcha una gran redada de inalhechores", respondió uno de los jóvenes uniformados. Para colmo, a lo largo de todo el día se habían ido acumulando mensajes de distintos voivodatos (provincias) con un denominador común: la presencia militar en las calles y carreteras era superior a la normal.

Primeras detenciones

En menos de tres horas sólo quedaban en libertad cinco dirigentes de Solidaridad, que consiguieron esconderse a tiempo. Las redadas de los milicianos fueron vistas y no vistas. En silencio, y ante el asombro de los porteros del Gran Hotel, del Monopol, del Hevelius..., se habían llevado consigo a más de un centenar de sindicalistas, introduciéndoles en autobuses, que partieron inmediatamente con rumbo desconocido.

A Walesa le fueron a buscar a su casa y le trasladaron en un avión militar a Varsovia "para negociar con las autoridades". El domingo se dijo que estaba en conversaciones con el ministro de Trabajo.

Hacía tiempo que Solidaridad había previsto, aunque lejana, la posibilidad de que los militares tomaran el poder en el país, y existían instrucciones concretas a sus diez millones de afiliados: la huelga general habría de apoyarse en dos pilares, los paros generalizados y la ocupación de los principales centros de trabajo, que se constituirían en fortalezas. Y así ocurrió inmediatamente en los astilleros bálticos, en las minas de Silesia (el Ruhr polaco), en las fábricas de tractores Ursus, en las siderurgias de Huta Warszawa, Nova Huta (enorme complejo de diez kilómetros cuadrados), Huta Katowice en las fábricas de automóviles SSO... y en cientos de puntos de todo el país, incluidas las universidades.

Las instrucciones de Solidaridad también rezaban para los policías y militares afines al sindicato: "El deber patriótico elemental de cada soldado, de cada funcionario de las fuerzas del orden, es el de oponerse a las instrucciones que se den por todos los medios posibles. Los trabajadores de la MO (milicia) y de la SB (seguridad) deberán comenzar inmediatamente a destruir todos los documentos que puedan facilitar el exterminio de polacos".

Algunos, como ocurrió con dos soldados que el viernes habían recibido la orden de presentarse en el cuartel, optaron por desertar antes de "tener que disparar contra nuestros hermanos", según explicaron a su llegada a Suecia, a bordo de un transbordador.

La "fortaleza" Lenin

Los astilleros Lenin, de Gdansk (la antigua Danzig), escenario de los sangrientos sucesos de 1970 y del nacimiento de Solidaridad hace año y medio, volvieron a desempeñar un papel histórico. El mismo domingo comenzó su ocupación, su transformación en fortaleza, y al frente de la misma se puso Miroslaw Krupirtski, uno de los vicepresidentes del sindicato (finalmente fue detenido el miércoles). Se lanzó un llamamiento a la huelga general para exigir "la liberación de todos los detenidos y la anulación del estado de sitio".

Entre los ocupantes estaba una mujer diminuta, Arma Walentynowicz. Su despido, en 1980, fue la chispa que provocó el surgir de Solidaridad. Anna llora al volver a ver a sus compañeros, una vez más, atrincherados.

Los viajeros que ese día recorrieron los 348 kilómetros que separan Gdansk de la capital comprobaron cómo la entrada a la ciudad desde el Sur estaba guardada por nueve blindados, pudiendo distinguirse más por los caminos vecinales adyacentes. Asimismo tuvieron que traspasar varios controles policiales, y los escasos vehículos que circulaban eran registrados una y otra vez.

En Varsovia, la gente va a misa, pero no como todos los domingos. A partir de ese día, las parroquias han pasado a ser los únicos puntos de reunión tolerados. Desde la iglesia de los jesuitas el primado lanza un llamamiento a favor de la calma y, tras condenar el golpe, pide a sus conciudadanos que eviten el derramamiento de sangre.

"Asunto interno"

Las reacciones internacionales, en un principio, son lentas y, sorprendentemente, poco tajantes. Se repite en Occidente la manida frase de que lo ocurrido no pasa de ser un asunto interno, y Estados Unidos y la Organización para el Tratado del Atlántico Norte (OTAN) lanzan advertencias a la Unión Soviética para que se mantengan al margen. Según pasan los días y los hechos (al menos nueve muertos y más de 50.000 detenidos) demuestran que la dictadura del proletariado ha pasado a ser una vulgar dictadura militar, los países occidentales se vuelcan en favor del pueblo polaco: miles de manifestantes (eso sí, con ostensibles ausencias comunistas en muchos casos) se echan a la calle, se refuerzan los programas de ayuda sanitaria y alimenticia (a excepción de Estados Unidos, que la suspende) y se suceden los llamamientos de los principales dirigentes: del presidente francés, François Mitterrand; del canciller germano occidental, Helmut Sclimidt; de la primera ministra británica, Margaret Thatcher.

El miércoles, los ministros de los diez países miembros del Mercado Común piden a todos los países firmantes del Acta Final de Helsinki que "se abstengan de inmiscuirse en los asuntos internos de Polonia".

Desde el Vaticano, el Papa polaco, ex arzobispo de Cracovia, intenta desesperadamente comunicarse con las jerarquías católicas de su país y pide calma a la población. El lunes, el presidente Ronald Reagan le llama por teléfono: "Su Santidad, quiero que sepa cuán preocupados estamos por lo que ocurre en su patria".

El golpe cogió por sorpresa al secretario de Estado norteamericano y a su colega vaticano. Alexander Haig, que se encontraba en Bruselas, suspendió su proyectada gira por diversos países europeos, árabes y asiáticos, y volvió rápidamente a Washington. Y el cardenal Casaroli, que estaba en México, tambiérivoló a la capital norteamericana, donde fue recibido por Reagan en la Casa Blanca a mediodía del martes.

Ultimátum soviético

El jueves, en una conferencia de Prensa, Reagan calificaba de ingenuos a aquellos que creían que Moscú no estaba detrás de lo que ocurre en Polonia.

Apenas sí había pronunciado estas palabras cuando la BBC de Londres (quie durante toda la crisis ha mantenido un excelente equipo de radioescuchas) aseguraba que el golpe de fuerza de Jaruzelski tuvo su origen en el ultimátum lanzado por el comandante en jefe de las fuerzas del Pacto de Varsovia, mariscal Viktor Kulikov. El viernes 18 se confirmaba que el militar soviético está desde hace más de quince días en Varsovia, al frente de un reducido estado mayor.

"Si tú no lo haces, lo haremos nosotros", le aseguró Kulikov en una entrevista mantenida bien el jueves 10, bien el viernes 11.

Y el hasta entonces moderado Jaruzelski optó por responsabilizarse del futuro polaco.

El nombramiento del general Jaruzelski al frente del Gobierno el pasado mes de febrero, fue bien recibido, en un principio, por los sindicalistas, pues aunque era ministro de Defensa en 1968, se le atribuye la decisión de que las tro pas polacas no dispararan contra los manifestantes. Jaruzelski tiene actualmerite 58 años y se cree que a sus padres les mataron los rusos durante la, guerra entre ambas naciones.

Huelga general

Las primeras reacciones en Moscú tras el golpe del día 13 fueron positivas y cautelosas a la vez; se intentaba dar la impresión de que lo ocurrido era, efectivamente, un asunto interno. Pero los nervios empezaron a cundir al comprobar que la resistencia se organiza, se extiende y desborda las propias fronteras polacas. El viernes quedó constituida una comisión coordinadora de Solidaridad en el exilio, con base en Zurich.

El llamamiento a la huelga general, la última información que pudieron transmitir los corresponsales extranjeros, fue seguido en múltiples centros industriales del país. El comité nacional de huelga quedó integrado el mismo domingo por los delegados de los astilleros Lenin, representantes de 48 empresas de Gdansk, una veintena de miembros del aparato de Solidaridad y un representante del presidium. El lunes, los obreros llegaron a los astilleros, el casco en la cabeza y el brazalete blanco y rojo en el brazo. Se suceden los intentos de desalojo por la fuerza, pero hasta el miércoles la fortaleza permanece en pie. Cientos de heridos es el balance de la actuación militar. El diario local Glos Wybrzeza relata lo sucedido "por culpa de aquéllosque perdieron totalmente el instinto de conservación".

Se habla de más enfrentamientos, de muertos y de más heridos. Los rumores son el pan de cada día. El de verdad, el de trigo, está racionado. Las emisiones de Radio Varsovia aseguran al principio de la semana que todo está en calma, a pesar de la actuación de algunos irresponsables; que el orden ha vuelto a las calles polcas, que la situación se ha normalizado. El jueves se reconoce oficialmente la muerte de siete mineros de Silesia, en la mina Wujek. Asimismo se informó de lo ocurrido en Gdarisk: 164 civiles y 160 policías heridos es el balance facilitado por la emisora. Tras emitir dos nocturnos de Chopin, una voz masculina comenta solemnemente: "Estas víctimas eran innecesarias". Y se sabe ya, aunque no lo confirman, que otras dos personas han perdido la vida en Wroclaw.

La tensión crece por momentos. Radio Varsovia advierte que "la policía y el Ejército han recibido orden de disparar si surgen incidentes serios".

Las agencias enmudecen

Las agencias de Prensa habían estado informando el domingo sin problemas. Pero, sin previo aviso, todas las líneas enmudecieron a las tres de la tarde del lunes. Hasta el viernes no se abrió una línea de télex que, previo paso por la censura, permite trabajar a los periodistas extranjeros, que han tenido que volver a acreditarse, esta vez ante el Consejo Militar de Salvación Nacional.

Los corresponsales que optaron por salir del país fueron minuciosamente registrados y requisado todo el material informativo que llevaban, incluidos rollos de películas y publicaciones de Solidaridad. Igual ocurría con los extranjeros que abandonaban el país. Durante casi tres días el Chopin Express -que une Varsovia con Viena a través de Checoslovaquia- y los transbordadores del Báltico sirvieron para que los polacos residentes en el extranjero pudieran abandonar su país.

El misterio más absoluto ha venido rodeando la suerte de Lech Walesa desde que se lo llevaron de su casa en la madrugada del domingo. No obstante, se ha confirmado que el secretario de la Conferencia Episcopal, monseñor Dabrowski, le visitó el mismo domingo y le llevó ropa limpia el lunes.

Fuentes sindicales aseguran que el dirigente de Solidaridad se encuentra arrestado en una residencia del Gobierno, en los alrededores de Varsovia, que está muy deprimido y que se niega rotundamente a aparecer en televisión, a menos de que antes le permitan entrevistarse con sus colaboradores más próximos y con el primado polaco. A su vez, el arzobispo Glemp se niega a negociar con Jaruzelski en tanto que Walesa no recobre la libertad.

¿Es Walesa?

El jueves la televisión polaca ofreció imágenes de Walesa (al menos eso es lo que dijo el presentador uniformado, a pesar de que el personaje enfocado apenas sí recordaba al líder sindical más que por los bigotes) sentado junto a unos militares. En Europa Occidental se están analizando detenidamente los fotogramas para intentar comprobar si se trata o no de un doble. Ayer se habló de un supuesto ataque cardíaco, y en días anteriores, rumores absolutamente sin confirmar sugerían que Walesa había muerto.

Entre los detenidos (las autoridades militares sólo reconocen la cifra de 3.500) no sólo hay sindicalistas, sino también intelectuales, estudiantes, miembros de la famosa Academia de Ciencias, la Polska Akademia Nauk (PAN), encargada de coordinar la investigación científica y sociológica a través de numerosas instituciones. También hay directores de fábricas, funcionarios y miembros del partido. Todos ellos se amontonan en campos de concentración y en las cárceles, especialmente en la de Bialoleka, en Varsovia, donde las celdas no dan abasto para albergar tanto nuevo recluso y donde la crudeza del invierno hace de las suyas.

Minutos antes del mediodía del martes 15, gruesos contingentes de milicianos y soldados habían rodeado el palacio Staszic, a orillas del Vístula, procediendo al arresto de decenas de personas, incluidos estudiantes y empleados. Gritos de "fascistas, fascistas" fueron repetidamente lanzados por los transeúntes. contra las fuerzas del orden.

En la tarde del miércoles la televisión polaca hizo pública una lista de sesenta personalidades internadas, incluidos numerosos miembros del presidium de Solidaridad, de la Confederación por una Polonia Independiente y del ex Comité de Defensa de los Obreros (KOR), incluido Jacek Kuron. Lech Walesa no figura en esta lista. El presidente de Mazowsze, la sección de Solidaridad en la capital polaca, fue arrestado en la fábrica de tractores Ursus, a treinta kilómetros de Varsovia. La Prensa (tan sólo se publican los órganos del POUP y del Ejército) publica fotografías de los detenidos.

El mismo miércoles comenzaron los procedimientos judiciales contra decenas de dirigentes sindicales y estudiantiles acusados de no respetar las disposiciones de la ley marcial del estado de guerra.

Según informó Liberation, de París, aunque no pudo confirmarlo plenamente, el periodista de Solidaridad Jerzy Zielevisky, que estaba preparando la aparición de un diario sindical, se quitó la vida en el momento de enterarse de que los militares habían dado un golpe de Estado.

Repatriación

Ocho aviones charter partieron el miércoles y jueves hacia París, Londres, Moscú, Roma, Estocolmo, Nueva York, Budapest y Estambul para repatriar a los extranjeros que se encontraban aún en Polonia, y devolver a su país a los polacos que se encontraban fuera.

El Episcopado polaco endurece súbitamente su postura inicial y el jueves hace llegar a Europa Occidental un dramático llamamiento, asegurando que "la nación polaca no retrocederá ni renunciará a la odnowa (renovación) democrática". Más de un medio informativo habla de preguerra civil, y hasta el embajador polaco en Lisboa da a entender que su país, a pesar del golpe, sigue estando "al borde del abismo". Según pasan los días, los polacos creen cada vez menos en que se pueda evitar un baño de sangre.

Entretanto, la presencia militar se acrecienta sobre las nevadas calles de Varsovia y de las principales ciudades de este estratégico territorio de tan difícil historia. Una historia que los golpistas aprovechan para justificar sus actos. Los programas infantiles de la televisión muestran a un valeroso y patriótico joven polaco que lucha contra la orden de los caballeros teutones. Y los adultos han de entretenerse con películas (como la que pusieron el mismo día 13) en las que el poderoso Ejército soviético derrota a los nazis. El único problema, piensan los telespectadores, es que, en esta ocasión, el posible objetivo son los trabajadores polacos. El miércoles, y a lo largo de setenta minutos, se emite un programa especial en el que intervienen historiadores de Budapest sobre el aplastamiento de la insurrección húngara de 1956.

Esa misma noche, según se supo ayer, la Unión Soviética mantuvo en estado de máxima alerta a todas sus tropas fronterizas.

En la reunión que la comisión nacional de Solidaridad había celebrado el sábado en Gdarisk se había decidido convocar para el jueves 17, aniversario de los sangrientos sucesos de hace once años, una "jornada de protesta nacional contra el recurso a la violencia en los conflictos sociales".

El miedo a las armas y a los blindados no impidió que cientos de jóvenes llenaran la Plaza de la Victoria, por la tarde, y fueran brutamente disueltos; eso sí, con porras y mangueras de aguas, de agua a presión y a quince grados bajo cero. En respuesta, los manifestantes gritaban a coro: "¡Gestapo!".

Y a mayor represión, creciente resistencia, activa y pasiva. Una atenta escucha de Radio Varsovia permite descubrir, por ejemplo, que 140 autobuses y tranvías no pudieron circular el martes en Lodz "porque faltaban neumáticos y piezas de recambio". O bien que, en Cracovia, los conductores de los autobuses siguieron trabajando voluntariamente para sustituir al turno siguiente, que llegó con retraso.

"La calma y la gravedad" prevalecen en numerosas ciudades polacas, asegura Radio Varsovia en la mañana del jueves. "El trabajo se desarrolla normalmente".

Pero hay un llamamiento a la huelga general para el sábado, precisamente el día en que Leónidas Breznev cumple 75 años. Por primera vez desde el domingo, el viernes aparece un locutor sin uniforme en el único canal que hay abierto de televisión, pero es para recordar a todos los funcionarios y a todos los trabajadores de las empresas militarizadas que "el sábado es un día laborable".

En la recepción del Kremlin se echa en falta la presencia de las autoridades polacas. En su ausencia, los restantes dirigentes del Pacto de Varsovia habrán previsto el desdichado futuro que les espera a los polacos, sin excluir la presencia directa de tropas soviéticas.

Hostilidad

"La impresión que da Varsovia es un tanto extraña", explica a la agencia France Presse un joven canadiense llegado a Londres el jueves, y que había presenciado un encierro estudiantil en la Universidad de Varsovia. "Aparentemente la vida sigue su curso normal, pero es evidente que un 90% de la gente es hostil a la declaración del estado de sitio. Hay una clara resistencia pasiva".

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