Leónidas Breznev presentó un jovial aspecto a su llegada a la capital germano-occidental
El jefe del Estado soviético, Leónidas Breznev, presentó un jovial aspecto a su llegada a Bonn, el domingo por la tarde. Algo más de 2.000 militantes del DPK (Partido Comunista alemán, prosoviético) acudieron a recibirle al aeropuerto de Colonia (Bonn). Como signo de bienvenida, buena parte de los manifestantes llevaban antorchas encendidas y daban gritos a favor de la solidaridad interalemana.No obstante, ninguno de ellos vio de cerca al líder soviético. Todo lo más pudieron adivinar el mornento de su llegada gracias al resplandor azul de los coches de policía, que se perdían a toda velocidad al fondo de la autopista.
En un rincón de las pistas del aeropuerto -y rodeado de fuertes medidas de seguridad-, el avión lluschin que conducía a Leónidas Breznev fue recibido por el jefe del Gobierno federal, Helmut Schmidt, varios miembros de su Gabinete, una representación del Cuerpo Diplomático acreditado en Bonn, una compañía de honores y un grupo de disciplinados niños soviéticos con ramos de flores.
A las 19.05 horas del domingo, la puerta del Iluschin se abrió para dejar paso a Breznev, que fue ayudado por un militar en su descenso por la escalerilla. Schmidt -tocado con su inseparable gorrilla azul y masticando un chicle- recibió a Breznev y los dos intercambiaron sonrisas. Juntos -a bordo de un Mercedes 600, de color negro, con las banderas de la URSS y la RFA- iniciaron el camino hacia el palacio Gymnich (a unos 35 kilómetros del centro de la capital federal), que será hasta el miércoles la residencia del jefe del Estado soviético. Allí, las delegaciones soviética y alemana mantuvieron un primer contacto de cortesía y tomaron unos refrescos.
Todos los observadores coinciden en señalar el jovial aspecto que presentaba el líder soviético, quien -en su anterior visita, en 1978- necesitaba la ayuda de sus acompañantes para sentarse, levantarse o subir y bajar escaleras.
Ayer, a las 10.40 horas, soviéticos y alemanes mantuvieron su primera entrevista formal en las oficinas de la cancillería de Bonn, que es un chato edificio moderno, de color oscuro, con los jardines adornados por una estatua de Henri Moore. En Bonn lució ayer el sol durante todo el día, y Breznev llegó a bromear, por señas, con Helmut Schmidt: el jefe del Estado de la URSS había salido sin ayuda de nadie del Mercedes 600 negro y no llevaba abrigo.
Schmidt -que desde que le fue implantado un marcapasos trata de demostrar su buena salud- decidió despojarse también de su abrigo, y escuchó, junto a Breznev, los himnos nacionales de ambos países. Luego pasaron revista a una compañía de honores de los tres ejércitos, mientras dos docenas de curiosos contemplaban la escena a través de las verjas de la cancillería.
El carácter de la visita de Breznev -considerada viaje de trabajo- ha dado cierto carácter anónimo a esta cumbre. En las calles de Bonn no hay banderitas y los paseantes contemplan el ir y venir de los coches oficiales.
Después de una breve siesta Breznev asistió ayer, por la noche, a una cena oficial, ofrecida por el Gobierno alemán, en la que también estaban presentes los jefes de las diplomacias de ambos países.
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