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La ampliación del sector público no amenaza la libertad, sino que la desarrolla

Desde hace varias semanas, la oposición concentra sus ataques en el terreno de la libertad. Algunos de estos ataques son verdaderas necedades que ni merecen ser refutadas. ¿Quién se toma en serio el peligro de un partido que dominara la Asamblea Nacional cuando ésta se ha visto sometida durante diez años a un bloque gaullista tan poderoso como el que dominó entre 1962 y 1973? ¿Quién sospecha que François Mitterrand no quiere aceptar la alternancia? ¿Quién teme de verdad que los socialistas no cederán el poder si son derrotados en 1986? ¿Quién se indigna realmente ante los pocos cambios de personal directivo habidos en la Administración o la radiotelevisión, cuando la derecha ha venido situando durante dos décadas a sus adictos en todos los puestos clave?Sin embargo, la nueva mayoría cometería un error si desdeñara un problema que se plantea hoy de otra manera. Sus adversarios encuentran mayor audiencia cuando pretenden que las nacionalizaciones constituyen tan sólo la primera etapa de una col9ctivización casi general, que conduciría inevitablemente a la dictadura. En los auditorios de clase media, bastante representativos de la Francia moderada, he podido comprobar que estas visiones atormentan muchas imaginaciones.

No bastarán las buenas palabras para disiparlas mientras sigan pareciendo engendradas por la contradicción fundamental del socialismo en estos últimos años del siglo XX. El socialismo ha nacido de la voluntad de desarrollar, extender y profundizar la libertad; de pasar de una libertad formal a una libertad real, como decía acertadamente Karl Marx, en una época en que las elecciones, el Parlamento, la Prensa y las organizaciones estaban dominados por el poder del dinero, que reducía la masa del pueblo al estado de ciudadanos pasivos. Pero he aquí que. el socialismo coexiste hoy con las dictaduras más sólidas de la historia, y precisamente en aquellos países que han utilizado el medio imaginado por Marx para fundar una democracia auténtica: la colectivización de los instrumentos de producción. ¿Cómo no va a provocar desconfianza semejante resultado?

Desconfianza que sólo se ve atenuada por el hecho de que la nacionalización apunta únicamente a algunas empresas y que no se irá más allá sin una nueva aprobación de los electores, de acuerdo con el compromiso contraído por el presidente de la República durante su campaña electoral. Mientras los dos binomios "propiedad-colectiva-dictadura" y "libre empresa-democracia" sigan pareciendo indisolubles a los ojos de muchos franceses, cualquier avance en la vía de la apropiación colectíva o cualquier retroceso en la del capitalismo constituirá para ellos una amenaza contra la libertad política e incrementará los riesgos del autoritarismo. Hay que ir al fondo del problema si se pretende restablecer la verdad. Dos puntos son esenciales en este sentido.

El totalitarismo nazi refutaba el razonamiento de los teóricos liberales según el cual la empresa privada conduce a la democracia al establecer una separación de poderes de nuevo cuño: entre el poder político, ejercido por el Estado, y el poder económico, ejercido por los empresarios. Cuando el primero de ellos cae en manos de un dictador implacable, el segundo se ve reducido a una obediencia total. Bajo el régimen de Hitler, la Prensa capitalista de Alemania no fue menos monolítica ni estuvo menos domesticada que la Prensa colectivista bajo el régimen de Stalin. La opresión no fue menor, como tampoco la supresión de todas las libertades. Tampoco debe olvidarse, por último, que las grandes empresas desempeñaron un papel determinante en el advenimiento del nacionalsocialismo. La empresa privada no garantiza la democracia. Puede incluso ayudar a destruirla.

Colectivismo en dictadura

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El análisis de los regímenes políticos del Este conduce a conclusiones simétricamente opuestas. En Rusia, en China y en las democracias populares no ha sido el colectivismo el que ha engendrado la dictadura, sino la dictadura la que ha impuesto el colectivismo. La tiranía política se instaurá inicialmente como consecuencia de revoluciones, de guerras civiles o con países extranjeros, e incluso de ocupaciones militares, que habían aniquilado por completo el antiguo poder del Estado. Una vez asentado en su partido único, su policía y su Ejército, el nuevo poder socializó los medios de producción siguiendo un esquema exactamente opuesto al de Marx, que preveía que lacolectivización sería la consecuencia de la evolución natural del capitalismo en las naciones más desarrolladas, en las que los progresos de la economía conducirían a la concentración de las empresas privadas en firmas gigantescas, puestas, naturalmente, bajo la dirección de la nación. Pero ni Rusia en 1917 ni China y Europa oriental en 1945 se encontraban en esta situación: se trataba de zonas más o menos atrasadas en las que dominaba la agricultura y en las que la industria tenía poco peso en comparación con la de Occidente.

¿Ha consolidado la colectivización total de la economía las dictaduras del Este, que se habrían visto debilitadas, por el contrario, en un régimen de libre emprésa? Cabe dudarlo, puesto que no consiguió humanizar la dictadura de Hitler.

Las tiranías de Chile, de Argentina, de Uruguay, de El Salvador, de Guatemala y de Indonesia continúan prosperando a pesar de la famosa separación del poder político y del económico. Este último no se preocupa en absoluto del monolitismo, opresión, detenciones, torturas ni ejecuciones, con tal que los beneficios sean sustanciosos y los trabajadores se vean reducidos a la obediencia.

En cualquier caso, el problema de la colectivización global ya no se plantea en las naciones industriales avanzadas. Si bien es eficaz en la fase de acumulación primaria del capital, deja de serlo en una sociedad desarrollada, en la que la economía de mercado es la única que puede satisfacer la multiplicidad y variedad de las necesidades. Para la pequeña y mediana empresa, la iniciativa privada sigue siendo insustituible para asegurar la innovación técnica y desarrollar las relaciones humanas. El problema de la nacionalización se plantea solamente a nivel de las grandes empresas, en las que puede asegurar una mayor eficacia de producción. Para no seguir diciendo necedades a este respecto, convendría que los portavoces de la derecha leyeran la obra fundamental de un ex banquero austriaco que llegó a convertirse en una de las lumbreras de la ciencia económica de las universidades americanas: Capitalismo, socialismo y democracia, de Joseph Schumpeter. En ella se demuestra de modo irrebatible la superioridad intrínseca de la gestión pública cuando se aplica a empresas de gran envergadura y su compatibilidad con la democracia.

Límites

Pero también sería interesante que los socialistas elaborasen una teoría de los límites de la colectivización, precisando los contornos y las reglas de una producción de doble estructura que se ajuste a los verdaderos objetivos de un "socialismo real". Cuando los países del Este pretenden encamar este socialismo real están cometiendo un crimen de leso marxismo. En efecto, están utilizando el mismo camuflaje que Marx reprochaba a los liberales del siglo XIX cuando calificaban de demócratas a ciertos regímenes que sólo lo eran en apariencia. Los regímenes comunistas aplican hoy en día un socialismo aún más formal, por encontrarse más alejado de la esencia del socialismo, consistente en permitir que todos los hombres, no sólo los de las clases privilegiadas, vivan una auténtica libertad.

La extensión del sector público no amenaza la libertad, sino que permite, por el contrario, desarrollarla, al restringir la influencia del poder del dinero en el país y al dar a éste más fuerza para enfrentarse a la competencia mundial. Ahora bien, con una condición: que las nacionalizaciones tengan éxito, es decir, que incrementen la eficacia de las empresas nacionalizadas, de acuerdo con el análisis de Schumpeter, comprobado mediante una serie de experiencias posteriores. El debate ideológico sobre el principio ha enmascarado el verdadero significado de la reforma. Cuando la derecha parlamentaria haya dejado de retrasar una decisión que no puede impedir será cuando se planteen los problemas de fondo: la elección de los nuevos dirigentes, el establecimiento de una nueva estructura de las empresas afectadas, la definición de sus objetivos y de sus medios. Marx pensaba que el desarrollo del socialismo iba a basarse sobre todo en la superioridad de sus técnicas de producción, y esta sigue siendo la condición fundamental para el éxito de un socialismo a la francesa.

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