La ruptura entre los sandinistas y la burguesía es casi total dos años después del derrocamiento de Somoza
La difícil alianza que perinitió acabar con la dictadura se ha roto. La dirección sandinista ha confirmando que "el proceso revolucionario es irreversible" y la burguesía que no abandonó el país, y que aún tiene en sus manos el 60% de la economía, conilenza a darse cuenta de que no va a obtener a cambio cuota alguna de poder político. "La revolución no sufrirá demora en su avance", afirma Sergio Ramírez, "por el hecho de que la participación de la antigua clase dorninante no se dé plenamente, o se dé apenas, porque se trata de un hecho histórico en marcha y no sólo de una convergencia".La escalada verbal y la radicalización de las posiciones han concluido con el enfrentamiento frontal del Gobierno con la oposición. Una carta dirigida el 19 de octubre al comandante Daniel Ortega Saavedra, coordinador de la Junta de Gobierno, por los dirigentes del Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP) ha servido de detonante. La carta afirma que "la econornía se derrurriba" y, que se prepara un "nuevo genocidio" contra los disidentes. "Estamos a las puertas de la destrucción de Nicaragua", afirman los firmantes de la misiva, que piden a la Junta que corrija los errores.
Con anterioridad a esta carta, el comandante Humberto Ortega ministro de Defensa, afirmó el 10 de octubre que "se colgará en los carninos y, de los postes de la luz a aquellos que, consciente o inconscienternente, no se pongan al lado de la revolución cuando esta sufra una agresión armada". Unas sernanas antes, el mismo Ortega había dicho en un discurso que el camino de la revolución es el marxismo-leninismo.
La Junta de Gobierno acusó de provocación a los Firmantes y les procesó por presunta violación de la ley de Estado de Emergencia Económica y Social, en vigor desde el pasado mes de septiembre, por incitar a Gobiernos extranjeros e instituciones crediticias internacionales a "realizar acciones o a tomar decisiones que causen daño a la economía nacional". Finalmente, Enrique Dreyfus, presidente del COSEP; Enrique Bolaños, dirigente de la Cámara de Industrias, y los presidentes de las cámaras de construcción y de la confederación de colegios profesionales, han sido condenados a siete meses de prisión.Coincidiendo con estos hechos, un grupo de doscientas personas, que actuaba bajo el nombre de turbas divinas, dirigido y organizado por los sandinistas, atacó en la madrugada del 25 de octubre, en Managua, la casa de Alfonso Robelo, antiguo miembro de la Junta de Gobierno y actualmente la principal figura de oposición al sandinismo. Los manifestantes pidieron el paredón para Robelo, pintaron con pintura roja y negra -los colores del sandinismo- las paredes del chalé con insultos y destruyeron a pedradas y garrotazos dos vehículos de Robelo y el portón de entrada a la vivienda.
Posteriormente, Robelo y otros dirigentes de la oposición que tra taron de salir del país, invitados por una fundación de la República Federal de Alemania, fueron retenidos en el aeropuerto por la polcía, que impidió su viaje alegando que sus pasaportes eran viejos.
Evitar la radicalización
Hace unos meses, los países que apoyaron a la revolución e hiele ron posible su triunfo el 19 de julio de 1979: México, Panamá, Venezuela, Costa Rica y la Internacional Socialista, se preguntaban si era posible evitar la radicalización del proceso. Hoy la respuesta es negativa y estos Gobiernos recelan abiertamente de la evolución nicaragüense. "La luna de miel entre la revolución y la comunidad internacional ha concluido", afirma un dirigente de la oposición.
Las circunstancias internacionales juegan en contra de los sandinistas. Centroamérica, desde Guatemala hasta Panamá, es un polvorín, un Sarajevo, como lo ha calificado el presidente francés François Mitterrand. La única democracia de la zona, Costa Rica, está en bancarrota económica y política y ya no sirve como modelo. Guatemala vive una guerra civil no declarada, y en El Salvador, el Ejército, fuertemente armado por Washington, se muestra incapaz de acabar con una guerrilla que controla sustanciales sectores del país, está bien armada y se muestra cada vez más audaz. En Honduras, desde donde operan los guardias somocistas contra Nicaragua, están convocadas elecciones para este mes, que no resolverán nada.
La Administración Reagan ha simplificado el problema de la región como exclusivamente uno de contención del comunismo y ha optado por intervenir para apoyar a regímenes y a ejércitos autoritario s y corruptos, sin pararse siquiera a pensar que las tensiones puedan tener otras causas sociales y económicas, no explicadas únicamente por la tensión Este-Oeste. Washington ha condicionado toda su ayuda a Nicaragua al mantenimiento del pluralismo político y, sobre todo, al cese de la ayuda a la guerrilla salvadoreña. Los dirigentes de Managua creen en que la revolución debe ser centroamericana, sin fronteras nacionales, y es evidente que han ayudado, están ayudando y lo seguirán haciendo a la insurrección en El Salvador. Sin embargo, esta ayuda no se produce en la forma masiva que afirma Washington.
Afirman que no pueden correr el riesgo de quedar aislados con un cerco de regímenes derechistas. Estados Unidos responde que no tolerará otra Cuba en tierra firme y acosa a la revolución sandinista. Haig anuncia planes para apretar más el bloqueo contra Cuba y para aislar a Nicaragua. En este contexto, y muy a pesar suyo, los sandinistas se ven forzados a radicalizarse y a movilizar a la población. "La unidad de la nación aplastará la contrarrevolución", es uno de los lemas que aparece en todas las paredes de Managua y que recibe al viajero a su llegada al aeropuerto Sandino.
Esta sensación de proceso cercado ha servido al Gobierno para justificar un rearme desproporcionado con la población del país (dos millones y medio de habitantes). El ejército, el más potente de la región, cuenta con 30.000 hombres en armas, y se ha creado una milicia de 100.000 personas. La presencia de soldados y milicianos es patente en las calles de Managua, incluso en las horas nocturnas, después de la creación -copia del modelo cubano- de los comités de defensa sandinistas, que vigilan los barrios y actúan en la práctica como una policía política de sus vecinos. Recientemente les han tenido que quitar las armas largas para evitar accidentes,
Todo este poder está en manos del comandante Humberto Ortega, el hombre más poderoso de Nicaragua, desde su puesto de ministro de Defensa. Desde su despacho en el antiguo bunker de Somoza, Ortega está realizando una tarea ímproba de preparación militar del pueblo para defender la revolución. Conocido y respetado en un principio como representante de la línea tercerista, el ministro de Defensa se ha convertido en la bestia negra de la oposición.
"Ellos (la burguesía)", afirmó en un sonado discurso pronunciado el pasado agosto, "no se quieren conformar y hablan de elecciones, pero no nos hemos comprometido con las elecciones que ellos piensan vamos a impulsar. Nosotros nunca vamos a ir a discutir el poder, porque este poder lo tomó el pueblo con las armas, aquí nunca estará en juego el poder popular".
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