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La Diada valenciana

Todos los pueblos necesitan una mitología y un olimpo, y los valencianos no son una excepción. A lo largo de los siglos ha perdurado la veneración pública -y lo que es más significativo, también privada- a Jaime I, el rey fundador del reino cristiano de Valencia, que entró oficialmente en la ciudad reconquistada el 9 de octubre de 1238, aunque la rendición había tenido lugar el 29 de septiembre y desde aquel día ondeaba en la torre mayor de la muralla la senyera real de las cuatro barras.En la batalla de las Navas de Tolosa (1212), con la derrota de los almohades por una coalición de los reyes cristianos hispánicos y cruza dos ultrapirenaicos, el Islam perdió la última oportunidad de recuperar la hegemonía en la Península Ibérica, y de la decadencia de los musulmanes supieron beneficiarse a fondo, sobre todo, los castellanos y los catalanes. Al mismo tiempo que Alfonso III de Portugal conquistaba el Algarve, Fernando II de Castilla ganaba Jaén, Córdoba y Sevilla, y Jaime I de Aragón se apoderaba de Mallorca y de Valencia. Es la época en que en España se impone definitivamente el ideal de reconquista, sustituyendo al antiguo concepto medieval de segregación y convivencia entre gentes de distinta religión, por el de eliminación física del vencido, el cual es obligado a emigrar o, al menos, a una subordinación servil. Asimismo, en Europa, las teorías romanistas de los juristas de Bolonia van desterrando el derecho feudal germánico, las lenguas romances empiezan a fijarse con la escritura, el pensamiento aristotélico de los tomistas arrincona la filosofía agustiniana y la arquitectura y pintura románicas comienzan a ser desplazadas por el naciente arte -gótico francés. -

En aquella época de tantos cambios, Jaime I había ganado gran prestigio internacinal conquistando Mallorca, un reino dentro del mar (1229), y los caballeros aragoneses le instaban a que se apoderase también de Valencia, víctima entonces de las discordias musulmanas internas producidas por la descomposición del imperio almohade. Después de la decisiva batalla del Puig -que los musulmanes denominaban Anixa o Enesa, y los mozárabes, Dyubayla o Cebolla-, Jaime I ganó Valencia mediante unas capitulaciones que impedían el asalto y saqueo de la ciudad, lo cual era el principal objetivo de las huestes sitiadoras. La nobleza aragonesa no disimuló su enojo, pero logró contenerla Jaime I, el cual, durante todo su reinado, tuvo que luchar contra las apetencias feudalizantes de la aristocracia, y que para fortalecer el poder real buscó y logró el respaldo -no desinteresado- de la burguesía catalana. Comentaba Joan Reglá que con la constitución del reino cristiano e independiente de Valencia Jaime I consiguió evitar que el país valenciano se convirtiese en un mero apéndice señorial y latifundista de Aragón, en una especie de Extremadura de la corona catalano-aragonesa.

Jaime I, que al conquistar Mallorca ya la había constituido como un reino autónomo, hizo lo mismo con Valencia, cuyo reino creó de derecho en 1239, al otorgarle la Costum, que al año siguiente se convertiría en los Fueros de Valencia, los cuales, aunque admiten elementos jurídicos consuetudinarios, tienen como fundamento el derecho romano. Las monedas jaquesa, melgoresa y barcelonesa fueron sustituidas en 1247 por los reales de Valencia, moneda particular del nuevo reino valentino. En 1245 fueron instituidos los jurados que regirían el municipio, y una reunión parlamentaria de 1261 fue el germen de las futuras Cortes valencianas.

El hábitat primitivo

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Según comenta Pierre Vilar, la instalación primitiva del hábitat y su reinstalación por la Reconquista son el origen de una estructura agraria cuyas modalidades de producción -técnica y económica- y las relaciones de producción -organización del señorío- iban a dejar unos vestigios y a plantear ciertos problemas en la formación de la sociedad. La Valencia cristiana había heredado directamente el sistema de cultivo y el regadío perfeccionado por los sarracenos y sus unidades equilibradas de explotación agrícola: los rahales y las alquerías. (En Valencia apenas hubo almunias o latifundios). Comenta, Vicens Vives cuán diferentes fueron los coetáneos repartimientos de tierra tras la Reconquista en Andalucía y en Valehcia, puesto que allí Fernando III la distribuyó en régimen latifundista entre las órdenes militares y los nobles castellanos, avezados a una explotación del suelo tan sólo pastoril.

Fue repoblada temprana e intensamente la zona central del reino valentino entre los ríos Palancia y Júcar. Pese a su heterogeneidad inicial, sus repobladores adquirieron rápidamente coherencia -ya en el siglo XIV estaban todos cata lanizados idiomáticamente- y constituyeron el núcleo esencial desde donde irradiaría la colonización de casi todo el resto del Reino de Valencia, y que incluso iba a trascender al de Murcia. En este sector litoral central se produjo una colonización pobladora, mientras que en las tierras de las zonas ponentina y meridional del reino se guían siendo cultivadas por los siervos mudéjares, puesto que la colonización allí había sido tan sólo explotadora. Durante toda la Edad Media, Valencia fue el país musulmán con una superestructura urbana dirigente de cristianos que monopolizaba tanto el poder político como el económico. El desequilibrio étnico-religioso de la población del nuevo reino era muy grande: una evaluación indicativa de sus habitantes en 1272 daba las cifras de sólo 30.000 cristianos frente a 200.000 musulmanes.

La de Jaime I fue época de grandes transformaciones, de intensos cambios político-sociales. En ella se operaba el tránsito del estado patrimonial a la monarquía paccionada, y el traspado del homenaje feudal individual al juramento colectivo, con Ia aparición del tercer Estado. Pero todo el poder legislativo seguía teniéndolo el rey, el cual, con consejo o sin él, tomaba las decisiones, dictaba las leyes y repartía los estados entre sus hijos.

Los valencianos reconocemos en buen grado nuestra deuda de gratitud eterna a Jaime I, el monarca que nos arrancó del Islam y nos integró en la Europa cristiana, que ya entonces se había. consolidado. La efemérides de la conquista de la ciudad el 9 de octubre ha sido siempre recordada. El Ayuntamiento, en el siglo XVII, sufragaba tres procesiones al año, la del Corpus, la de San Jorge (23 de abril) y la de San Dionisio (9 de octubre).

La polvora

Como es bien conocido, en cualquier fiesta popular valenciana la pólvora ejerce un papel principal. El día de San Dionisio -Sant Donis, en la lengua regional-, desde la plataforma del Miquelet o campanario catedralicio, se disparaban gruesos petardos cilíndricos detonantes -tronadors- y cohetes voladores y sibilantes -piuletes-. Ahora las confiterías confeccionan en este día unos dulces de mazapán en forma de tronadors y piuletes y que llevan su nombre.

Aunque en franca decadencia, se mantiene aún la costumbre de que las chicas sean obsequiadas ese día por sus novios, con la mocadora, un hatillo de dulces envueltos con un pañuelo, entre los que destacaban las piuletes y los tronadors. La fiesta de Sant Donis ha venido siendo tradicionalmente el día de los enamorados valencianos, pero nada hacen ahora por vivificarla los valencianeros anticatalanistas, que también se dejan seducir por el american way of life y celebran ya más San Valentín, el 14 de febrero. La conquista de la ciudad en 1238 se ha conmemorado siempre con gran solemnidad en los centenanos, aunque en los siglos XIX y XX las guerras civiles deslucieran las fiestas. La ofrenda de coronas de laurel ante el monumento de Jaime I en el Parterre parece ser que no se inició antes del año 1921, y lo haría al principio solamente la asociación valencianista Lo ratpenat en 1924 fue la primera vez que el Ayuntamiento asistió en corporación a la fiesta. En 1928, el Ayuntamiento estrenó una senyera o bandera facsímil de la barroca de 1638, que se encuentra en el archivo municipal, y que, descolgada solemnemente desde el balcón de la casa consistorial -ya que no puede humillarse inclinándose para pasar por una puerta-, preside desde entonces la procesión cívica. El desarrollo del valencianismo político durante la Il República hizo que aquellos años la manifestación callejera adquiriese mayor esplendor. En 1943, el Ayuntamiento acordó reanudar la conmemoración del 9 de octubre y se alteró el recorrido de la manifestación callejera para que pasara por la catedral, donde se cantaba un tedeum.

Durante el franquismo no solían ser muchos los manifestantes, y pocas veces asistían las primeras autoridades. Rincón de Arellano, que fue alcalde durante doce años, parece ser que solamente acudió una vez. Los que nunca faltaban eran los conspicuos valencianistas del viejo Rat penat, los cuales iban precedidos por un gonfalón reproducción del pendón de la conquista, es decir, las cuatro barras sin ninguna franja azul.

Alborotos callejeros

No ha sido hasta 1977 que los valencianeros anticatalanistas, los cuales antes no solían asistir a la manifestación, han empezado sus alborotos callejeros y han convertido lo que siempre fue una procesión cívica, minoritaria pero so lemne y fastuosa, en una jornada tumultuaria de exhibición de intolerancia ideológica, y en la que las violencias no sólo son verbales. Desde que los socialistas ganaron las elecciones y se hallan al frente de las corporaciones municipal y provincial, los anticatalanistas han intensificado sus ataques hasta el paroxismo y, en cambio, le dedican grandes ovaciones al señor Miguel Ramón Izquierdo, el que fue último alcalde franquista de Valencia. No sé si este año de 1981 se calmarán los ánimos, aunque hay indicios de ello. La resonante reacción tras el reciente atentado con dinamita contra Joan Fuster ha constituido una dura lección para sus sufragadores e instigadores. Lo que nunca jamás debe ocurrir es caer en la trampa de contestar a la violencia con la violencia. Por fortuna, aparte de la manifestación callejera, ahora tan prostituida, se organizan por las corporaciones socialistas importantes festejos pirotécnicos -que éstos si que hermanan a los valencianos- y numerosos actos culturales en diversos centros asociativos.

Y es que en Valencia la veneración a Jaime I no se limita a los ambientes eruditos, sino que es realmente popular. La gente sabe que el rey conquistador integró la ciudad en Europa y que constituyó su territorio en un reino con leyes, instituciones y monedas propias, y lo recuerda con gratitud. La vistosa conmemoración cívíca -cuyo grave deterioro en estos últimos años esperamos que se corrija pronto- es bella y saludable. Ya dijo Goethe que «si un pueblo deja morir a sus dioses es que ese pueblo ha muerto».

es decano de la facultad de Filología de Valencia.

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