Pacifismo y Libro Blanco
EL "PACIFISMO" es la doctrina política, y la pauta de comportamiento, de aquellos que creen que los conflictos mundiales pueden resolverse sin acudir a las guerras. Intentan el arbitrio, la negociación, la concesión mutua, el equilibrio. En ningún caso merecen la indignación del secretario de. Defensa de Estados Unidos, "preocupado e indignado" por la extensión de los movimientos pacifistas en el norte de Europa -Alemania Occidental, Holanda, Bélgica, con expansión notable hacia otros países-, que, según él, ponen en peligro la política militar nueva. Es evidente que si se parte de una división absoluta entre malos y buenos, y se atribuye a los malos toda la capacidad de mal, la presencia de pacifistas entre los buenos introduce un elemento de perturbación.Se está realizando desde la Administración Reagan una política de rearme, de vigorización de la OTAN, de introducción de nuevas armas y sistemas de lanzarlas en toda Europa; toda oposición a esa política, sobre la base de que lo primero es evitar el riesgo de guerra, aparece como indeseable. Se mezcla con un intento de debilitar la defensa; no hay más que un paso, por tanto, para calificar al pacifismo de colaboracionista con el enemigo y, por tanto, de traidor. De traidor a sueldo...
El camino de los sofismas se recorre siempre con demasiada rapidez. Sobre todo cuando le trata de llegar a un resultado deliberado y cuando no se tienen escrúpulos en denigrar y ofender a aquellos que molestan. En España ya se está recorriendo ese camino tan conocido cuando se trata de identificar con rojos y, como esto es poco, con prosoviéticos a los que no desean el ingreso en la OTAN. Todo ello forma parte de la misma política. La Administración Reagan tiene un interés supremo en demostrar que la única forma de dominar el mal absoluto -la URSS- es enfrentándole unas armas poderosas que la disuadan.
El Libro Blanco del Pentágono se publica en estos momentos con la finalidad de demostrar que la Unión Soviética tiene una superiorídad en toda clase de armamentos que desborda, con mucho, la de Estados Unidos, y sus aliados occidentales. Las cifras, los cuadros, los detalles de esas cien páginas tienen como ilustración mapas del globo y de determinadas regiones donde se señala la abundancia de esa potencia soviética. Superioridad de cantidad y calidad: no sólo en cuestiones de guerra convencional -mayor número de soldados en armas-, sino en la técnica.
Weinberger explica que todo ello es una amenaza concreta sobre los europeos. Joseph Luns, secretario general de la OTAN -y uno de los más decididos partidarios del rearme occidental-, pide que se aumenten las campañas de información para que los europeos "se den cuenta del auténtico peligro soviético". Mitterrand -más otanista de lo que lo fue De Gaulle y sus sucesores de la derecha- ha explicado en su reciente conferencia de Prensa que la superioridad soviética va a prevalecer hasta 1985, pero que el esfuerzo de rearme conseguirá el equilibrio a partir de entonces.
El pacifismo aparece en este contexto como negativo. Hay que anotar que el pacifismo no es sólo una iniciativa privada, sino que se apoya en una idea del siglo XX que se viene desarrollando sin cesar desde la primera Conferencia de La Haya hasta la Carta de San Francisco: está institucionalizada en las Naciones Unidas y sus comisiones de desarme, en el Consejo de Seguridad, en las conversaciones SALT y en la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (en estos momentos, Conferencia de Madrid, aplazada), Por no citar las numerosas organizaciones regionales que tratan de contener los conflictos armados por la vía de la negociación y el arbitraje.
Es decir, que los pacifistas no brotan ahora por generación espontánea para estorbar la política de Reagan, de Haig y de Weinberger, sino que se apoyan en doctrinas y en instituciones de amplio reconocimiento en el mundo, sobre todo en las promulgadas y difundidas al terminar la segunda guerra mundial. Su nueva fuerza, en estos momentos, procede de una reacción contra los riesgos de guerra, que creen se están multiplicando. Es una doctrina limpia, merecedora de toda consideración. Su trabajo áctual consiste en presionar sobre los Gobiernos europeos, por la vía legal del voto en las elecciones, para que éstos insistan en una política que ha comenzado ya: tratar de llevar a Washington una cordura de negociaciones y la idea de que deben apurarse, como está escrito y como forma parte de la conciencia mundial, en la busca de alternativas a la guerra para resolver los problemas mundiales.
No merecen, por tanto, la indignación de Weinberger y de Haig, ni las acusaciones de Reagan de que son agentes de Moscú, movidos por su sueldo y por su propaganda. Es indudable que la URSS tiene mucho interés en que se desar ollen esos movimientos, porque dividen a los aliados. lero es preciso haber perdido toda capacidad de convicción moral para suponer que la sola coincidencia de una convicción nuestra con una conveniencia estratégica de los soviéticos debe ser bastante para abandonar nuestra propia fe en los principios. El armamentismo es un mal para la Humanidad. Lo es cuando lo practica la Union Soviética y cuando lo predican los Estados Unidos. Pero es aún más grave contemplar que las naciones que han sido baluarte de unos conceptos morales y de dignidad del hombre pisoteados en los totalitarismos del Este abdican con toda naturalidad de esos mismos conceptos. Las bombas, al fin al cabo, no tienen ideología.
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