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Buena acogida a "El hombre de hierro", de Wajda, en el Festival de Cine de San Sebastián

Decepcionaron las películas de Franco Zeffirelli y Claude Weill

La película ganadora de la Palma de Oro del último Festival de Cannes, El hombre de hierro, ha sido presentada con igual expectación en el Festival de San Sebastián. Al margen de los valores de la película de Andrzej Wajda, el interés aumenta según van desarrollándose los acontecimientos polacos. El hombre de hierro, que en su última parte no deja de ser un panfleto publicitario de las reivindicaciones del sindicato Solidaridad (con lo que ello tiene de discutible para muchos), se ha transformado a sí misma en una película histórica, es decir, en un documento de una etapa de la vida de Polonia que puede cambiar sustancialmente en poco tiempo.

Sin embargo, Wajda ha ido más allá: la reproducción de los principales acontecimientos políticos y sindicales de los últimos años superan el carácter coyuntural del panfleto. Wajda es un hombre sensible y conocedor de las posibilidades del cine. La trayectoria del personaje central -hijo de aquel legendario hombre de mármol, que ya dio pie a una película- sirve sólo de apoyadura dramática para hacer un recuento de las dificultades de quienes en Polonia han protestado por una situación que les impedía obtener ciertas libertades políticas. Pero es en esa trayectoria donde se encuentra lo mejor de esta película, cuya inmediata exhibición en toda España nos permitirá comentarla con mayor profundidad.Factor también común a Amor sin fin, el último melodrama de Franco Zeffirelli, que fue presentado en la mejor sesión del día anterior. Quienes aún después de verla defienden esta película justifican su opinión diciendo que se trata de un gran éxito económico; a quienes nos aburrió casi mortalmente pensamos que una razón como ésta, propia de productores o distribuidores, no puede superar la cursilería, la falsedad y la vieja literatura de una película rodada en tonos suaves, exquisitos, blandos y embusteros, provocadores de la lágrima por simple operación matemática. Cuando una película sólo provoca apuestas sobre su posible comercialidad, quiere decir que no ofrece otro punto de mayor interés.

Situación a la que no llega la discutible Ahora me toca a mí, película dirigida por Claude Weill, de quien se esperaba, sin embargo, algo mejor, tras su debú en Las amigas, que sorprendió en un festival de Cannes por su espontaneidad y frescura; ahora, con actores «importantes» -Jill Clayburgh y Michael Douglas-, la directora no ha alcanzado la profundidad de aquel entrañable retrato femenino.

Cierto que en esta nueva película se apuntan elementos curiosos, pero ninguno está desarrollado, nada llega a alcanzar la significación pretendida, reduciéndose todo a una comedieta de consumo sin más posibilidad que la del olvido rápido. Puede que ésta fuera una pelicula recomendable para el Festival de Cannes, donde caben títulos menores que se apoyan en otros de gran esplendor. En San Sebastián, sin embargo, donde el pulso del festival cambia por minutos, una película así (después, sobre todo, de la Zeffirelli) hace bajar puntos y redunda en el estado de ánimo de los asistentes. Cada día, por cierto, más numerosos.

Ambiente animado

Es notable que estamos ante un festival que mejora indiscutiblemente su situación frente a la penuria de los años anteriores. Las compras y ventas -se discute ahora, por ejemplo, la posibilidad de adquirir la excelente película de Ferrari-, las entrevistas y acuerdos conforman un ambiente que aun que no se prolongue a la vida de la ciudad, anima el contenido más importante de un festival de importancia.

Pero, digan lo que digan, los cineastas franceses están mejor tratados en Cannes, los alemanes en Berlín o los italianos en Venecia. Se trata sólo de constatar una realidad que San Sebastián puede mejorar en años sucesivos.

Lo que no Implica que todas y cada una de las películas españolas tengan la misma importancia. Siete calles, de Javier Rebollo y Juan Ortuoste, presentada en la sección de Nuevos Realizadores, no habrillado especialmente por su interés. Las buenas intenciones, la pretendida frescura y la calidad de la puesta en escena no han producido en esta «ópera prima» unos resultados plausiblea. Claro que, es este un tipo de cine que necesita urgentemente un contacto con el público, porque éste puede cambiar radicalmente su éxito. En lo que a mí respecta, nunca me sentí interesado por Opera prima, la película de Fernando Trueba, que, a la larga, ha resultado ser la película más comercial del último cine español.

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