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La desnuclearización del norte de Europa/ 1

Los países escandinavos, entre el neutralismo y la integración en Occidente

Los países de la Europa septentrional -casi tres millones y medio de kilómetros cuadrados si se incluye la isla danesa de Groenlandia-, rodeados por el Báltico, y los mares del Norte, de Noruega y de Barents, se han convertido en los últimos tiempos en el centro de un intenso debate en torno a la creación de una zona libre de armas nucleares. A su antigua importancia estratégica, el flanco norte de la OTAN agrega ahora un nuevo elemento en el contexto más amplio del armamentismo y las crecientes tensiones entre el Este y el Oeste.

Durante mucho tiempo estuvieron un tanto marginados del resto de Europa, marginación impuesta en gran medida por la geografia, el clima y la cultura, y que en algunos períodos estimuló tendencias neutralistas, los países escandinavos han pasado ahora a una suerte de "integración" en el continente, en función principalmente de los planes militares de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Al núcleo inicial de los países escandinavos, formado por Suecia, Dinamarca y Noruega, organizados políticamente como reinos desde comienzos de la Edad Media, se incorporó Finlandia a partir de su independencia de Rusia en 1918, pese a las diferencias étnicas y lingüísticas.Al margen de los períodos en que dichos reinos constituyeron una unidad política bipartita, existió siempre el nexo de una común identidad histórica que, a principios del siglo pasado, se expresó en movimientos escandinavistas. En los años previos a la primera guerra mundial, dichos movimientos agregaron la connotación de neutralismo, que los tres Estados lograron preservar durante el conflicto.

La segunda guerra interrumpió un proceso de consolidación económica y política de estos países y tres de ellos sufrieron directamente las consecuencias de la guerra. Finlandia fue atacada por la Unión Soviética en 1939, y Noruega y Dinamarca fueron ocupadas por las tropas alemanas.

Más al Norte, a mil kilómetros de la frontera con Noruega, en los confines del Atlántico y el Artico, Islandia, entonces perteneciente a Dinamarca, fue sucesivamente ocupada por británicos y norteamericanos, adelantándose a las intenciones de Hitler.

El fin de la guerra aparejó algunos cambios en el mundo escandinavo. Islandia, convertida en República independiente desde 1944 se adhirió en 1949 a la OTAN y cedió a Estados Unidos la base de Keflavik, creando así un factor de fricción en su política interna. En cada aniversario de la decisión islandesa, buena parte de la opinión pública manifiesta la exigencia de su revocación.

Noruega y Dinamarca también se adhirieron a la Organización del Tratado del Atlántico Norte, mientras que Suecia se abstuvo de hacerlo. Esta decisión armonizaba los puntos de vista de la socialdemocracia en materia internacional con los intereses nacionales.

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En Finlandia, las secuelas de la guerra dejaron huellas más hondas: disminución del territorio con la pérdida de Carelia y una parte de Laponia, y pesadas obligaciones que obstaculizaron su recuperación económica. En 1948, Helsinki firmó con la URSS un tratado de amistad, cooperación y asistencia mutua y obtuvo la restitución de parte de los territorios perdidos a raíz de la guerra. Los lazos con la Unión Soviética se intensificaron, aunque Finlandia procuró siempre preservar

su neutralidad y abrirse hacia los demás países de la región y de Europa.

El relevo de Urbo Kekkonen El principal artífice de esa difícil política fue Urho Kekkonen, reelegido presidente durante tres períodos sucesivos desde 1956. Precisamente, el hombre al que ahora, por razones de salud y de edad, le ha llegado la hora del relevo, una instancia que provoca no poca incertidumbre en el país y en los demás Estados de la región. No obstante las divergencias señaladas en su conducta internacional, la cooperación entre los países escandinavos ha sido cada vez mayor en los aspectos económicos, políticos y culturales. De ello dan prueba diversos tratados y organismos, entre otros, el Consejo Nórdico, que, desde 1952, han institucionalizado esa integración.

Este proceso, al que habría que agregar la presencia en los organismos internacionales creados en la posguerra, se cumplió casi sin excepciones, paralelamente con el ascenso de la socialdemocracia nórdica, y con una estrecha relación entre ambos hechos.

Declive socialdemócrata

Ahora hay, sin embargo, claros indicios de que el apogeode la socialdemocracia escandinava ha entrado en declive. El triunfo de los partidos burgueses en Suecia en las dos últimas elecciones y el de los conservadores en Noruega no parecen ser meros avatares electorales, sino síntomas de cambios más profundos. La crisis, que también ha llegado con distinta entidad a estos países, no Io explica todo. Más bien ella ha servido para sacar a la superficie lo que estaba disimulado por los años de prosperidad.

Lo que parece estar en quiebra es un tipo de sociedad del bienestar que apenas si rozó la epidermis del sistema y que desestimó la preparación ideológica de las nuevas generaciones. No deja de ser sintomático que el mayor porcentaje de votos de los jóvenes que acudían por primera vez a las urnas haya sido para la derecha.

Si esta tendencia se consolida, cabe esperar mutaciones importantes en el esquema político de estos países y en sus relaciones internacionales. El tema de la creacion de la zona desnuclearizada será sin duda uno de los más afectados.

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