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El polvorín andaluz

Cuando llegamos al otoño y se oyen ruidos de sables, en Andalucía se siguen arrugando estómagos a fuerza de tantas promesas y desesperanzas.Porque el hambre sigue aquí con su carné de identidad, sus trampas de a 30.000 y 40.000 pesetas en las tiendas, sus cuatro o cinco hijos que alimentar la continuada humillación de la limosna comunitaria como única vía para poder sobremorir.

Somos casi 200.000 los jornaleros sin tierra, sin oficio, robados de cultura, impedidos de libertad y condenados a ser pensionistas a los veinticinco años; somos los hombres y mujeres de la tierra que estarnos siendo brutalmente desheredados de ella y, casi casi de la vida, porque ya ni siquiera tenemos la válvula de escape de la emigración y no sabernos ni a dónde estar ni a dónde ir, porque nos amenaza la amargura por todas partes.

Aquí estamos los jornaleros, los que regamos ayer con nuestros sudores la riqueza que hoy una minoría terrateniente -a veces absentista- cosecha e introduce en sus cajas fuertes. Aquí los hombres y mujeres más pobres en una de las tierras (llanos de Carmona, cuenca del Guadalquivir, campiña de Córdoba) más ricas del continente europeo.

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Y desde aquí nuestro grito, el grito de todo un pueblo convertido desde siglos en colonia para el suministro de materias primas y mano de obra barata a otras zonas del Estado. Un grito que rara vez sale más allá de las cuatro paredes de nuestros pueblos y que cuando consigue sobrepasar tan prohibida barrera provoca tanta irritación y tan torpe ceguera en el poder que éste emprende su caza de brujas, encarcelando dirigentes sindicales o cesando al director de los Servicios Informativos de RTVE por atreverse a retratar la realidad.

Y es que en este país hay un miedo tremendo a la realidad. Tiene miedo el Gobierno, que cada vez se asemeja más al avestruz, escondiendo la cabeza bajo el ala cuanto más graves son los aconteceres políticos, sociales o económicos. Tiene miedo la oposición, que ya no se atreve ni siquiera a la denuncia, y mucho menos se opone a nada, pareciéndose cada vez más a esas actitudes infantiles Y esquizoides de algunos enfermos que no quieren ir al médico por temor a que les diagnostiquen una grave enfermedad. Miedo también reflejado en algunos profesionales de los medios de comunicación, amenazados continuamente desde el poder, por la censura, el despido o incluso la cárcel. Y miedo, por qué no decirlo, entre el pueblo, al que se le aterroriza una y otra vez con golpes, rumores y, amenazas de golpe de Estado o con toda esa muchedumbre de pistoleros sueltos que asesinan aquí Y allá, al son de himnos patrioteros, con absoluta impunidad y sin que parezca que nadie está dispuesto a impedirlo.

Pero lo que resulta más triste es que a nosotros, los hombres y mujeres del campo de Andalucía, que estamos acorralados por el hambre, se nos aconseje una y otra vez prudencia en nuestras quejas en nombre de la democracia y que incluso se nos haya acusado de desestabilizadores, cuando estos meses pasados protagonizamos acciones absolutamente pacíficas, como marchas, encierros o huelgas de hambre. Indigna que se nos quiera dar lecciones o consejos de democracia a los jornaleros andaluces, que somos los primeros interesados en que se afiance esta débil democracia, porque bien sabemos en nuestra experiencia que el hambre no se cura ni con Tejeros ni con pistolas y que de los fusiles nunca sale ni paz, ni pan, ni libertad, sino que el hambre sólo puede ser curada con diálogos, compromisos y soluciones realistas y estructurales.

Hace falta una vuelta a la realidad, por muy dura o muy amarga que ésta sea. Primero, el Gobierno. Inmediatamente después, la oposición. Porque mal se puede gobernar o transformar una realidad de la que se huye.

Así pues, señores del poder y señores de la oposición, hace falta saltar al ruedo y tomar este toro por los cuernos, porque el pueblo necesita de la verdad y del realismo para entusiasmarse y recuperar los corajes necesarios para convertirse en motor de esta tambaleante democracia; porque una democracia sólo es fuerte si corren por sus venas vientos populares.

Sépanlo, señores del poder. Sépanlo también ustedes, señores de la oposición: abandonen su torre de marfil y su política de consenso y pasillos y bajen a la calle, a los tajos, a las colas de los que cobran el desempleo o a los pueblecitos del "hambre comunitaria", que desde aquí y sólo desde aquí es desde donde se construye la democracia.

Pero no valen lamentos. Andalucía es un polvorín, es verdad, pero es más polvorín cuantos más días pasan sin una solución seria a sus problemas. Es más polvorín mientras más acuerdos vergonzosos, discriminatorios, anticonstitucionales e infrahumanos firmen ustedes, como lo acaban de hacer (acuerdos Junta de Andalucía-INEM), por los que se expulsa del empleo comunitario sin contemplaciones a los menores de dieciocho años o a los que no tienen seis meses de Seguridad Social, o se ponen mil y una trabas hasta llegar al cinismo de decretar que una familia con cuatro miembros tiene suficiente para vivir con 14.000 pesetas mensuales, con el agravante, y esto es lo que rebela, que los decretan ustedes, que reciben sueldos del Estado veinte o treinta veces superiores al de los parados.

Es más polvorín en la medidaque como ahora pasan las horas y los meses y ustedes, queridos señores, aprovechando tranquilidad reinante en el campo andaluz", se olvidan del drama del paro en Andalucía e incluso comienzan a poner en práctica todas las restricciones habidas por haber, como si no fuera ya bastante la miseria. Es más polvorín en la medida que existen dos millones de hectáreas que siguen sin repoblar o 500.000 hectáreas posibles de poner en riego o se hayan arrancado más de 300.000 hectáreas de olivos (cinco millones de jornales) y se sigan arrancando olivares en plena producción. Es más polvorín cuando el cultivo del trigo en reeladío se ha multiplicado por diez y nadie se preocupa de una ordenación que introduzca cultivos sociales ... Es más pcivorín cuanto que el uso y la propiedad de la tierra da más riqueza a los ricos y más pobreza a los pobres o cuando la concentracion de la propiedad sea cada vez mayor, hasta llegar al escándalo de que el 2% de los propietarios posee el 50% de toda la tierra de Andalucía.

Pero que nadie lo olvide: la espoleta de ese polvorín no es más que el hambre, fabricada por unos y consentida por otros. Un hambre que crece y se desarrolla sobre una de las zonas, dentro del Estado español, con mayores riquezas potenciales y con mayor despilfarro de recurses naturales.

Hay que abolir el hambre por justicia, por decencia humana, por necesidad histórica, por conveniencia democrática... y porque es absolutamente posible. Acabemos, pues, con el hambre y acabaremos con todos los peligros actuales y potenciales que están acechando tras cualquier esquina o tras cualqujer conflicto.

Pero abolir el hambre , no nos engañernos, es tener la valentía de abolir sus causas y emprender cuantas medidas estructurales sean necesarias, porque el paro, como el cáncer, no se cura con aspirinas, sino venciendo cuantas resistencias, zancadillas y obstáculos nos tropecemos por el camino. Más claro aún: la solución ha de venir, guste o disguste, sólo si gIra alrededor de la tierra.

Y llecado este momento hav que pronunciar la palabra maldita en los ambientes más caciquiles y reaccionarios: la palabra reforma agraria, porque mienten todos aquellos que digan que es posible cualquier tipo de desarrollo en Andalucía si no parte y, pone sus cimientos en la tierra, su uso, su propiedad, la comercialización de sus productos, las industrias agroalimentarias, las cooperativas y la mejora en todos sus aspectos del hábitat rural. Reforma agraria imprescindible. Reforma agraria como piedra angular, porque mienten también, hay que dejarlo claro, todos esos que hablan de autonomía y de estatuto y de Andalucía libre, pero dejan a un lado el problema de la tierra, porque Andalucía, un estatuto o una autonomía sin poder suficiente para transformar sus estructuras agrarias es una Andalucía condenada a la dependencia e imposibilitada para su plenitud.

Y aquí estamos y aquí seguimos, pero que nadie venga a nosotros con más cuentos ni teorías maeroeconómicas elaboradas por los sabios de turno desde los confortables despachos de las alturas. Porque de planes sí que nos tienen hartos desde el poder a los andaluces. Así pues, bajen y aliméntense ustedes de la dura realidad de cada día. Bájense a suelo firme; los unos, los otros. Para que desaparezca el tan temido polvorín andaluz que puede estallar por la irresponsabilidad de quienes hacen política desde las nubes mientras miles de familias jornaleras se sientan alrededor de mesas sin postre y de mesas vacías.

Juan Manuel Sánchez Gordillo es alcalde de Maninaleda (Sevilla).

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