La derecha vuelve al camino
"Ya tenemos, de nuevo, a la incorregible derecha española en vías de plena simplificación mental. Apenas repuesta de la incertidumbre y del temor inicial de la transición, al amparo de las secuelas del intento de golpe de Estado del 23 de febrero, y no viendo más allá de sus Intereses inmediatos, se apresta a luchar contra cualquier proyecto modernizador de nuestra sociedad. Los indispensables pasos de avance que se han dado por los Gobiernos de UCD le parecen revoluciones intolerables, propias de partidos marxistas, y en nombre de unas supuestas exigencias económicas y de un peculiar sentido del orden social, pretenden clarificar las cosas y dejar bien sentado quién está de un lado o de otro en la batalla. Porque así se resume su brillante análisis de la realidad: el centro político es una entelequia que debe abandonarse, y es preciso deslindar bien las posiciones a derecha y a izquierda, evitando en unos el menor síntoma de reforma y empujando a otros a las posiciones de cambio radical.De ese modo piensan garantizar el monopolio del poder en beneficio propio, alejando el 'peligro´ de las aventuras reformistas del centro, y amenazando a un posible Gobierno de la izquierda con el fantasma de un veto militar, lo que constituye una clara ofensa a las Fuerzas Armadas.
Por tanto, según esa concepción, en una polarización de derechas e izquierdas, el PSOE procuraría no llegar al poder, bajo la amenaza del golpe militar, y eso dejaría las manos libres a la derecha para gobernar a su antojo, sin la menor concesión. Las declaraciones de los representantes empresariales, de personalidades de la derecha y del sector más conservador de UCD, los comentarios y editoriales de los medios informativos afines, y toda una serie de reuniones y pactos indican cómo se está queriendo forzar desde la derecha una polarización de nuestra vida política en dos frente antagónicos.
Esa actitud revela una colosal ignorancia histórica y un grave desconocimiento de la complejidad de nuestra actual realidad social y política, pero, además, el esquema responde a una forma mental primitiva del pensamiento, que disfruta con un dualismo dialéctico simple: blanco y negro, día y noche, bien y mal, espíritu y materia, cielo y tierra, muerte y vida, inferior y superior, rico y pobre, derecha e izquierda. Ese esquema binario, que lleva a la confrontación y al conflicto directo, permite seguir la simplificación para agrupar de forma maniquea los datos de la realidad, y, al final, de un lado están los buenos y, del otro, los malos.
Por supuesto, no se trata de ninguna novedad. Es como ha discurrido siempre la inmensa mayoría de la derecha española, y ello nos ha acarreado un sinnúmero de desgracias y de guerras civiles. Pero no se quiere escarmentar ni aprender. En estos momentos, volver a propiciar una división en dos frentes de la vida política española, "porque en las democracias serias sólo hay dos partidos" -lo cual es falso, con excepción de EE UU, además de un insulto a la inteligencia-, es un peligroso error político. El error, decía Pascal, no es lo contrario de la verdad, sino el olvido de una verdad contraria. Y ese es el error de la derecha: olvidar que España es una sociedad muy compleja, con intereses y posiciones ideológicas que se mueven en un espectro amplio, imposible de reducir a un esquema dualista, salvo en caso de un conflicto extremo o de una hecatombe bélica.Pero el error de la derecha va más lejos, a veces en compañía de algunos extraños liberales que parecen estar ahora en su segunda floración. Dicho error es olvidarse de que la sociedad española está llena de estructuras arcaicas, que es preciso transformar, y de injusticias y privilegios, que deben ser corregidos y eliminados. Esos cambios necesarios se llevarán a cabo por las buenas o por las malas, y más vale hacerlos por las buenas, de un modo gradual y progresivo. Es cierto que la derecha, como recordaba hace años Mendes France, parte de la idea de que el estado de cosas existentes es el normal y, por tanto, no trata de cambiarlo, sino de administrarlo en beneficio propio. Y para ello siempre le ha venido bien el aparato del Estado, aunque, ahora, con las fiebres del liberalismo económico tardío, parezca recelar de las "injerencias estatales". Pero la cosa está clara: el Estado viene muy bien para establecer normas proteccionistas que impidan la invasión desde el extranjero de productos mejores y más baratos para dar créditos y desgravaciones a la exportación, para conceder exenciones fiscales y subvenciones y beneficios varios a fondo perdido, para hacerse cargo de las empresas mal gestionadas y en ruina, para salvar todas las Fidecayas que la iniciativa emprendedora pueda depararnos e incluso para reprimir alguna huelga molesta. Pero el Estado es muy nocivo cuando se le ocurre hacer reformas fiscales, establecer salarios mínimos y condiciones de salubridad y seguridad en los productos e instalaciones, regulai- la Seguridad Socíal o acordar la participación de los trabajadores en las decisiones de la empresa. Eso hay que evitarlo. Aquí, muchos representantes empresariales y de la derecha hacen más que hablar de "libertad de empresa" y otras libertades parecidas. Y poco importa que ya en 1962, por ejemplo, en la vecina Francia, y con De Gaulle, en un congreso del Centre National des Jeunes Patrons, se hubiese dicho: "Ser libre, en los años sesenta, es participar en las decisiones". No; aquí estamos en otra galaxia. Aquí estamos en vías de descubrir las doctrinas del liberalismo económico del siglo XIX, y afirmar, muy serios, que esta es la "hora liberal", entendida al hispánico modo. Porque en algo se debe notar que somos diferentes. Y, ivaya si lo somos!
Sin ir más lejos, en Europa, hoy, los liberales son personas bastante conservadoras, pero con una tradición laica a sus espaldas, y sería incomprensible que no defendieran, por ejemplo, el divorcio. En España, en cambio, hay muchos que pertenecen al Opus Dei y a otras organizaciones pías. No se trata cle plantear ninguna incompatibilidad, porque ahora el liberalismo ya no es pecaminoso. "Ser liberal", decía el P. Sardá en un famoso opúsculo, "es más pecado que ser blasfemo, ladrón, adultero u homicida, o cualquier otra cosa de las que prohíbe la ley de Dios y castiga su justicia inf-inita". Hoy, eso no es así; hoy, la justicia divina ya no castiga por principio a los liberales, pero, de todos modos, no deja de ser curioso que se haya producido tal eclosión liberal desde los votos de obediencia y castidad.
La derecha española quiere encubrir su vuelta al camino de siempre con el rodeo por unas supuestas rutas liberales que dejen la libre iniciativa a salvo de las injerencias estatales. Pero por ahí no puede llegar muy lejos. El Estado moderno tiene unas funciones específicas, como son procurar la redistribución de la riqueza, garantizar los derechos y libertades, prestar múltiples servicios sociales, y tras actividades que no se pueden abandonar, aunque generen inierencias molestas. En el caso de España, si nuestra Constitución defiende el mercado y Ia libertad de empresa, proclama también los valores de la igualdad y la justicia, y la necesidad de que los poderes públicos promuevan las condiciones necesarias remuevan los obstáculos que impidan que la libertad, la igualdad y la participación de los individuos
El Estado es algo que transciende del mero Juego de los beneficios económicos. Un conservador brillante, al que siempre citó mucho la derecha culta, Edmund Burke, escribió algo que deben recordar los conservadores de hoy: "No se puede considerar al Estado como una sociedad para el comercio de pimienta, café, indiana o tabaco, o cualquier otra cosa de tan poca monta, tomándolo por una sociedad de insignificantes intereses transitorios susceptiblee de disolverse a gusto de las partes. Hay que mirarlo con mayor respeto, porque no es una asociación cuyo fin sea el de asegurar la grosera existencia animal de una naturaleza efímera y perecedera".
A diferencia de Barke, la derecha española tiende a ver al Estado como algo definido por los derechos y los bienes que ella posee. Y quiere simplificar la lucha política con la agrupación en dos bandos. No lo va a conseguir. En España caben y se necesitan ideas y partidos políticos de centro, que propugnen proyectos modernizadores e innovadores capaces de cambiar la sociedad española de acuerdo con la exigencia de los tiempos. A ese planteamiento quiso responder el programa reformista de UCD, si bien ahora las fuerzas conservadoras están empeñadas en poner fin al experimento para sustituirlo por una gran agrupación de derechas. Ese esfuerzo va a resultar inútil. Si lograran su propósito con UCD, surgirán otros partidos de centro y centro-izquierda que respondan a una exigencia básica de nuestra sociedad: hacer un cambio, a través de la reforma, que nos permita llegar a una sociedad de innovación donde la justicia y la igualdad sean el presupuesto básico de la libertad. Ahí no se llega por el camino de la derecha, el arcaico camino al que, con tan escasa imaginación, ha vuelto nuestro macizo de la raza.
es diputado de UCD.
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