"Una lucha incesante contra la reacción y la muerte"
La devolución del Guernica al país en cuya tragedia se inspiró Picasso para pintarlo, y cuyo Gobierno republicano encargó y pagó la obra, constituye un acto de estricta justicia histórica. Pero precisamente ahora conviene recordar que la historia lo regala todo menos la justicia, que es siempre una conquista. Picasso, por ejemplo, tuvo todo el talento natural al que puede aspirarse y, como lo demostró, pintando cualquier cosa hubiera ocupado ese mismo lugar de honor que nadie le discute en la historia del arte, pero, al realizar el Guernica, se conquistó, además, un lugar entre los justos. El pueblo español, por su parte, en correspondencia con él, al conquistar la democracia, ha conquistado el Guernica, le ha hecho y se ha hecho justicia. En este sentido, considero que la instalación definitiva en España de este monumental cuadro épico constituye el símbolo soberano de la recuperación de la dignidad nacional, que sólo poseen los pueblos libres.El exilio del Guernica constituía ciertamente una ofensa a la dignidad de los españoles, porque denunciaba, desde su forzada ausencia, la perduración larvada de la guerra civil, nuestra incapacidad de vivir en paz. Desde esta perspectiva, el depósito condicional del cuadro, que hizo Picasso al Museo de Arte Moderno de Nueva York, ha sido el recordatorio ético, durante cuarenta años, de la necesaria paz.
Esta explicación, naturalmente, exige repasar la historia. Como todo el mundo sabe, antes de la guerra civil, Picasso no había demostrado particulares simpatías políticas. Es cierto que en su juventud catalana respiró con agrado influencias anarquistas, cuyo aroma impregnó una gran parte de su obra, por lo menos hasta su época cubista; sin embargo, desde entonces, redimido incluso de su primera existencia bohemia tras su matrimonio, en 1918, con Olga Koklova, pareció reservar toda inquietud revolucionaria al terreno estricto del arte. Por lo demás, conviene que no olvidemos que esta indiferencia política de Picasso se estaba produciendo en una de las épocas de mayor agitación social que ha conocido el siglo: el período de entreguerras. No voy a hacer aquí un inventario de datos concretos que demuestran la ambigüedad e indiferencia de Picasso sobre aquellas cuestiones que, sin embargo, apasionaban entonces a sus contemporáneos, pues creo que uno solo es bastante elocuente, aunque no podamos filtrarlo del carácter legendario que le acompaña: en 1934, según Giménez Caballero, Picasso se entrevista con José Antonio Primo de Rivera en San Sebastián y, dos años después, justo al comienzo de la rebelión militar, parece que le visitó en París Eugenio d'Ors, con la intención de captarle para el bando nacionalista.
Un compromiso tardío
Desde luego, sacar de estas noticias, de imposible verificación, una hipotética simpatía de Picasso por la ideología falangista entraría dentro del más delirante disparate, pero no dejan de corroborar el hecho incuestionable del tardío compromiso político del genial pintor. He dicho tardío, pero debí decir oportuno, porque, en realidad, se produce, a tenor de los acontecimientos, cuando y como se tenía que producir. Y es que Picasso, que siempre y en todo demostró un sentido de independencia insobornable, de lo que no carecía es de capacidad de reacción. De esta manera, acepta primero el cargo simbólico de director del Museo del Prado, como también no duda un minuto en responder afirmativamente al encargo que le hace el Gobierno de la República en enero de 1937 para que pinte un mural destinado al pabellón oficial de España en la Exposición Internacional de París, que debía inaugurarse en el verano de aquel año.
Así que, a comienzos de 1937, Picasso está dispuesto a pintar un gran mural en pro de la causa republicana, pero no deja de ser curioso que no se ponga a ello hasta casi un mes antes de la celebración de la Exposición. Entre medias, todavía en enero, graba la serie Sueño y mentira de Franco, pero, no obstante, nada parece inspirarle lo suficiente durante meses para el mural, aunque en ese período de tiempo ocurrieran diversas tragedias bélicas de magnitud, entre las que la caída de Málaga -su ciudad natal- no pudo dejar de afectarle hondamente. Sin embargo, cuando el 26 de abril se produce el bombardeo sobre la población civil de Guernica, Picasso parece invadido por un frenesí que le hace encerrarse en su estudio de la Rue des Grands-Agustins y no parar hasta la terminación de la monumental obra; exactamente se dedicó a la realización de los dibujos preparatorios y del cuadro mismo de Guernica, desde el 1 de mayo hasta el 4 de junio.
Pues bien, tanto el acontecimiento desencadenante -el bombardeo, por primera vez en la historia, de una población sin valor estratégico alguno-, como la propia elaboración de la obra, que conocemos bastante bien gracias a los dibujos y a las fotografías que realizó Dora Maar en las fases más características del mismo, creo que demuestran el sentido épico, no partidario, que quiso dar Picasso al Guernica. Quiero decir que en el monumental friso, de 351x782 centímetros, que expresa el holocausto de un pueblo indefenso, no se exalta ideología política alguna fuera de la del apasionado e incuestionable rechazo del aplastamiento de los débiles. En el Guernica, en efecto, los personajes protagonistas son mujeres, niños y animales, la única figura masculina es la de la estatua despedazada de un guerrero muerto, y el úni.co signo que pudo tener una lectura política más explícita -el de un puño levantado apretando una espiga, que en una de las etapas de elaboración del cuadro ocupaba el lugar del actual sol-bombilla- fue suprimido. Creo, en definitiva, que la clave del Guernica se resume en esa declaración que hizo Picasso sobre el sentido general de toda su obra como «una lucha incesante contra la reacción y la muerte».
De manera que por haber sido capaz Picasso de reconocer el valor simbólico, mítico, de la inmolación gratuita de una población en la que jamás estuvo, ni con la que tuvo la menor vinculación personal; por esa capacidad de aprovechar el acontecimiento histórico trascendiéndolo, yendo más allá de su interpretación partidaria, es por lo que el Guernica alcanza la categoría de obra maestra, cuya naturaleza nunca es desvirtuada por el paso del tiempo. Como la Rendición de Breda o Los fusilamientos de la Moncloa, el Guernica, sin haber esquivado el compromiso moral inmediato, conectó con aquellos sentimientos arquetípicos de nobleza que dan sentido a la historia del hombre y, en concreto, traen la paz, como el requerimiento ético más precioso, a nuestra desgarrada historia contemporánea.
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